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A su entierro de paisano asistió Gallardón

Isaac Rosa

Pues empezamos bien en eldiario.es, vaya. Con lo que cuesta montar un medio de comunicación, con la crisis publicitaria tan gorda y lo mal que anda la profesión, y encima nos dimite en todo lo alto Esperanza Aguirre pocas horas de salir al aire. No lo digo porque nos haya obligado a todos a cambiar el paso y escribir sobre ella a marchas forzadas, sino porque nos hace un descosido importante, nos chafa un montón de artículos, reportajes, columnas y tuits que se escribían solos gracias a la lengua suelta y los manejos de Aguirre, que siempre era un regalo para los opinadores.

Sí, es verdad que Ignacio González tiene un aire siniestro y muchas sospechas alrededor, pero nada será igual.

Ayer, mientras veía una y otra vez el video de la dimisión hasta creérmelo, tarareaba sin querer una vieja canción de Joaquín Sabina, de sus años en La Mandrágora. Los más viejos la recordarán, se llamaba “Adivina, adivinanza”, y se refería a la desaparición de un gobernante que, aclaro, nada tiene que ver con la ex presidenta, pero que, como ella, acumulaba por igual legiones de aduladores, de enemigos y de víctimas.

El video de la canción está aquí, para que hagan memoria y la conozcan los más jóvenes.

La canción de Sabina era un juego, a la manera del infantil “adivina, adivinanza”. En ella se cuenta quiénes asistieron al entierro del muerto para llorarle, y quienes en cambio celebraron su desaparición con champán. Y atendiendo al listado de unos y otros, tanto de partidarios como de detractores, es fácil adivinar el nombre y apellidos del ilustre muerto.

Sin darme cuenta, fui cambiando sobre la marcha la letra, adaptándola a la vida política de Aguirre, y pensando en quiénes la llorarán y quiénes en cambio brindarán por su muerte política. Repito: su muerte política, es decir, su retirada. Que del resto le deseo larga vida a doña Aguirre.

Más o menos saldría algo así (léanla teniendo de fondo la canción original para seguir la música):

Mil años tardó en marcharse, pero por fin dimitió. Los usuarios de lo público están de fiesta mayor. Seguro que está en el cielo neocon, a la derecha de Thatcher. Adivina, adivinanza, escuchen con atención.

A su entierro de paisano asistieron Gallardón, Paco Granados y Manolo Cobo, medio ocultos tras un árbol. En la primera fila de los dolientes estaban el jefe de la patronal madrileña, Arturo Fernández, del brazo del maltrecho Gerardo Díaz Ferrán, que cojeaba mientras murmuraba “Esperanza es cojonuda, Esperanza es cojonuda”. Tras ellos, en procesión, los consejos de administración al completo de las principales constructoras, los propietarios de colegios privados, además de Rodrigo Rato encabezando el consejo de Caja Madrid al completo y de riguroso luto.

Sheldon Adelson llegó del brazo del Bigotes, acompañados por la pareja Tamayo-Sáez, mientras Correa observó la comitiva desde un coche con los cristales tintados aparcado a pocos metros. Propietarios de suelos recalificados, alcaldes de decenas de municipios que multiplicaron su oferta de viviendas por cuatro o por cinco, directivos de grandes superficies, disputaban por arrojar una flor. Varios jefes de informativos de Telemadrid eran consolados por un par de directores de periódico, y tras ellos estremecía oír los aullidos de varias docenas de tertulianos.

Ese día en el infierno madrileño hubo gran agitación. Profesores, médicos, bomberos y funcionarios de toda condición, bailaban de sol a sol. Padres, usuarios del transporte público, inmigrantes, sindicalistas, parados, usuarios de servicios sociales y de todo tipo de servicios públicos, rectores universitarios, trabajadores de Telemadrid y de otras empresas públicas, alumnos que la despedían en bilingüe, internos en centros de menores, y los sucesivos líderes y candidatos de PSOE e IU que no pudieron con ella elección tras elección.

Siete días con siete noches duró la celebración, en leguas a la redonda el champán se terminó. Sus víctimas políticas y los ciudadanos perjudicados por sus políticas celebraban una victoria que las urnas no les dio. Más que alegría, la suya era desesperación. Como ya habrá adivinado, la señora y el señor, los apellidos de la muerta política a quien me refiero yo, pues colorín colorado, igualito que empezó, adivina, adivinanza, se termina mi canción.

(pueden seguir ustedes completando la lista de asistentes y de celebrantes, que en ambos casos da para mucho).

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