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Opinión - 'El cuento de hadas del franquismo', por Rosa María Artal

El cuento de hadas del franquismo

26 de diciembre de 2025 21:26 h

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Cada final de año, al anunciar el Gobierno una subida de las pensiones, saltan los ultraliberales defensores de la rapiña de unos pocos a quejarse del dispendio que supone cumplir los compromisos contraídos por el Estado para la jubilación de sus ciudadanos. Para devolver a los cotizantes durante décadas, los que costearon sanidad, educación y las pensiones a otros jubilados anteriores, lo que a ellos les corresponde. Rebuscan argumentos debajo de las piedras si se dedican aparentemente a la economía o se lanzan en plancha desde la bisoñez y el oportunismo a buscar un lugar al sol de los ultraliberales tiempos. Está cosechando grandes críticas -textualmente- el libro de una mujer de 35 años con el pelo de color rosa que, según la publicidad, “retrata a los nuevos jubilados españoles: Se están pegando la vida cañón”. De entrada, decirles que “los mayores” no lo vamos a consentir, pero también que somos testigos de un tiempo que los pazguatos y los fascistas directos dicen añoran. Porque, aunque son dos temas, están muy relacionados: la idealización ultra del franquismo y la tendencia ultra a mermar o suprimir los servicios públicos.

Aunque sin duda se ha disuadido a conciencia el estudio del franquismo en los colegios, a cierta edad todo ciudadano debe haber adquirido por sí mismo conocimientos básicos para vivir en una sociedad que ha sufrido una dictadura. Entiendo que a una serie de malnacidos les parezca estupenda la subordinación de la mujer al hombre a los niveles denigrantes de aquellos tiempos, respirar basura para no mermar los beneficios empresariales o una rebaja fiscal para restar servicios públicos que los ricos pueden en general pagarse. Es decir, una parte de lo que Vox pide a María Guardiola del PP para apoyar su presidencia en Extremadura. Pequeña, porque son 206 las exigencias. Puede entenderse para su mentalidad. El rechazo feroz a la emigración no, porque en el franquismo eran los españoles los que hacían la maleta. Y lo que no tiene el menor pase es decir que se vivía mejor entonces, que se adquirían pisos como en el supermercado las patatas. Es que no, que ni supermercados había hasta los años 70.

Una de las sensaciones a recordar del franquismo era física: el frío. Ahora 5º, como estamos teniendo estos días, incluso 0º se considera una ola gélida insoportable. Había inviernos bajo cero, azotados por el cierzo en Zaragoza que helaba los huesos, y la mayoría de las casas no disponía de calefacción, solo estufas y braseros, y el calor de la lumbre en la cocina. Y había gente a la que le faltaba hasta un abrigo.

La Fundación Foessa, de Cáritas española, hizo un primer informe esencial para radiografiar a la España ya de 1970, antes ni eso era posible hacer. Fueron 1.600 páginas elaboradas por cualificados profesionales. Lo consulté años después para diversos trabajos periodísticos. Nos definían como un país “semidesarrollado y capitalista”. A pesar de la explosión del consumo de los sesenta, el agua corriente no alcazaba a toda la población, sólo al 80%, y apenas un 60% disponían en su casa de baño o ducha –el resto tenía que lavarse con un barreño y agua calentada previamente en el fuego-. Frigorífico y lavadora alcanzaban a algo más de la mitad de los hogares. Los anuncios de la época nos contaban lo generosos que eran algunos maridos al regalarle a la mujer ese electrodoméstico. Menos mal, porque ellos, en casa, no se levantan del sillón y había mucho trabajo en el hogar.

Teníamos un crecimiento demográfico muy alto: más del 10%, como sucede en los países en desarrollo. Mucho más, si son católicos y está prohibida la píldora anticonceptiva. En España, lo estaba. Éramos 34 millones de habitantes y había sólo cuatro millones de teléfonos. Cuarenta automóviles por cada mil personas. Con un reparto profundamente desigual. Madrid, Barcelona -no Cataluña-, Baleares y País Vasco, copaban todas las mejoras al punto de alcanzar niveles europeos, y Galicia aparecía como la comunidad más subdesarrollada -casi el 90% de las casas de Orense, por ejemplo, no disponía de agua corriente-. Aunque también en Tenerife, en Canarias, no llegaban a la mitad las que contaban con luz eléctrica. 1970, faltaban 5 años solo para que muriera el dictador al que añoran.

