Los caballeros de la esperanza
“Así las cosas, viene el Papa acompañado de jóvenes de todo el mundo y les dice a ellos, y a todos, que nada ni nadie nos haga perder la paz, que hay motivos para la esperanza y que esa esperanza tiene un nombre: Jesucristo.” Jorge Fernández Díaz
Debía estar yo mirando para otro lado cuando empezó la revolución. Como todos, debía estar preocupada por el alquiler, los recibos, la subida del paro, esas cositas. Si no, no me lo explico. Porque mientras tanto, ahí estaban los guerreros plateados, tan visibles, con sus espadas y escudos refulgiendo al sol. Porque sí, un apunte, un dato: la revolución no la hicieron de noche, fueron increíblemente transgresores, fue a plena luz del día.
Sigamos con la transgresión. Por ley no escrita, ha quedado claro que ésta siempre empieza de manera anecdótica, sin molestar demasiado: primero fueron las peras y las manzanas, y mira tú qué risa, resulta que la entonces segunda teniente de alcalde de Madrid Ana Botella tenía innovadoras aportaciones al matrimonio entre personas del mismo sexo, y no estaba hablando de hibridaciones frutales. Tampoco hablaba de cuentos infantiles cuando en 2003 elogió a Cenicienta, por “asumir los malos tratos sin rechistar”. Fin de la anécdota, que en esta fase ya queda pulverizada.
Porque la revolución es siempre más que un panfleto y un chiste: todos sabemos que detrás de la máscara se encuentran verdaderas intenciones y la revolución implica diseminar la verdad.
Para ello, era necesario la ocupación de un espacio que había sido vetado, una Reconquista. Y los guerreros plateados se lanzaron a ello. Interesante fue la posición del exministro del Interior y portavoz del Grupo Popular en el Parlamento Europeo, Jaime Mayor Oreja, que comenzó planteando la posibilidad de un partido abiertamente confesional en el XXVI Congreso del PP de Valencia en 2008, antes de enseñar por dónde iban los tiros: ya en 2009 vivíamos una crisis “de nación” en la que “quienes legitimen el derecho al aborto, la historia les colocará en la aberración, la degeneración y los retrógrados”, y en la que hay que “apelar a la verdad” para salvarnos.
Ah, la verdad. Ah, la salvación. Como la Reconquista, requieren mucho espacio. Y así fue: en verano de 2011 la llegada a Madrid del Papa y sus jóvenes supuso expropiaciones, y partidas especiales destinadas al evento por parte de las administraciones municipales, autonómicas y estatales, y la ocupación del espacio público. Pero eso no fue suficiente. En la revolución nunca lo es. También era necesario acabar con la Ley de Ciudadanía, plantear la defensa de la pena de muerte, y poner sobre la mesa reformas que eviten dar continuidad “al proyecto ETA” (sic).
Vamos, pues, a ETA. Vamos a mi útero y al útero de todas, porque parece que está todo algo relacionado. El control del cuerpo, la moral, la verdad, los valores, el terrorismo. Pero vayamos hasta ahí con una duda ante el dogma de fe, desde aquí, desde quien no vio venir esta nueva era revolucionaria. Si el aborto es ETA, el 15M es ETA, y todos somos ETA, ¿es correcto asumir que Jorge Fernández Díaz es panteísta, y por tanto, Dios es todo, todo es Dios y por tanto la Iglesia y el PP también son ETA? Es pregunta.