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Dejen de soñar, el bipartidismo ha muerto

Pedro Sánchez y Pablo Casado en La Moncloa. EFE

Rosa María Artal

Sueñan con resucitar el bipartidismo. En España y en Europa, si pudieran. Pero al bipartidismo lo mataron los dos partidos que lo formaban. Sus políticas. Baste mirar, en el pasado reciente aunque va mucho más allá, el austericidio que obligó a pagar a los ciudadanos lo que ellos llamaron crisis. Su crisis, por cierto. Conservadores y socialdemócratas no dieron soluciones. El abanico se abrió. Con más actores, más partidos. Algunos tan chirriantes como los ultraderechistas que configuran el neofascismo de nuestros días.

La UE ha precisado la cumbre más larga de su historia –a la par que la que alumbró tan malamente el Euro– para elegir sus cargos por las tensiones entre los bloques. El grupo de los Populares europeos conserva la presidencia de la Comisión, con la alemana Ursula von der Leyen, apeando al candidato socialdemócrata. Lo que ya ha ocasionado críticas. La UE da la presidencia del Consejo a un liberal. El poderoso BCE a Christine Lagarde que deja el FMI. Para decir que hay dos mujeres en cargos de relevancia, si es que el talante de Lagarde difiere de cualquier tiburón masculino. Y Josep Borrell llega a dirigir la política exterior de la Unión, con sus especiales dotes diplomáticas. Sánchez ha dicho en rueda de prensa al concluir que España debe aprender de estos pactos, precisamente. Mucha derecha, y pocos cambios sustanciales.

En España el empeño de volver al bipartidismo es tan obtuso que más parece apelar a la ceguera mental de los votantes que a una realidad en la que crean PSOE y PP. Sería realmente grave si de verdad ignoran los signos y creen que es viable ahora. Si de verdad piensan que los felices días –para ellos– de su hegemonía y mandato alterno van a volver. En nuestro caso, se añade la singularidad de algunos territorios que se comportan de forma autónoma desde hace décadas, aunque no quieran verlo.

Las encuestas les dicen que en unas eventuales nuevas elecciones bajarían Ciudadanos y Vox. Y lo dan por bueno a pesar de la intensa cocina demoscópica. Así Pablo Casado aspira a desbancar a sus ahora socios de la triple derecha. Su objetivo es “restaurar” el bipartidismo. A pesar de haber obtenido el peor resultado de la historia del PP. Recordemos, dado como se disuade la memoria, que el partido de Pablo Casado ha perdido la mitad de los diputados del Congreso y dos tercios de los senadores y que eso le ha llevado a una bancarrota económica. En dinero (público) son 257.430 euros al mes. En Catalunya, el PP se quedó con un escaño, uno. Con ninguno en el País Vasco, perdió hasta los dos obtenidos en 2016.

El PP ha jugado bien sus cartas para obtener ayuntamientos y comunidades, a pesar de sus poco brillantes resultados también en esos comicios. A costa de pactar con Vox, que nadie lo olvide. El plantel que presenta para recuperar el bipartidismo cuenta como una de sus más fulgurantes estrellas con el alcalde de Madrid. La capital del reino, villa y corte siempre es un puntazo para el palmarés.

Almeida es el alcalde que mayor rechazo ha concitado en menor tiempo en la historia de España. Guiado por un afán vengativo y revanchista, solo parece pensar en barrer todo lo hecho por la corporación de Manuela Carmena. De ahí que se haya lanzado a suprimir Madrid Central, el área con tráfico restringido de Madrid. Ha aumentado el tráfico, la contaminación, el tiempo invertido por los autobuses en sus trayectos, las protestas ciudadanas. Tuvo el cuajo de no abrir espacio para los manifestantes que fueron entre vehículos. Y de reírse de Greenpace a quien acusó de ser unos desocupados por manifestarse. La arbitraria medida, contra el signo de los tiempos, contra la salud, es noticia internacional.

El dislate Almeida, plegado a Vox, carga contra los colectivos LGTBI, contra el feminismo, contra los desahuciados, contra los “chiringuitos” progres... que velan por los Derechos Humanos.

