La cosa puede salir bien
Los grandes diarios madrileños han recibido muy mal el nombramiento de Pedro Sánchez como nuevo presidente del gobierno. El ABC, El Mundo y La Razón, con descalificaciones idénticas a las que hizo el portavoz del PP en su brutal intervención parlamentaria final. El País, adivinando que “el nuevo Gobierno es inviable”. Era previsible que esos diarios no se alejaran un ápice de la línea que vienen manteniendo y, en principio, hay que suponer que así lo seguirán haciendo. Pero puede que se queden fuera de juego. Porque lo que ha ocurrido en estos dos días es que la situación política ha cambiado sustancialmente. Y convendría que unos y otros, incluidos los medios, se vayan adaptando a los nuevos tiempos.
Pedro Sánchez, que defendió eficazmente su iniciativa, delineó con bastante precisión el panorama que ahora se abre. Sin radicalismos ni compromisos que no vaya a poder cumplir. Con sentido común. El que hace falta en un momento en el que el inmovilismo y la inepcia de Rajoy y del PP, así como el loco electoralismo vacío de Rivera, habían bloqueado totalmente cualquier posibilidad de afrontar los muchos problemas que tiene España, algunos tan terribles como el de Cataluña. El líder del PSOE ha transmitido la sensación de que no es tan difícil avanzar, al menos un poco, en la solución de este último. Tal vez también por eso, o sobre todo por eso, ahora le golpean tan duramente.
No ha prometido milagros sino cosas factibles. Como iniciar un diálogo con las autoridades catalanas, reconociendo su derecho a existir. Contra lo que durante meses y meses se ha dicho de todas las formas desde esos medios y desde los partidos de la derecha. No ha dicho que va a arreglar el problema, eso hubiera sido tan estúpido como la pretensión de hacerlo a palos, judiciales y policiales, como se preconiza en esos ámbitos. Sí que lo va a hacer dentro de la Constitución.
Veremos qué ocurre en este difícil terreno. Pero ya mismo se pueden intuir dos cosas: que el nuevo tono de La Moncloa va a rebajar un tanto la tensión y partir de ahí las cosas pueden mejorar. Y también que cualquier movimiento del presidente se va a encontrar con la enemiga de la prensa y de los partidos de la derecha, colocadas en ese orden, que los medios van a ser referentes antagónicos del nuevo tiempo político. Preparémonos.
¿Instruirá Sánchez al fiscal general del Estado para que pida el fin de la prisión provisional de los dirigentes catalanes encarcelados? ¿Acabará con el control de las cuentas de la Generalitat por parte del Gobierno central? Si quiere avanzar en el terreno de la distensión es imprescindible que lo haga. Porque ambas son medidas irracionales e injustas y porque una mayoría de catalanes, muchos más que los que están en posiciones independentistas, las consideran un agravio intolerable. Nada es posible sin dar ese paso y el nuevo presidente tendrá que hacerlo si no quiere fracasar. Aunque le vayan a llamar de nuevo Judas.
Puede que la reforma de la “ley mordaza” que Sánchez prometió el jueves genere menos animadversión que cualquier paso que dé en el asunto catalán. Porque ni siquiera todo el PP está de acuerdo con esa barbaridad, que seguramente Rajoy aprobó sin pensar muy bien en qué aberración iba a terminar. Generará polémica en la derecha, y seguramente también en la izquierda, pero es de esperar que la sangre no llegue al río.
Donde también las cosas se le pueden complicar es en el terreno económico. Sánchez ha dicho dos cosas al respecto: que va a mantener el aprobado presupuesto de 2018, que se dice que el Senado en manos del PP no va a rechazar, y que va atender, sin concretar al respecto, las demandas sociales crecientes en relación con los bajos salarios, las pensiones, la dependencia, o la sanidad y la educación.
Ambos puntos están muy vinculados. La decisión de respetar los presupuestos aprobados ha sido decisiva para que el PNV apoye la moción de censura. Pero también es una iniciativa que conviene a los planes del líder del PSOE. Porque iniciar ahora, casi a mitad de ejercicio, el procedimiento parlamentario para aprobar un nuevo presupuesto no tenía mucho sentido. Habría enfangado la acción del nuevo gobierno, habría dado una oportunidad obstruccionista a las derechas y habría generado dudas absolutamente inconvenientes en Bruselas y en Berlín.
El texto aprobado, a la espera del Senado, da un margen de interpretación al gobierno que ha de ejecutarlo. Y si el PSOE quiere hacer reformas en materia presupuestaria, en los gastos y en los ingresos, tendrá la oportunidad de hacerlo con el presupuesto para 2019, que tendría que empezar a discutirse a la vuelta del verano, para que fuera aprobado antes de fin de año. Será entonces cuando los unos y los otros se vean las caras en lo que de verdad importa. ¿Qué gastos querrá aumentar Sánchez, qué impuestos querrá subir y cuánto, qué subvenciones pretenderá recortar o eliminar, cómo pretenderá frenar el crecimiento imparable de la factura de la luz y los privilegios de las eléctricas?
No tendrá más remedio que pronunciarse sobre esas y otras muchas cuestiones. Entre ellas la reforma del sistema de pensiones. Con los poderes económicos y corporativos preparados para armársela, con Europa vigilante –aunque el desastre italiano puede haber rebajado su celo- y con los partidos situados a su izquierda no precisamente dispuestos a ceder en esos terrenos: Podemos ha celebrado el éxito de Sánchez como si fuera suyo, y lo cierto es que ha contribuido mucho a que se produjera, pero cuando llegue el momento de hablar de salarios, de impuestos o de gastos sociales no se va a quedar callado.
La clave de Sánchez está en saber administrar bien los tiempos y los modos. Sin dormirse, porque la tensión social le puede estallar en las manos, pero sin precipitarse. En esto, como en casi todo, el éxito o el fracaso de la gestión del PSOE depende de cómo haga las cosas. Y su inexperiencia en tareas de gobierno no permite hacer ninguna hipótesis. Su capacidad es una incógnita.
Tiene un plazo de dos años. Y todo sugiere que tenderá a agotarlo. Porque le hace falta tiempo y porque ni el PSOE ni ninguno de los partidos que han apoyado la moción quieren que las elecciones se adelanten. El PP, que inevitablemente va a entrar en una crisis de recomposición para elegir un nuevo líder y una nueva dirección, tampoco. Ciudadanos, que lleva una semana sin dar pie con bola, tendrá que esperar. Y no está dicho que cuando llegue su ocasión electoral las encuestas le sonrían tanto como ahora. España ha inaugurado un nuevo tiempo político.