Carmen Calvo y la altísima cualificación
Las negociaciones y acercamientos “sin parar” que está realizando el PSOE con Unidas Podemos para la investidura de Pedro Sánchez están liderados por la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo. Es perverso, puesto que, si quedaba un ápice de confianza en la integridad política del Gobierno en funciones (lo cual, visto lo visto, sería de una preocupante ingenuidad), se la ha cargado definitivamente la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo (lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta su perfil y el nivel de sus cada día más sonrojantes declaraciones y actitudes).
Fue sonrojante su intervención en televisión la otra noche, dejando sin responder las preguntas del entrevistador sobre el veto de Sánchez a Pablo Iglesias. Y peor que sonrojantes fueron sus respuestas, que oscilaron entre la tomadura de pelo y la falsedad. Calvo (que es taurina militante, por lo que sabe mucho de engaños y humillaciones) ha dejado, como testaferra mediática de Pedro Sánchez, una manipuladora, aunque torpísima, obviedad para la hemeroteca.
Es perverso que esté liderando las negociaciones para formar gobierno una persona que ha mentido sin pudor ante las cámaras, en directo y en prime time. Como será perverso que ella ocupe un espacio de poder, si llega a formarse ese gobierno. Porque lo que necesitamos es servicio a la sociedad, no palabrería, y mucho menos si esa palabrería, peor que vacua, está llena de engaño. Sobre el veto de Sánchez a Iglesias, se adscribió Calvo a la más vergonzosa escuela dialéctica de Rajoy y Cospedal: “No era contra el señor Pablo Iglesias. Era el concepto en el que él entendía que otro líder político no podía estar bajo sus órdenes”. Vicepresidenta del Gobierno en funciones de un partido “con 140 años de historia”, que ella dejó por los suelos en 140 segundos aunque le siga esperando un próspero futuro político, en el gobierno o en la oposición.
Vetar al líder de un partido que ha sido elegido democráticamente es una vergüenza, por eso no dio Calvo con las palabras que pudieran limpiar esa vergüenza. Simplemente, ejerció, para bochorno general, de contradictoria portavoz de un Pedro Sánchez que había dejado muy claro que el principal “escollo” para un gobierno de coalición con Unidas Podemos era Pablo Iglesias.
Lo más perverso de todo esto no es ya que estemos en manos de personas que imponen vetos ilegítimos y mienten sin pudor, sino que lo mejor que nos pueda pasar es que lleguen al gobierno. Tal es el grado de descomposición democrática, de abuso de poder, de desprecio por la ciudadanía. Tal es nuestra situación política. Ante la tan útil amenaza de nuevas elecciones y el riesgo de que las ganen la ultraderecha moderada y la ultraderecha extrema, lo mejor que nos puede pasar es un gobierno de coalición entre PSOE y UP. Con los ministros en proporcionalidad y una pinza en la nariz. Pero lo que no debemos es olvidar nunca que las personas con las que no queda más remedio que trabajar, las personas que exigen a los demás “una altísima cualificación” mientras pronuncian frases propias de Rajoy y Cospedal, son afectas al engaño y la humillación (también, como Calvo, a la tortura y la muerte).
Es, sin embargo, una oportunidad. Por primera vez desde la Transición, que impuso el descompuesto régimen del 78, se rompe un bipartidismo que nos ha maltratado y empobrecido, y ha fracasado hasta el punto en el que estamos. Sin grandes esperanzas, toca aprovechar esta oportunidad. Sin ninguna ilusión, con la pinza en la nariz. Y una vez en el Gobierno, trabajar en la aplicación de un programa de justicia social y en el cambio de esta vergonzosa dinámica política, combatir desde dentro tanta perversidad.