A cambio, ofrece a los madrileños recuperar el “sueño olímpico” que enterró ya 6.500 millones de euros. La vicealcaldesa de Ciudadanos, Begoña Villacís, vende los pianos Almeida con la mejor de sus sonrisas cómplices. Y se apunta hasta a aplaudir que reviertan una zona peatonal para que vuelvan a aparcar coches en ella.

En la Comunidad de Madrid, donde Vox fuerza acuerdo triple y firmado, la candidata Díaz Ayuso añade a su mirada despierta en luces tan Almeida, el pufo del piso paterno. Son las estrellas del PP, propulsadas por Pablo Casado, que dice va a restaurar el bipartidismo.

Los movimientos de Pedro Sánchez van en la misma dirección. En el baile de declaraciones de estos días –textual: pasos adelante, pasos hacia atrás y media vuelta– predomina la idea de gobernar solo y sin apoyarse ni para la investidura en los nacionalistas. Las matemáticas, sin embargo, son exactas, pocas cosas lo son tanto como los números. 123 diputados son 123 diputados los pongas del derecho o del revés. Y la mayoría está en 176. Con la suma de los 42 de Unidas Podemos la meta está más cerca: son 165 que pueden encontrar 9 apoyos sueltos para cualquier decisión de importancia.

No es difícil suponer que Pedro Sánchez tiene presiones internas dentro del partido y externas en el ámbito de los grandes poderes. El principal poder debería ser la sociedad soberana que vota a sus representantes. Puede haber, los hay seguramente, hasta desencuentros de piel con Unidas Podemos. Usen guantes, pónganse crema, crezcan. Porque no habrá mucho mejor resultado si se repiten elecciones. El bipartidismo ha muerto, dejen de soñar en su resurrección. Al menos inmediata y por este camino.

Los partidos tradicionales se han desplomado como evidenciaron las elecciones europeas, de ahí las tensiones para los altos cargos. La suma de PPE y socialdemócratas perdió la mayoría absoluta por primera vez en la historia. Pero es que ¿Ya nadie se acuerda de lo que hicieron a partir de 2008? Ni refundar el capitalismo, ni acabar con los países fiscales, ni con privilegio alguno de los causantes de la crisis. La tijera de los recortes se adueñó de la política europea, con mayor incidencia en los países que arrastraban sus propias crisis. Creció la ultraderecha a niveles preocupantes. Y los verdes, y los liberales. Esta convulsión es consecuencia de las políticas del bipartidismo. Nada va a cambiar. A mejor. El reparto de cargos no hará si ahondar el divorcio con la ciudadanía.

La mayor parte de los países europeos son gobernados por coaliciones de hecho o mediante acuerdos. Con pocas excepciones. En Grecia, se apunta una mayoría absoluta de los conservadores de Nueva Democracia. Abrasada por el bipartidismo, castigada a muerte por Bruselas al punto de haberle pedido disculpas, sometida la izquierda de un Tsipras que intento lo imposible –poco, bien es verdad–, retorna al redil para empezar otra vez.

La ultraderecha baja en Europa, al menos. Aunque está. Está para aquellos seres que culpan a la emigración de sus males o que ni siquiera los consideran en su universo, los que han alentado a quienes han dejado morir a 32.000 personas en el mediterráneo, 1.600 niños entre ellos, desde 2014. O para quienes, en España, vivieron al calor del franquismo genocida y sacaron provecho para sí y sus descendientes. Y está, aunque baje, para desestabilizar el sistema por cualquier procedimiento. Con el altavoz de las instituciones y de los medios.

Los ciudadanos buscan otros caminos al bipartidismo. Buscan en realidad a quien se encargue de sus necesidades. Es lo que cuenta aunque muchos de los implicados no actúan como si lo supieran. Y lo que es todavía más grave: sin ser conscientes del momento que vivimos y de adónde conduce este camino. Una ciudadanía no puede sobrevivir con estas frustraciones continuas, inacabables al parecer. Y ya tira por la apatía o por los delirantes neofascismos. Teman el día que se decante definitivamente por esa idiocia que, hueca y alumbrada por flashes, ya está llegando a las instituciones.

Por si no ha quedado claro: el bipartidismo ha muerto y repetir elecciones no hará sino matar la política, más de lo que está.

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