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¡Cuidado! La tensión política irá a más

La polarización política se adueña del debate sobre la crisis sanitaria

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No hay muchas posibilidades de cara a las próximas elecciones. O Sánchez sigue gobernando con una mayoría parecida a la actual. O gana el PP, más que probablemente con Vox (quizás con algún partido menor), y en ese caso el partido de extrema de derecha exigirá entrar en el Gobierno. Si pasa lo primero, el PP aumentará la tensión (como hizo a partir de 1993, tras perder creyendo que iba a ganar,) y en 2004, tratando de deslegitimar a Rodríguez Zapatero después de ganar el PSOE las elecciones tras los atentados del 11M, y controlar un Tribunal Constitucional caduco hasta que emitiera la sentencia que buscaba sobre el Estatut catalán. Si pasa lo segundo, al menos una parte de la izquierda llevará a la calle su protesta por la entrada de la extrema derecha en el Gobierno y sus consecuencias. La tercera posibilidad, un acuerdo, siquiera parcial, no ya un gobierno, entre PSOE y PP, parece hoy por hoy, imposible, aunque se reclamará desde algunos sectores económicos, y se requiera para las necesarias reformas de la Constitución. Pero tras lo que está ocurriendo estos días, y las trayectorias históricas, será imposible.

La tensión crecerá de cara a las elecciones autonómicas y generales. Y después. La polarización política, la tensión, ha ido in crescendo en los últimos años, no solo en España, donde la polarización ha aumentado un 35% en los últimos cinco años, según un estudio multidisciplinar de +Democracia y la consultora Llorente & Cuenca. La considera una adicción, una nueva “droga social oculta”, derivada de una confluencia de factores, entre otros el impacto de las redes sociales (que polarizan y alimentan el odio: caso paradigmático es Facebook (Meta), no ya por su papel en las manipulaciones de Cambridge Analytica en EE UU y Reino Unido, sino que ha sido demandado por 2.000 millones de dólares por fomentar el odio, la violencia y muertos en la guerra civil en Etiopía. El informe sobre la “droga oculta” se centra en España e Iberoamérica, pero en EE UU es una tendencia que lleva tiempo, una decena de años, aunque llegó a su paroxismo con Trump -en EE UU la radicalización está sobre todo en la extrema derecha-, y afecta ya no solo al debate político sino incluso a la elección de en qué entorno vivir; cada vez más gente se niega a compartir vecindad con personas de otras preferencias políticas. 

Dicho esto, en España hay mucho ciudadano harto de las tensiones que atribuyen a la política, a los políticos. Muchos, además, no entienden lo que está ocurriendo con el Tribunal Constitucional y con el Consejo General del Poder Judicial, salvo que hay una lucha de poder político, que merma la imagen de la independencia judicial. Según una encuesta de Metroscopia del mes de septiembre, una mayoría de ciudadanos lo que pide es que los políticos, como pedía Ortega y Gasset a los argentinos, se dediquen “¡a las cosas!”, es decir, a resolver sus problemas. “Un masivo 82% de los españoles considera que, en estos momentos, el Gobierno debería priorizar la gestión sobre la ideología”, señala Metroscopia, y solamente un 26% piensa que esté haciéndolo. Lo que vale también para la oposición. Pues una encuesta tras otra arroja que la mayor desconfianza de los ciudadanos es en los partidos políticos, necesarios, pero que han de mutar. Javier Pradera solía decir que la democracia es un sistema para resolver pacíficamente conflictos de intereses en la sociedad. Lo es, pero necesita ser mucho más: una manera de resolver pacíficamente los problemas de esa sociedad, “las cosas”. Sino, fracasará.

Donde se ha reducido algo la polarización -aunque esté por ver cuánto durará- es en Cataluña, sobre todo a raíz del indulto a los responsables condenados y encarcelados por el referéndum ilegal de octubre de 2017. Y en el País Vasco. Aunque por debajo sigan tensiones, pero de otro tipo que las presentes en el resto de España, quizás por la pérdida de presencia del PP (aunque Vox ha crecido) en ambas comunidades.

No se trata solo de un eje izquierda-derecha. En la derecha hay tensiones entre el PP y Vox que están provocando una radicalización de ambos (además de intentar atraerse el voto del desapareciente Ciudadanos, lo que rejuvenece el voto a los populares). A la izquierda del PSOE entre Sumar (aún un proyecto) y Podemos. Y en el propio PSOE.

La polarización irá a más, por las razones antes señaladas, y por la estrategia de la derecha de deslegitimización de Sánchez, de su Gobierno y de sus mayorías parlamentarias con las que se han sacado adelante muchas medidas, muchas buenas (aciertos que la oposición se niega a admitir), otras menos. Y por la creencia de los estrategas de Sánchez de que la radicalización de la derecha que supone Vox y la perspectiva de que este llegue al Gobierno -aunque la extrema derecha se ha blanqueado en Europa-, beneficiará a la izquierda y, concretamente al PSOE. Pero, como decimos, España no es tan diferente. Lo mismo, o parecido, está ocurriendo en otras democracias supuestamente liberales, en muchas de las cuales la lucha por el control de los tribunales constitucionales es central. 

Se necesita desinflamación política general. Mas lo previsible es más inflamación.

Lo seguro es, aunque solo sea por cansancio, que antes o después habrá cambios de mayorías, no ya simples alternancia pues se trata de algo más complejo, con más actores. Tras unas llegarán otras, y tras estas, otras más. Parece mentira que no se haya aprendido. Por lo que sería conveniente, pero no esperable, más consensos en más cosas, sobre todo institucionales, entre más fuerzas políticas. 

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