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La derecha no ha ganado ninguna batalla

Imagen de archivo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante el pleno del Senado el pasado 21/12/2022 . EFE/ Kiko Huesca
22 de diciembre de 2022 22:13 h

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A la vista de la vorágine de los últimos días y semanas, algunos empiezan a pensar que el horizonte de las elecciones generales de dentro de un año sea algo casi imposible de alcanzar. Hasta las elecciones regionales y municipales parecen demasiado lejanas, pues se teme, y no sin motivos, que antes de esa fecha puedan producirse acontecimiento que den al traste con los calendarios. Sin embargo, tras un análisis mínimamente sereno, esos temores, si no desaparecen del todo, sí se relativizan. Y empieza a pensarse que lo más probable es que no haya cataclismos, que lo previsto se cumpla y que la feroz batalla que en estos momentos se está librando se dirima en donde tiene que hacerlo: en las urnas.

Es más, puede que ese escenario normal y previsto sea justamente lo que motiva la salvaje actitud que la derecha viene mostrando no desde ayer, aunque últimamente se ha intensificado, sino desde hace más de cuatro años, cuando la izquierda la desalojó del poder. La inaudita maniobra del PP para evitar la reforma del Tribunal Constitucional tiene así un objetivo en el que esas elecciones, las de mayo y las de dentro de un año, juegan un papel importante. Porque, con sus añagazas, lo que pretenden Feijóo y los suyos es que el poder en la justicia no cambie de manos. O, cuando menos, que tenga que ser compartido con la izquierda, antes de que ellos ganen las elecciones, un supuesto que es la clave de bóveda de toda su estrategia

Sin embargo, la victoria de la derecha en las elecciones locales, regionales y generales no es un dato que esté garantizado, ni mucho menos. Más allá de las disquisiciones sobre la solvencia del CIS - cuyas encuestas, sin embargo, son las más citadas y utilizadas por los demás institutos- la generalidad de los sondeos que se vienen publicando no proporcionan un resultado claro en ninguno de esos comicios y ninguno de ellos da por sentado que una de las partes, y más concretamente la derecha, vaya a ganar.

Hay partido, por tanto. Este es un dato fundamental de la situación. Porque también explica los nervios de la derecha. Su temor a no ganar es lo que motiva sus brutales intentos de modificar por las bravas o con la mentira y la propaganda el statu quo actual, en el que el Gobierno de izquierdas no se encuentra particularmente desfavorecido. El alejamiento, parcial y no definitivo, del fantasma de la recesión ha debido de ser muy mal recibido en los cuarteles del PP que hasta hace poco basaban toda su ofensiva en anunciar una catástrofe económica que no parece que vaya a producirse.

La pregunta que ahora inquieta a mucha gente en España es qué va a hacer el PP a la vista de que su ofensiva sin cuartel y sin miramientos contra el Gobierno no está dando resultados. Porque hasta la muy antidemocrática y escandalosa maniobra para frenar un cambio de personas en el Tribunal Constitucional puede quedar en agua de borrajas dentro de dos o tres meses si la ley que prepara el Gobierno termina aplicándose y las sustituciones terminan llevándose a cabo… antes de que se celebren las elecciones.

Más de uno estará reflexionando en esa dirección dentro del PP. Lo que inquieta es que esos u otros estén pensando que lo que hay que hacer es provocar un nuevo trauma para dejar KO a la izquierda. Visto fríamente, el actual panorama político español reúne alguna de las condiciones que han propiciado un golpe de Estado en otros países, y también en el nuestro.

Pero solo algunas. Es cierto que una parte no pequeña de la derecha social, de los votantes del PP y de Vox, están más radicalizados que en la mayoría de los momentos de los últimos 40 años. Y que no pocos de ellos estarían dispuestos a apoyar cualquier solución que apartara del poder a la izquierda y a los nacionalistas e independentistas. Es cierto también que ese radicalismo se extiende en algunos cuerpos de seguridad y que no pocos altos funcionarios están por fórmulas similares.

Pero hay varios elementos que afortunadamente se contraponen a esas realidades preocupantes. Uno de ellos es que nunca se ha dado un golpe de Estado solo con policías y guardias civiles y que estos, en el supuesto de que estuvieran unidos, lo cual no parece que se esté produciendo, no podrían triunfar sin el apoyo y la dirección de las fuerzas armadas. Y ahí, según se nos ha contado una y otra vez, cabe estar relativamente tranquilos. Por las reformas y cambios generacionales que se han producido en su interior, por la pérdida de efectivos y reducido despliegue a escala territorial en que el ejército de tierra se encuentra en estos momentos. Esa es la versión oficial de las cosas, pero parece que tiene sólidos fundamentos.

Es cierto que una parte no pequeña del electorado de izquierdas no está de acuerdo con los pactos con el independentismo catalán que son el caballo de batalla de la derecha. El Gobierno no tiene más remedio que reducir ese impacto. No rompiendo con Esquerra, pues la normalización de la situación en Cataluña es un objetivo demasiado importante como para jugar con él. Sino reduciendo al mínimo el protagonismo público de ese acuerdo para no excitar más a los que están en contra del mismo.

La gran baza del Gobierno de cara a las elecciones sigue siendo el Boletín Oficial del Estado y la política destinada a favorecer la actividad económica y a reducir el impacto que la crisis está teniendo sobre los más desfavorecidos y, en general, sobre las clases trabajadoras. La comunicación del Gobierno debería pivotar en torno a ese empeño y perder la vergüenza a hacer toda la propaganda que sea necesaria para ello.

Otro requisito imprescindible para afrontar la dura batalla que se avecina es que el Gobierno esté unido y hable con una sola voz. Por el momento no cabe hacer previsiones sobre si eso va a producirse.

Otro más es no perder los nervios por muy dura que parezca la situación. Pedro Sánchez está dando una lección en ese sentido y es muy probable que su serenidad esté teniendo un efecto positivo en la actitud de la gente que potencialmente estaría con él. Aunque irrite, y no poco, a la derecha. 

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