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Cómo las derechas dominan la conversación, también en la frutería

Un puesto de frutas y verduras de un mercado de Sevilla.

Isaac Rosa

11 de julio de 2023 22:43 h

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Supongo que también te pasa a ti: estás esperando turno en la frutería o en el centro de salud, echando un rato en el parque de perros con otros dueños o en los columpios con otros padres, desayunando con compañeros de trabajo o en un chat de WhatsApp, y de pronto alguien empieza a hablar de política. Invariablemente el que empieza la conversación es votante de las derechas, y entra con todo, sin prudencia, dando por hecho que encontrará complicidad en los demás. Suelta un par de frases hechas, de argumentario político o cosecha de tertuliano. Lo habitual es que en seguida encuentre quien lo secunde, y entre los dos (o algunos más) se jaleen y vayan subiendo el tono mientras encadenan tópicos sobre el sanchismo, Bildu, el Falcon, el solo sí es sí, hasta que al final ya no se pueda hablar de otra cosa.

Lo hacen con tanta frecuencia, y parecen tan coordinados entre ellos, que a veces sospechas que responden a un plan, que hay alguien ahí arriba dando instrucciones, distribuyéndolos por los sitios concurridos y repartiendo argumentarios: “venga, tú hoy vas a la frutería, tú al parque de perros, y tomad, estas son las frases del día…” Como en las redes sociales, donde en muchos casos las campañas sí responden a planes, instrucciones, repartos y argumentarios que corren por grupos de chat. Pero en la calle no, ahí no hay mano negra: les sale solo. Lo da el ambiente. El político y mediático, pero también el ambiente de la calle, que se retroalimenta y alista nuevos miembros a la causa.

Que las derechas están hipermovilizadas y dominan la conversación pública es una obviedad. La pregunta es: ¿qué haces tú en esos casos? Pues imagino que lo mismo que yo: callar. Intentar cambiar de conversación. Hacer como que no oyes. Largarte. Y ahí se quedan, con toda la conversación para ellos, sin réplica. A veces te apetece responder, porque además lo ves fácil: sus argumentos son endebles, un tópico tras otro, datos falsos, bulos, tertulianadas sin fundamento que no resistirían la confrontación con la realidad, con hechos, con datos. Alguna vez lo intentaste, objetaste, discutiste, pero la experiencia te quitó las ganas de repetir. En el mejor de los casos no sirvió para nada. En el peor, acabaste en bronca. Te sentiste tan incomodo y avasallado como Sánchez en el debate del lunes, ante el chorreo de falsedades de Feijóo. Pero en tu caso sin moderadores. Así que mejor pasar del tema, callar, hacer como que no oyes, largarte.

Las derechas llevan tiempo monopolizando la conversación pública y generando una sensación victoriosa, de ser mayoritarios, abrumadoramente mayoritarios, de poner voz al nuevo sentido común. Y aunque hay muchas causas para ello, en cierta medida lo consiguen porque las izquierdas callamos, pasamos, nos largamos. Sucede en la calle, y también en la política y en los medios, donde las derechas van con todo, al ataque, irresistibles, con mentiras si hace falta; mientras las izquierdas van un paso por detrás, a la defensiva, con propuestas y balances de gestión. Tanto en la calle como en los parlamentos y platós, unos avanzan mientras otros se repliegan. Unos avanzan porque otros se repliegan. Y acaban generando sensación de que son más, de que son mayoría, de que su victoria es inevitable; y la consecuente desmovilización del votante de izquierda, condición necesaria para que gobiernen las derechas.

No sé si estamos a tiempo, quedan once días para las elecciones. No podemos reconquistar todo el terreno cedido durante meses, años. Pero al menos no insistir en replegarnos, en callar, pasar, largarnos. Lo mismo en los debates y mítines que en los platós, pero también en la calle. Quizás deberíamos responder al de la frutería, el parque o el grupo de WhatsApp. Quizás nos sorprenda descubrir que no estamos solos, y que, aunque hagan más ruido, no son la mayoría social.

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