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Comunistas, socialistas, indignados, empoderados

Suso de Toro

El verano me permite estar leyendo Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, un libro editado en 1977 con el galardón del Premio Planeta. No puedo recomendar su lectura a nadie que no esté muy interesado en los debates históricos de la izquierda comunista, es un libro muy particular en el que un militante comunista disidente de la línea oficial del PCE ajusta cuentas con el estalinismo en general, con el estalinismo en el partido y con Santiago Carrillo en particular. Hoy nos resulta difícil de comprender cómo ese libro, tan arduo y con tanta filología leninista, pudo ser elegido para un premio como el Planeta, una gran operación de lanzamiento anual de un título destinado a figurar en los aparadores de las salas de estar de cientos de miles de casas españolas. Supongo que lo explica, por un lado, la curiosidad de la sociedad por ese fantasma del que nos prevenían y con el que nos asustaban, “los comunistas” y, por otro lado, porque es un ajuste de cuentas muy severo con Carrillo y la dirección del partido.

Como nos ocurre tantas veces a casi todos, la imagen del autor interfiere en la recepción de su obra, y como la figura que ofreció Semprún me resultó antipática, una suficiencia e incluso elitismo que también asoma reiteradamente en el texto, pues me perdí hasta ahora este libro suyo. Pero su lectura me resulta interesante y sorprendente porque encuentro ahí algo muy escaso, el relato de la clandestinidad con su fuerza y sus miserias y, viajando en el tiempo, me reencuentro con el lenguaje del leninismo y sus paráfrasis. En un artículo anterior, Cómo hemos llegado a esto, comenté aquí de qué manera el antifranquismo, o sea la clandestinidad, fue desprestigiado y estigmatizado a partir de los años ochenta dentro de un proceso imperceptible para establecer el pensamiento reaccionario dominante actualmente en la sociedad española. Pero en aquel 1977 de la publicación de ese libro, a la izquierda comunista todavía se le conservaba un respeto, aunque ya estuviese situándose progresivamente al rebufo de la historia y se exponían al público todas sus miserias. El propio Jorge Semprún cuando escribió el libro todavía participaba de posiciones leninistas, cosa que imagino que fue abandonando a partir de ahí hasta ser ministro de Cultura de un Gobierno de Felipe González.

El libro es un testimonio sincero, aunque parcial, lógicamente, y las críticas que hace Semprún al que fue su partido y al estalinismo me parecen muy justas y acertadas, incluso insuficientes (en aquellos mismo años yo mismo hacía mi particular autocrítica y ajuste de cuentas no solo con el estalinismo sino con el leninismo). Con todo y con eso, ¿a quién interesa ya todo aquello? El libro es viejísimo, pura prehistoria.

Luego vino la historia, el antifranquismo negro, gris y amargo fue borrado y se pasó a una época de alegría y de colorines, los años de González y Guerra, hasta Roldán y los GAL. La izquierda de ese libro es una izquierda lejana, incapaz de ser honrada y autocrítica consigo misma y, por tanto, incapaz de analizar con franqueza la sociedad y los procesos históricos que se viven. Claro que la izquierda que vino después ya está ahora tan envejecida como aquella otra, sin que aparezca un Jorge Semprún que haga un examen autocrítico semejante (¿qué tendría que decir hoy un militante socialista, y sin entrar en análisis políticos, de figuras como Tony Blair, Schröder o González beneficiándose de los enjuagues entre la política y la empresa privada?). Lo que la socialdemocracia europea en general, y el PSOE en particular, ofrecieron es la mitad de lo que hay, la otra mitad es obra del PP. Nadie cree que el PSOE pretenda cambiar la sociedad en ningún sentido, tampoco ese partido lo promete y, recordémoslo, la izquierda es precisamente eso y no otra cosa.

Y, como fruto de la crisis, aparecieron los indignados. Unas generaciones que vieron repentinamente truncadas sus expectativas fueron una inesperada aparición cívica, el cuerpo atento a escuchar críticas y alternativas al sistema que ya existían. Toda nueva generación tiene también su folclore, el folclore indignado encontró su insignia en un libro lleno de generalidades de un anciano militante socialista francés, pero la juventud siempre fue así y otros antes tuvimos un libro rojo (que también nos llegó de París). Por otra parte, los ancianos venerables pero de rebeldía juvenil siempre conservarán un atractivo para los jóvenes, y tanto da que ofrezcan consideraciones interesantes como que prodiguen generalidades o tonterías.

En mi ciudad, como en muchas otras ciudades españolas, hubo jóvenes que imitaron a los de la Puerta del Sol y expresaron confusamente su cabreo y su disidencia con todo, expresaron que ellos no formaban parte del juego. El Gobierno de Zapatero permitió las acampadas y no envió la policía, como pedía el PP, pero aquellos jóvenes ya estaban tan lejos de ambos que no distinguían a unos de otros. No les importaba interferir en las elecciones municipales condicionándolas, al cuestionar de ese modo al Gobierno y a los gobiernos locales. En mi ciudad, una señora que, tras la noche electoral en que ganó el PP y desalojó a la alianza de PSOE y BNG, comprobó que los jóvenes seguían acampados exclamó: “Oh. ¡Pero se xa gañaron as eleccións! ¿Por que seguen acampados?” La señora estaba dentro del juego electoral de aquellos partidos, pero los jóvenes de las tiendas no habían ido a votar y muchos ni se habían enterado, se habían puesto en fuera de juego voluntariamente. Estas cosas pasaron.

El tiempo ha hecho su trabajo y la política ha envejecido. “Más vale equivocarse con el partido, dentro del partido, que tener razón fuera de el o contra el”, decía Carrillo, como pensábamos cualquier militante comunista. “El que se mueva no sale en la foto”, repetía Alfonso Guerra descendiendo desde el sectarismo de los creyentes fanáticos a la miseria moral de los que se reparten un botín. Los partidos máquina son viejísimos y descarados y en este tiempo en que todo se muestra y nos cuesta creernos las mentiras apelan a nuestro cinismo y se alimentan de él o de nuestra menesterosidad. Es una relación indigna.

Las cabeceras de prensa madrileñas, que pidieron unánimes la dimisión de Zapatero, celebran o contemporizan con las políticas de Rajoy, pero también invierten en otras carteras de valores. En dos días consecutivos leo en El Mundo y El País sendos editoriales animando a los nuevos dirigentes del PSOE, apostando por un caballo que corra sin caer en “tentaciones populistas” y demás y le gane la carrera a un potro nuevo.

¿Y por qué apadrinan a ese caballo y no a otros? Ah, ellos sabrán.

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