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Deprimente “regeneración”

Andrés Ortega

Hay algo deprimente en el término “regeneración” (democrática). Lo acuñó Joaquín Costa hace más de un siglo. Lo continuó la Generación del 14. ¿Significa esto que algunos de los problemas de nuestro sistema político vienen de entonces o incluso de antes agravados por lo de después (el franquismo y que la democracia no los ha sabido resolver? ¿Son sempiternos? ¿Están en nuestro ADN? ¿Se han reproducido? ¿Se han, ahora sí, regenerado (“reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo de sus partes perdidas o dañadas”, en segunda acepción de la RAE)? Es triste comprobar que algunas de las cosas que decían los regeneracionistas de hace más de un siglo, tienen validez hoy. Como el aviso de Ortega y Gasset en su conferencia “Vieja y nueva política”, en 1914, de que “las nuevas generaciones advierten que son extrañas totalmente a los principios, a los usos, a las ideas y hasta al vocabulario de los que hoy rigen los organismos oficiales de la vida española”. De nuevo.

Y ello a pesar de que España ha cambiado en profundidad. Es democrática, aunque cada vez más preocupantemente posdemocrática. Pero las oportunidades para la corrupción política se han agigantado. No solo los partidos políticos necesitan cada vez más dinero para sus campañas y para funcionar, sino que la tarta del gasto público ha crecido sobremanera, sin los correspondientes suficientes controles. En 1914, el gasto público representaba en España en torno al 7% del PIB. Un siglo después, en torno a un 45% de un Producto Interior Bruto mucho mayor, y repartido en muchos más niveles. En 1914, había un sistema clientelar, pero, de otra forma, lo hay también en 2014, y cuando hay muchos más cargos, empleos y contratos públicos que repartir a todos los niveles.

La acumulación de casos de corrupción –ahora más en el PP pero que atañen un gran parte del espectro político, sindical y empresarial- daña no sólo nuestra imagen y nuestra reputación como país, sino también nuestros intereses. Los países del norte de Europa pierden la confianza en España y en otros países del Sur. Como señala un alemán, les caemos bien y les gusta venir aquí, pero no se fían nosotros. Justamente lo contrario de lo que nos pasa con Alemania en estos tiempos: nos fiamos de ella, pero no nos cae bien pues la vemos como responsable de la política de austeridad. Pero cuidado, la corrupción puede favorecer la continuidad de la austeridad si se frena el gasto público europeo en España que se está finalmente diseñando en Bruselas.

Estamos ante el agotamiento del sistema. La Transición logró mucho, pero el sistema debió reformarse (funcionamiento de los partidos, sistema electoral, controles sobre los gastos a todos los niveles) ya en los años 90 como apuntaban entonces Javier Pradera y otros. No hacerlo entonces llevó a lo que ahora está saliendo. No se logrará verdaderamente mucho sólo con cambios de leyes. Es necesario un cambio en la cultura democrática, pedagogía que la Transición olvidó. Y ese cambio será forzosamente lento. Mucha gente ha seguido votando a políticos corruptos a sabiendas de que lo era. ¿Ha cambiado algo al respecto de la mano de la crisis? Probablemente sí.

Regeneración implica también la idea de volver a un tiempo anterior, antes de la degeneración. Pero a veces se olvida que los sistemas políticos, también los democráticos, decaen, degeneran, porque se repatrimonializan, se clientelizan, sus instituciones se desfuncionalizan, como bien lo estudió hace años Samuel Huntington, idea que ahora ha actualizado Francis Fukuyama, en un interesante y muy documentado libro (Political Order and Political Decay, 2014).Pero si lo hubo, ese tiempo no volverá. Hay que inventar uno nuevo.

Y hay dos formas de construirlo: por reforma o por ruptura. Somos muy dados a lo último. Los que utilizan el término regeneración apuestan por lo primero. Y, sin embargo, sus propuestas de reformas son insuficientes. Desde luego las del Gobierno del PP tantas veces anunciadas, pero también, aunque lleguen más lejos, las 33 que ha presentado el PSOE. Hay que ser mucho más osados, lo que implica pisar muchos callos de intereses creados. Para empezar de los propios partidos y del sistema electoral. La alternativa es una ruptura. Dejemos de hablar de regenerar para hablar de transformar.

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