La verdad detrás del ruido y de las bromas
Algún día se hablará de la gran responsabilidad que tienen los medios de comunicación en la creación del estado de desánimo y de desinterés en el que la ciudadanía española ha caído en los últimos tiempos. La banalización de todo el material informativo, la ridícula pretensión de convertir cualquier cosa en algo gracioso o la broma y la carcajada constante que marcan cualquier programa televisivo aumentan cada día más la distancia entre la realidad y los medios y privan a los ciudadanos de ese bien imprescindible que es la información sobre lo que realmente está pasando.
En los últimos tiempos hasta se ha dejado prácticamente de hablar de política en los medios. A no ser que haya una noticia que se pueda convertir en un follón, casi siempre forzado, pero que puede dar juego durante unos días. La reforma laboral ha empezado a salir cuando se ha visto que el Gobierno podía tener dificultades para que se la aprobara el Parlamento. Antes no era noticia que se estuviera discutiendo, durante meses, sobre las condiciones laborales de millones de españoles y de lograr mejoras que, aunque parciales, pueden ser importantes para quien vive con un salario justito o insuficiente. La desinformación ha sido tan grande que es probable que la gran mayoría de la opinión desconozca absolutamente el contenido de la reforma.
Con la pandemia pasa algo parecido. Porque también este drama se está banalizando. Las ocurrencias de los antivacunas o de los negacionistas, los extranjeros, sobre todo, que aquí la cosa no luce mucho, tienen casi tanto espacio, o más, en los informativos televisivos que la actuación de nuestros científicos o sanitarios en contra de la plaga. Y el despiste es enorme. Hay cada vez más gente que está convencida de que el covid es poco más que una gripe, que más o menos todos terminaremos contagiándonos, y que no pasa nada.
La idea de una futura “gripalización” del drama que el Gobierno se ha sacado de la manga sin base y sin criterio ha debido de contribuir a ello. Lo cierto es que los medios la acogieron como agua de mayo, para horror de los expertos y los médicos. Y otra cosa no menos importante para conformar ese ambiente de banalización creciente en torno a la pandemia: el que las cifras de muertos, unos 150 al día, prácticamente se ocultan en los informativos, cuando debería ser una cuestión muy destacada en ellos, ya que indica algo definitorio: que el covid mata y mucho, que no valen paños calientes con el asunto. Por mucho que a los poderes convenga que el personal no ande asustado.
No se puede pedir a unos medios que están en manos de capitalistas de miras muy estrechas que se interesen por cuestiones que afectan a la gente que peor lo está pasando. Por ejemplo, de la sistemática reducción de los salarios reales desde hace dos décadas y más en los últimos años. Entre otras cosas porque también hay asalariados en los medios y los patronos no se van a prestar a apoyar sus reivindicaciones.
Pero sí exigirles un poco de decencia y que no se lancen con entusiasmo a destacar cualquier declaración que alerte sobre el peligro que en estos momentos tendrían las subidas salariales que podrían estar dispuestos a pedir los sindicatos. Entre ellas, las de inefable gobernador del Banco de España que este jueves mismo se ha apuntado a esa causa. Veremos qué dirá cuando el Gobierno anuncie la subida del salario mínimo. La vez anterior se cubrió de gloria asegurando que iba a provocar males que nunca se han comprobado.
La crónica de lo que está ocurriendo se escribe también con los materiales de la desinformación que nos anega. Descubrir lo realmente existente entre tanta farfolla no es tarea fácil. Pero esforzándose un poco se llega a ello. Aunque cada vez se hable menos de política: porque las campañas del PP contra el ministro Garzón, que hizo increíblemente mella en Pedro Sánchez y varios ministros socialistas, o sobre el reparto de los fondos europeos, no son política sino agitación anti gobierno sin bases reales.
Y lo que está ocurriendo es que el Gobierno de coalición aguanta sin mayores males y que la coalición PSOE-Unidas Podemos también resiste por mucho que los medios de la derecha se empeñen en decir que está a punto de romperse. El paso del Decreto-ley de reforma laboral por el Congreso no debería ser motivo de que esa situación se alterase significativamente. Porque Sánchez, con la aquiescencia de Yolanda Díaz, debería encontrar la manera de que el PNV y Esquerra terminaran votando afirmativamente, sin que los cambios que para ello introdujera en la ley provocaran una ruptura con la CEOE. Eso sería lo normal. Y es lo más probable.
Una vez le dijeron al oscuro pero listísimo dirigente democristiano italiano Giulio Andreotti: “Estar en el gobierno deteriora mucho”. A lo que él contestó: “Pero deteriora más estar en la oposición”. Esa idea puede valer también para la política española de nuestros días. Porque la guerra de las encuestas no consigue alumbrar otra cosa que el Gobierno de izquierdas no ha perdido ni mucho menos la batalla. Que el resultado de las futuras elecciones generales, que en condiciones normales será dentro de más de un año y medio, todavía es una incógnita. Y que la derecha no lo tiene ganado, por mucho que en sus ambientes se empiece a hablar con entusiasmo del futuro “cambio de régimen”, y por mucho que el PP vaya a ganar en Castilla-León y más adelante en Andalucía.
Sí, el resultado de esas elecciones lo va a decidir una masa de no muchos millones de ciudadanos, posiblemente alguno más que en ocasiones anteriores, que aún no sabe qué partido tomar, o le importa muy poco hacerlo, y que sólo se decidirá en el último momento, si lo hace. El estado en que se encuentre en ese instante la pandemia o los precios, o los salarios y el orden público, influirán mucho en su opción. Pero seguramente más que los gritos y las mentiras a esa gente lo que le importará es descubrir quienes garantizan mejor sus seguridades.
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