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Los carteros y las reglas no escritas de la democracia

Una cartera.

Irene Lozano

13 de julio de 2023 23:17 h

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El Partido Socialista está haciendo una buena campaña: la de la contención. La pugna es desigual, porque algunos contendientes juegan sin reglas. Desde la irrupción del extremismo antidemocrático de derechas en Estados Unidos, uno de los grandes dilemas para las fuerzas progresistas en todo el mundo ha versado sobre las formas. La defensa de la democracia pasa por defender la libertad ciudadana, la igualdad, las instituciones, la ampliación de derechos. La ultraderecha se jacta de excluir a una parte de la población, y así la democracia se va quedando en los huesos. Y ahí, en los huesos, el último valladar de defensa democrática es jugar de acuerdo a las reglas. Pensar que no todo vale. Actuar de acuerdo a ese principio

Tal vez sea la última campaña que vivamos así, con al menos un partido de los que pueden formar gobierno practicando la contención. Es difícil porque las normas que resulta más fácil vulnerar son las que no están escritas. Y la contención no figura en ninguna ley.

Es una virtud viejuna, lo sé, la contención. El espíritu de nuestro tiempo nos insta a no refrenar nuestros deseos, a conquistar aquello que queramos. En el espíritu de esta época no hay ningún deseo deleznable en sí mismo, sólo lo es el individuo que fracasa en conseguirlo. El espíritu de nuestro tiempo le dice a Hitler: cumple tu sueño. Luego pasa lo que pasa. 

En ningún sitio está escrito que los candidatos a presidir el Gobierno no deban poner en cuestión el proceso electoral: su rigor, su limpieza. Feijóo lo ha hecho. Él lanza la insinuación: los “jefes” de Correos pueden no estar siendo diligentes con la tramitación del voto por correo. Para que los jefes de las estafetas no se den por aludidos y quede claro quién es el enemigo, Cuca Gamarra lo precisa: se refiere a los “jefazos”, que son “cercanos a Sánchez”.

Pedro Sánchez podría contestar a estas insidias sembrando la duda sobre los colegios electorales, que administran las Comunidades Autónomas, muchas gobernadas por la derecha. Podría decir que están preparando un pucherazo: ojo por ojo. Pero no lo hace. La derecha erosiona las instituciones, las empresas y los empleados públicos. No es la primera vez. González Pons y la propia Gamarra ya han alimentado la teoría del fraude, queriendo involucrar también al CIS, el INE, Indra... 

Se hace extraño reprochar al PP que vulnere reglas no escritas, después de haber estado cinco años incumpliendo la Constitución, grabada sobre piedra, en lo tocante a la renovación del Poder Judicial. Pero ocurre. También con la temperatura del cinismo que está adquiriendo la cuestión de la “lista más votada”. Forma parte del mismo “todo vale”: cuando el PP pierde las elecciones, aplica las reglas del sistema parlamentario. En cambio, cuando la suya es la lista más votada se sacan de la manga nuevas reglas. El lunes por la noche Feijóo firma un papelillo en la televisión al que llama contrato. Dos días después, descabalga a la lista más votada en Canarias y en Extremadura. La estrategia del Partido Socialista sigue siendo la contención: explicar pedagógicamente una y otra vez que el PP no se abstuvo en 2019 para la investidura de Pedro Sánchez, cuando él fue el más votado, ni lo ha hecho hace un mes en los ayuntamientos, ni esta misma semana en comunidades autónomas donde la del PSOE era la lista más votada.

También hay límites con el terrorismo (aún quedaban algunos, aunque parezca increíble). Como era una regla no escrita, las víctimas del terrorismo la han tenido que poner negro sobre blanco esta semana. Han pedido a la derecha y la ultraderecha que no utilice el nombre de un terrorista sanguinario como Txapote en sus eslóganes electorales. Nada. Ni caso. El PSOE le pide a Feijóo que repudie ese lema. Las condenas, los posicionamientos morales, solían tener un valor. ¿Qué es la contención en este caso? No emprender una campaña diciéndole a Feijóo “Que te vote el narco del barco”.

Hay algo que los conservadores españoles y europeos no están midiendo bien. El populismo de ultraderecha nació y se fortaleció al calor de la gran crisis financiera de 2008, que fue sobre todo una crisis de confianza. Cada vez que se socava una institución, como el Poder Judicial; una empresa pública cuya participación en el proceso electoral es crucial, como se ha hecho contra RTVE negándose Feijóo a debatir allí; cuando se alienta una suerte de rebelión de los carteros contra los directivos de Correos, se está alentando esa maquinaria de la desconfianza. Las consecuencias ya las están probando en Italia: cuando uno se parece a la ultraderecha, acaba convertido en partido subsidiario de esta.

Hay unos hilos transparentes que conectan todo lo que sostiene la democracia: las instituciones de un país, sus medios de comunicación, sus cuerpos de funcionarios. Y los enlaza a todos con la verdad, con las modestas verdades de los hechos, por decirlo con palabras de Hannah Arendt. La desconfianza hacia las instituciones repercute en la verdad, alienta la desinformación y los bulos. Devalúa los hechos, que es la especialidad política de Miguel Ángel Rodríguez, el trumpista en jefe del Partido Popular. 

Basta un manotazo para romper ese entramado invisible, basta un zapatazo para pisotear reglas no escritas. Por eso tiene más mérito aún la contención. Frente al empuje de la ultraderecha, los demócratas deben recordar cada día que juegan con una mano atada a la espalda. Y el PP no lo está haciendo.

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