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Cien días tontos los tiene cualquiera

El Gobierno dice adiós a una legislatura que acaba superando la desesperanza

Isaac Rosa

A estas alturas de marzo, qué poco queda de los buenos propósitos de año nuevo que hicimos en navidades: dejar de fumar, hacer más deporte, estudiar otro idioma, escuchar el mensaje de las urnas, inaugurar un nuevo tiempo político basado en el acuerdo, formar un gobierno de cambio. Se nos han pasado tres meses y aquí seguimos, cada lunes planeamos una semana ideal y luego nada, ni nos apuntamos al gimnasio ni encontramos un hueco para reunirnos a pactar gobierno.

Un día tonto lo tiene cualquiera, y cien también, los que llevan los partidos desde el 20D. No han hecho otra cosa que correr en círculos, pues cien días después están exactamente en el mismo sitio. Puede parecer que el PSOE se ha movido por su acuerdo con Ciudadanos, pero es una yenka, paso adelante con paso atrás, lo que suma por un lado lo resta por otro.

Nunca cien días dieron tanto de sí políticamente para resultar en tan poquito. Nunca conocimos cien días de tanta intensidad parlamentaria para no fructificar en nada comestible, poco más que una toma de posesión pintoresca y dos debates de investidura para la galería. Nunca la información política recibió tantos minutos de telediario y kilómetros de prensa para no avanzar ni un milímetro.

Pareciera que hemos alcanzado el nirvana democrático: la total suspensión de la actividad legislativa y ejecutiva, y a cambio toda la energía política convertida en vida interior, metapolítica, autorreferencial, grado cero. Es decir, política sin consecuencias, sin el engorro de aprobar y ejecutar leyes, reformas y presupuestos; un paraíso incruento donde todo son reuniones, documentos, ruedas de prensa, declaraciones de pasillo, tuiteos entre líderes y tertulia televisiva non stop.

Quizás es la única salvación que le queda a la maltrecha democracia española, para no tener que abordar cambios mayores: entrar en bucle, quedar en funciones sine die, conservarse en el formol de este tiempo muerto. Puede que la burbuja se rompa cualquier día, con un acuerdo imprevisto o una nueva campaña electoral, pero a día de hoy podríamos seguir otros cien días, los que quedan para el 26J, y los que vengan después.

Si no fuera porque hay unas pocas urgencias sociales que no sé yo si esperarán tanto (minucias, vaya: gente sin trabajo, desahucios, derechos sociales y esas cosillas), podríamos chuparnos el año entero en este bucle, con los partidos encerrados en su día de la marmota, repitiendo elecciones, celebrando rondas con el rey y debates de investidura, aplazando una y otra vez el congreso del PSOE, la renovación del PP, la definición organizativa de Podemos, y por supuesto lo de Cataluña, que tampoco los independentistas tienen mucha prisa.

El bucle es tan perfecto, que es envolvente: nosotros mismos hemos caído en él, atrapados en este impasse pegajoso. No digo los periodistas y articulistas, que también, yo el primero; digo toda la ciudadanía: más allá de lo que decimos de boquilla, no se ve cansancio, hartazgo, prisa o cabreo por la parálisis institucional y la incapacidad de los partidos. Al contrario, parecemos contagiados por la modorra de esta siesta democrática. (Bostezo)

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