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Bahréin, una vía equivocada para la paz en Palestina

Jared Kushner, asesor del presidente Trump.

Jesús A. Núñez

Después de más de setenta planes e iniciativas de paz para poner fin al conflicto en Palestina (todos ellos fracasados), la confianza en una resolución justa, global y duradera es hoy escasa, como también lo es la capacidad para inventar una vía novedosa. Sin embargo, Jared Kushner, en nombre de la Administración Trump, se empeña desde hace tiempo en anunciar que su todavía desconocido plan es distinto a cualquier otro y que, además, será definitivo. Un mensaje que Washington refuerza ahora con ocasión de la reunión económica internacional que comienza este martes en Bahréin y que, salvo un milagro, parece condenada también al fracaso.

Para llegar a ese negativo augurio basta con tomar en consideración los siguientes puntos:

  • El supuesto “acuerdo del siglo” no ha sido presentado todavía, por lo que se les está pidiendo a los participantes en el taller de Manama (Kushner no se ha atrevido a denominarla conferencia) que comprometan sus fondos de inversión y que firmen contratos comerciales a ciegas. Condicionado por el calendario electoral israelí –con Benjamin Netanyahu forzado a una nueva convocatoria que pone en serio peligro su posición personal y política– se ha ido retrasando su puesta de largo, mientras se han ido filtrando interesadamente algunos rumores que, en cualquier caso, mantienen la duda sobre su verdadero alcance.
  • Hamás no ha sido invitado y la Autoridad Palestina no solo ha rechazado su presencia en Bahréin como señal de distanciamiento total con una administración estadounidense abiertamente proisraelí y que ha cerrado todos los canales de diálogo con las autoridades palestinas, sino que lo propio está haciendo la clase empresarial palestina. Los empresarios están frustrados después de tantas promesas incumplidas. En esa misma línea, tanto Egipto como Jordania (a pesar de su clara subordinación a Washington) han indicado que solo enviarán a sus viceministros de finanzas y hasta el propio Israel ha mostrado una ambigüedad poco disimulada sobre el nivel de su representación. En cuanto a la Unión Europea, solo Polonia (cada vez más alineada con Trump) ha anunciado el envío de una delegación de primer nivel.
  • La fórmula de 'paz para la prosperidad' es cualquier cosa menos novedosa. El intento de comprar la paz por la vía económica ya estaba en las bases de los llamados Acuerdos de Oslo, tratando de convencer a los palestinos de que su firma en los documentos elaborados entonces significaría de inmediato una mejora sustancial de su nivel de bienestar. El tiempo muy pronto se encargó de confirmar que el nivel de vida de la población ocupada (y de los refugiados) no solo no aumentó, sino que cayó estrepitosamente. Y así fue no solo porque nunca se cumplieron los compromisos adquiridos en las sucesivas conferencias de donantes ni se concretaron los acuerdos alcanzados en las llamadas Conferencias MENA (que buscaban incentivar la participación de inversores y empresarios internacionales), sino también porque Israel no tuvo reparos en continuar con su estrategia de hechos consumados, que incluía destruir sistemáticamente toda posibilidad de desarrollo tanto en Gaza como en Cisjordania.
  • Seis guerras y dos intifadas después parece claro que los palestinos no van a cejar en su objetivo político de contar algún día con un Estado propio. Es cierto que, siendo la parte débil de la ecuación, no tienen la más mínima opción de vencer por la fuerza a la potencia ocupante, pero también lo es que Israel no ha logrado, a pesar de su innegable superioridad, eliminar esa aspiración ni por la fuerza ni por la compra de voluntades a cualquier precio. A pesar de la fragmentación interna que los debilita aún más, parece claro que la dignidad del pueblo palestino es un muro lo suficientemente resistente ante la avalancha de proyectos (se habla de unos 175) listados por Kushner y su equipo en un gesto que más parece una carta a los Reyes Magos, esperando que sean los países árabes y los inversores internacionales los que pongan en juego su dinero (estimado alegremente en unos 50.000 millones de dólares). No deja de ser chocante que el mismo EEUU que ha cortado toda ayuda económica a los palestinos, sea el mismo que ahora impulsa una vía económica (con dinero de otros) como método de resolución.
  • Sin poner fin a la ocupación iniciada en 1967 es imposible imaginar un futuro mínimamente atractivo para los palestinos. La clave para salir algún día del túnel en el que Palestina lleva tanto tiempo metida no pasa por reverdecer viejos proyectos, como la construcción de un enlace terrestre entre Gaza y Cisjordania, o volver sobre el eterno sueño de convertirla en un nuevo Singapur o en un emporio turístico. El verdadero inicio del camino hacia la paz- asumiendo que la solución al conflicto no puede ser económica, sino política- pasa imperiosamente por poner fin a la ocupación israelí iniciada en 1967 y, desde luego, nada puede darse por resuelto si no se logran acuerdos equilibrados sobre fronteras, Jerusalén y refugiados.

Si se da por hecho que todo eso debe saberlo también Washington, la organización de la reunión en Manama solo se explica por la elevada autoestima que caracteriza tanto a Trump como a Kushner, creyendo que su habilidad negociadora es infinita y que, combinando el palo y la zanahoria, lograrán vencer todos los obstáculos. La explicación alternativa no es menos tranquilizadora: se busca escenificar un rechazo frontal palestino para así justificar, por un lado, que no hay interlocutor para la paz y, por otro, que el Israel de Netanyahu se sienta más fortalecido para dar el siguiente paso, anexionando la parte de Cisjordania que considere necesaria. En esas estamos.

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