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Cosas que dijimos que no nos volverían a pasar

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Seamos honestos. Llevamos cuatro días del 2021 y muchas de aquellas cosas que, en el 2020, afirmamos haber aprendido, incluso juramos que no volverían a sucedernos, ya están pasando de nuevo.  

Dijimos en marzo y repetimos después, ola tras ola, que había que escuchar a los expertos, a quienes saben de virus, epidemias y enfermedades. Nos cansamos de reclamar que se atendiera a sus advertencias y consejos, que se decidiera siguiendo la guía de los científicos y no otras, que se les permitiera auditar y examinar aquello hecho para determinar aciertos y errores… Pero llevamos semanas ignorando sus avisos sobre la tercera ola, desoyendo sus ruegos para que no celebráramos las navidades como si fueran las de siempre pero con una mascarilla, mientras los gobiernos transformaban sus alertas en recomendaciones y empiezan a imponer ahora las restricciones que debíamos haber impuesto hace semanas.

Dijimos haber aprendido la importancia de contar con buenos servicios públicos y la necesidad urgente de reparar el daño causado por una década de deterioro, descapitalización y desmantelamiento. Se nos cayeron las manos de aplaudir a los sanitarios durante el confinamiento, reclamamos incesantes homenajes para el personal sanitario, el personal de las residencias, el personal del sistema educativo. A los gobernantes les faltaban horas en el día para anunciar nuevas contrataciones y refuerzos. Hoy, además de ignorar olímpicamente sus súplicas para que nos quedemos en casa, solo se anuncian y programan más restricciones: nada de nuevos contratos, más personal y más recursos mientras se despide a buena parte de aquellos refuerzos, contratados con la misma precariedad y temporalidad que ayer mismo nos parecían escandalosas.   

Dijimos haber constatado la estupidez de perder un tiempo que no tenemos en rencillas absurdas, que lo inteligente era trabajar juntos y cooperar incluso con quien se empeña en no hacerlo, que el mejor homenaje a las víctimas era no entrar en el juego de quienes pretenden aprovecharse de ellas. Normalmente las polémicas absurdas empezaban con las cabalgatas de Reyes. Pero este virus lo ha cambiado todo tanto que, en el 2021, ya arrancaron en Nochevieja; al convertir en polémica política el fracaso de la agresiva estrategia comercial de la comunidad de Madrid para imponer su programación de fin de año a todas las demás televisiones en nombre de las víctimas, o su decisión de proyectar la bandera de España sobre la Puerta del Sol; una acción de tanto valor político como la de unos novios que decidan poner el himno de España al finalizar su boda. 

Dijimos durante el confinamiento que habíamos aprendido el valor estratégico de tener industria propia y reducir la dependencia exterior de bienes y suministros. Pero llevamos lo que va de año peleándonos por ver cuántos millones van a tal o cual comunidad comparada con tal otra y ni un minuto dedicamos a debatir en serio, con cifras, estudios y proyectos de verdad en la mano, en qué vamos a invertir los fondos que llegan de Europa. Un ejemplo: Alcoa, en A Mariña de Lugo, la única planta productora de aluminio que queda en España sigue abierta por la decisión de los jueces, no gracias a la incuria de dos administraciones, el gobierno central y la Xunta, incapaces de generar una solución en un año. 

Miremos el lado bueno. Es pronto. Aún estamos calentando. Nos sobra tiempo a todos para que no acabemos el 2021 recontando todas las cosas que dijimos que no nos volverían a pasar nunca más y que nos pasaron de nuevo. Feliz aninovo.

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