Un cadáver sobre las Salesas
Primo Levi. Si esto es un hombre (1947)
La momia de Franco ha aterrizado sobre el tejado del Palacio de las Salesas. Con un impulso más o menos firme, oblongo y postrero ha salido limpiamente del Palacio de la Moncloa y ha caído sobre las techumbres pizarras del Tribunal Supremo. No podía haberles salido otro grano mejor para culminar la temporada. El mismo tribunal que ha sido acusado en los últimos meses de afinársela a los banqueros, con los gastos hipotecarios de quita y pon, y que lidia ahora con el fantasma de una rebelión sin rebeldes y sin violencia, va a tener definitivamente sobre sus espaldas la carga pesada y bochornosa de esa momia ajada que debe ser leve y quebradiza, como lo era el propio dictador antes de dar las últimas boqueadas y dejar al fin a este país iniciar su regreso a la libertad.
No suelo estar de acuerdo con las teorías que achacan al franquismo residual de los magistrados del alto tribunal los salchuchos que muchas veces hacen. Es aún peor. Si fueran franquistas rancios, habría para entenderles, lo peor es que la mayoría no lo son y se conforman con ser hombres comunes dispuestos a defender lo suyo y por ende a quiénes se lo han de dar. Ahora, con la mojama de Franco pendiendo sobre sus salas, sí que va a ser preciso que el Tribunal Supremo del Reino de España se pronuncie y nos deje claro si le queda humus franquista o si se reconoce como el Tercer Poder de una democracia plena y asentada. Lo que la Sala Tercera del Tribunal Supremo tiene sobre la mesa no es el recurso de una familia cualquiera contra una decisión de exhumación sino el recurso de los nietos del dictador genocida sobre una orden del Ejecutivo que responde a una instrucción del Legislativo para devolver la decencia a un país que aún mantiene un memorial de honor a quien se alzó, conculcó la legalidad y la Constitución, sumió al país en una dictadura sin libertad y llevó a cabo un exterminio premeditado de todo un colectivo por razones políticas. El Segundo Poder instó a acabar con el ignominioso homenaje -ni el PP osó votar en contra- y el Primer Poder asumió su encargo. Queda por ver si será el Tercer Poder el que perpetúe al dictador en su monumento homenaje. Un papelón, sobre todo si cae del lado franquista, porque frente a Gobierno y Parlamento quienes se encuentran son los nietos del dictador, defendidos por el hijo de uno de sus ministros y jaleados por una fundación que insólitamente puede campar por la vida pública española para exaltar la figura del opresor.
Tampoco aciertan los que critican a Sánchez por esta última decisión fijando fecha para la exhumación y lugar para la nueva inhumación. En puridad no se trata sino del desarrollo lógico del procedimiento administrativo llevado a cabo hasta ahora. Primero se decreta iniciar el expediente, que se tramita con todas las garantías, y una vez concluso el mismo se decreta la exhumación a la que, lógicamente, se pone fecha. No habrá quien le impida a Sánchez ahora decir que ha cumplido. En puridad, lo ha hecho. Sólo si los ropones de las Salesas asumen la responsabilidad de impedirlo, Franco seguirá en su mausoleo. Si no sucede así, o bien un nuevo gobierno Sánchez puede llevar a efecto su promesa o bien otro gobierno de signo distinto tiene que acarrear con la carga de volver a decretar que Franco siga en su sitio. En términos de relato, Sánchez ha amarrado firme.
Cosa distinta es que a mí me parece que se ha andado con remilgos innecesarios y que tendría que haber exhumado al dictador durante estos meses y haber dejado al Supremo no la decisión de hacerlo sino la de deshacerlo, es decir, la de como tribunal democrático ordenar que los restos de dictador volvieran al monumento que los glorifica. Hubieran obtenido un pleito al revés, lo que aseguraba todos los recursos posibles, mientras se procedía a la reformulación de Cuelgamuros o a su destrucción, que a mi lo mismo me da, de modo que la vuelta de los restos en caso de fallo adverso hubiera sido casi imposible. Deberían haber actuado como se hizo en Navarra con los restos de Mola y Sanjurgo, los otros generales golpistas que se alzaron contra la Constitución, que fueron exhumados y que, mientras sigue la batalla de los nietos en los tribunales contenciosos, no están bajo las columnas de aquel también megalómano enterramiento.
Al final, con tal pacata actuación, que ha pretendido salvaguardar al gobierno socialista de las iras de la derecha, han conseguido exhumar también la jeta de los descendientes del dictador, que han vivido como si siguieran bajo palio a costa de una fortuna esquilmada a los españoles; han revivido a la pocha Fundación Franco y a sus apolillados jerifaltes y a algunos nostálgicos, casi todos descendientes de los que chuparon de la teta durante la Dictadura, y pasarlos del sarcófago social a la gloria catódica.
Todo se dará por bien empleado, y los fantasmas volverán a sus tumbas, si finalmente el cadáver del dictador sale del monumento construido para su mayor gloria y la de su “cruzada” sangrienta. Sólo pido que el asunto no se pudra en los legajos de un tribunal de cobardes y que las generaciones venideras no tengan que ver de lejos la inmensa cruz de piedra y duelo que parece aplastar el aire y las libertades solamente con su presencia, sabiendo que bajo ella el opresor de España se regocija aún.
Espero poder decirle a mi padre antes de que se vaya que Cuelgamuros ya no es el valle de la vergüenza. Y el tiempo corre deprisa y la vergüenza no cesa.