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Crónica de un pifostio veraniego en un estado fallido

Dos mujeres con mascarilla caminan por el entorno de la Torre de Hércules de A Coruña. EFE/Cabalar/Archivo

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El verano de 2020 termina con la apesadumbrada certeza de que vivimos en un estado fallido. La sensación abrumadora que late en la sociedad española es la que Italo Calvino acertó a describir en la definición de cualquier historia, que vivimos “una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible”. No más fuertes, sino lo mejor posible. Bracear hasta que la ciencia nos salve con la esperanza de no morir ahogados.

Salimos más fuertes. La campaña del Gobierno del 25 de mayo ya parecía arriesgada entonces, y ahora, con el tiempo, ya parece una broma pesada. Fue imprudente porque se sabía que salir del confinamiento era solo la primera fase de contención de una crisis sanitaria larga. El encierro fue solo el principio, y transmitir el mensaje a la opinión pública de que ya habíamos conseguido acabar con el virus porque ya no morían españoles a cientos fue un error que en septiembre se ha mostrado en toda su crudeza. Somos la región de Europa más afectada por el virus. Otra vez. Y los errores en marzo se podían tolerar, pero ya no.

Los empresarios presionaban. En abril para que reabrieran las tiendas. En junio para que reabrieran las fronteras. Todos aquellos que decían que España había cerrado muy tarde se quejaban porque se estaba reabriendo muy tarde. Llegaba el verano. Y había que recuperar la normalidad para acoger el guirismo. Las playas, las piscinas, los restaurantes, había que correr para dar una sensación de seguridad y atraer cuantos más turistas mejor. Y se hizo de forma apresurada y sin control. En junio, uno de los epicentros de la epidemia era el Reino Unido, pero daba igual, que vengan a Mallorca y Benidorm. Ya no importaba el turismo de borrachera. La primera quincena de julio los turistas en Magalluf hacían lo que siempre han hecho. Y nos escandalizábamos. A lo mejor en el Gobierno esperaban que vinieran a los pubs de la costa a jugar al ajedrez y tomar té. Se les había permitido entrar a los británicos sin cuarentena, y entraron, claro, e hicieron lo que siempre hacen. Cuando la situación epidémica empeoró en nuestro país, fueron los británicos los que no querían que fuéramos. Porque somos los pagafantas de Europa.

En junio, Isabel Díaz Ayuso se levantó de la mesa de educación porque el plan para septiembre incluía la recomendación de mantener la distancia de seguridad en las aulas y eso para el Gobierno de la Comunidad de Madrid era inaceptable porque a lo mejor en septiembre ya no había virus y no era necesario. Aquel pensamiento ilusorio les valió para no contratar profesores, no hacer nada, y después tener que correr en agosto porque, ¡Oh, sorpresa! el virus sigue existiendo. Es que nadie podía haberlo previsto.

La vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, inauguró las terrazas el 25 de mayo, el día del 'Salimos más fuertes', pidiendo a todos los madrileños que salieran a reactivar la economía tomándose cañas y cafés en las terrazas de la capital. Pues allí que se fueron los madrileños, a hacer lo que se hace en las terrazas, y los medios nos escandalizábamos porque los ciudadanos hacían lo que se hace en las terrazas y las administraciones les habían pedido que hicieran. Era muy complicado todo. Tenían entendido que si abrían las terrazas sería para sentarse en una, pedir un café y tomárselo. Pero no, irresponsables.

La Comunidad de Madrid incumplió su propio plan de desescalada adelantando la apertura de las discotecas para poder aprovechar el fin de semana del tres de julio por presiones de los empresarios del ocio nocturno. Solo 26 días después de abrirlo tuvieron que restringir nuevamente su uso. Nada más que tres semanas después. Durante ese tiempo, imágenes de gente en la discoteca haciendo lo que se hace en la discoteca: beber, hablar cerca y bailar. Es que no se puede beber, hablar cerca y bailar. Coño, pues no abras la discoteca. Que cierren los cines porque la gente va a ver películas. Los mensajes siempre contradictorios no ayudan en una crisis sanitaria en la que los mensajes tienen que ser claros, sencillos, directos y concisos. La culpa no es de aquel que entra en una discoteca a hacer lo que se hace en una discoteca, sino de la administración que reabre de forma apresurada las discotecas sabiendo que son una fuente importante de contagios.