La mitad de los edificios no disponían de ascensor, pero el 40% -cuando encontré este dato me pareció enormemente definitorio- tenía portero uniformado. Sin duda el poder adquisitivo también era diferente. La población activa rondaba los 13 millones de personas. Sólo el 4% utilizaba el coche para ir al trabajo -el resto únicamente sacaba el automóvil el domingo-, la mayoría se desplazaba en autobús, y un notable porcentaje, un 21%, se trasladaba a pie. A lo mejor por eso tenemos tantos ancianos, aceptablemente sanos y vitales muchos de ellos.

Un estudio de la revista de consumo Ciudadano añadía datos como el salario anual en 1976: 122.400 pesetas (menos de mil euros al año), de las cuales una familia de matrimonio y dos hijos dedicaba 107.000 a la alimentación y 26.000 a la vivienda en sus gastos fundamentales. Había que hacer malabares con esos sueldos. Muchas personas estaban pluriempleadas. 

Comenzó entonces también la obsesión por comprar viviendas, que tanto ha llenado, y llena, algunos bolsillos. La gente se quejaba de la escasez de la oferta o de que se hacían demasiados edificios de lujo y pocos modestos. Ya preocupaba el afán de lucro de los constructores, o la falta de aplicación rigurosa de las leyes.

Apenas en un quinquenio, cuando el 15 de Junio de 1977 votamos por primera vez, algunas cosas habían cambiado. Seguíamos siendo capitalistas pero ya habíamos entrado en el “umbral de la modernización”. Había un millón de parados, de los que muy pocos cobraban desempleo. Los créditos se establecían al 25% de interés -repito: al 25% de interés-, y la inflación, el alza de los precios, se situaba en el 27%.  Así que ese mito de que se compraban pisos como churros nada de nada.  Hubo además una devaluación que mermó en un 20% el valor de nuestro dinero. Las dictaduras -de todos los colores- suelen presentar balances económicos distorsionados que luego hay que enfrentar a la realidad y tambalean el sistema por un periodo indeterminado de tiempo.

Todo eso forma parte de la historia vivida de esos jubilados que tienen “una vida cañón,” O que “se han levantado” una pensión y la paga de Navidad en diciembre, como dice con todo cuajo un pepero, que con gusto les suprimiría.

Si uno no se informa, no deduce, no piensa, es un lastre para la sociedad en sus decisiones, y cuando son muchos, marcando tendencia, un auténtico problema. Y es el que estamos viviendo y nos lleva a este desastre donde, mientras una serie de políticos nos roban la sanidad, la educación, los servicios que hemos ido pagando para lucrarse ellos y su círculo, hay millones de imbéciles buscando culpables entre las víctimas. Un túnel del tiempo haría falta para hacer vivir a todos ellos lo que nosotros vivimos.

El franquismo no es el cuento de hadas en el que creen esos niñatos y esos adultos aprovechados con un guerrero del antifaz al mando, no había hadas para las mujeres quienes con algún hijo bajo el brazo, ponian el puchero en la cocina y la lavadora, siempre dispuestas a que el marido hiciera uso del matrimonio cuando le apeteciera. La involución que está provocando la estupidez es una auténtica tragedia. Y antes de llegar a mayores hará falta que tanto cretino mueva el culo para apañarse su propia vida sin fastidiar las de los demás.

Sí sé que buena parte de los jóvenes que vivimos aquella época -no todos-, teníamos otro espíritu, nos sentíamos actores y adultos, no pasivos espectadores infantilizados. Puede que por necesidad. Y sigo pensando que nada hay que se resista a ese empuje. Nosotros seguimos aquí por cierto.