Pedro Sánchez, animado por haber desviado las balas que durante la crisis intentaron tumbar el Gobierno, se vino arriba y animó a los españoles a “salir a la calle a reactivar la economía”. En una entrevista del presidente con Antonio García Ferreras aseguraba que los rebrotes eran la muestra de que el control funcionaba y que había que perder el miedo para salir a la calle y animar la economía porque los españoles tenían que aprender a convivir con el virus. Pues eso han hecho. Los españoles han hecho lo que les habéis dicho que hagan, pero pensando que sabíais lo que hacíais. La única prioridad ha sido reactivar la economía de forma inconsciente sin tener ningún tipo de control sobre las medidas que se tomaban y se iban modificando de forma apabullada sin tener claro a qué se enfrentaban. Las mascarillas ahora son obligatorias en todo el país, pero es que hace tan solo un mes en Madrid ni siquiera lo eran.

La desescalada ha sido un desastre sin paliativos, y la razón fundamental del desastre ha sido que los ciudadanos han hecho caso de las recomendaciones de las autoridades locales, autonómicas y centrales. Sin más, se ha hecho lo que se permitía hacer. En el detalle se pueden sacar responsabilidades más precisas y mejor dirigidas de algunos dirigentes autonómicos o cargos del Gobierno central. Pero el plano general es el de la ineptitud, la falta de previsión y dejar que las cosas se arreglaran por ciencia infusa. Esperando a que la divina providencia actuara para sacarles de un problema que les ha superado ampliamente.

Llega septiembre y la pandemia se ha desbocado. Pero ahora la culpa es de los que les habéis hecho caso. Las playas se van a cerrar. En Baleares ya no pueden ir a ciertas horas a disfrutarlas los vecinos. Ya que no vienen los turistas extranjeros, pues se las cerramos a los ciudadanos que viven aquí. ¿Quieres playa? Pues haber sido guiri. Se corrió para abrirlas y que vinieran en tropel allende las fronteras y como ha salido rana pues las cerramos para que parezca que tomamos medidas efectivas y nos ganamos el sueldo. Van a agotar la paciencia de todos.

La consejera de salud del País Vasco, Nekane Murga, ya sabe que los responsables de que haya cuarenta personas en las UCI del País Vasco son los que salieron a tomar copas. Ha realizado una trazabilidad impecable de los contagios y ya tiene la respuesta perfecta. Los irresponsables siempre son los otros. Nada tiene que ver que el Gobierno vasco de Urkullu negó que la situación fuera grave para poder celebrar unas elecciones que tanto le interesaban y transmitir a la población una sensación de falsa seguridad. Unas elecciones que se celebraron mientras negaron el voto a más de 200 personas por haberse contagiado. El plan de desescalada urgente del País Vasco tenía como objetivo celebrar esas elecciones, y les daba igual cuál fuera la transmisibilidad del contagio en aquel momento llegando a asegurar, cuando los brotes comenzaban a producirse, que la situación estaba controlada. Los cuarenta ingresados en la UCI no lo están por la manifiesta irresponsabilidad de Urkullu y Murga, sino por los que se van de poteo.

En Madrid somos la segunda región con más incidencia acumulada de toda Europa, solo por detrás de Aragón, y el lunes ya la habremos superado. Así que después de inaugurar terrazas, buscar rastreadores voluntarios y permitir corridas de todos con aforos del 75% van a tomar medidas drásticas: cerrar los parques de noche, que es cuando no va nadie. Y las piscinas en septiembre, cuando todos los años cierran. Ojalá Murcia cerrando pronto las estaciones de esquí para evitar la propagación del virus.

Empieza el colegio. Y la universidad también, aunque Manuel Castells, ministro de Universidades, aún no se haya dado cuenta. Es la doctrina Gabilondo. Los contagios en las aulas van a contarse por miles por la inacción negligente de las administraciones autonómicas, con alguna honrosa excepción. Sirva como ejemplo el estado de Florida, donde en solo dos semanas ya hay 166 niños en los hospitales afectados por COVID, cuando antes de la reapertura de los colegios solo había habido 433. Es una advertencia que nadie tendrá en cuenta, pero acuérdate de esto si tu hijo es uno de los ingresados. Porque los habrá. Al igual que morirán profesores. Es un hecho.

Pero da igual. Se trata de sobrevivir como cada uno buenamente pueda. Volveremos todos a nuestra rutina distópica en la que se permiten ciertas cosas mientras se prohíben las mismas dependiendo del entorno. Las reuniones de padres de alumnos serán telemáticas porque es peligroso que se junten en un aula donde sus hijos se juntarán en el aula. No podrás juntarte con diez familiares con mascarilla en una terraza a ver un partido de veintidós futbolistas junticos sudando, chocando y sin mascarilla. En Cataluña podrás manifestarte durante la Diada, aunque no puedas ver a tu abuelo. Tendrás que mantener la distancia de seguridad en casa con tu hermano mientras no será preciso que se mantenga en un vagón de metro. No podrás ir en mi coche con tu sobrino mientras podrás estar en una oficina con cientos de compañeros. Llega un septiembre lleno de incertidumbres y con una única certeza: que, si estamos tan mal, es por tu culpa.

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