Los dirigentes que odiaban a los ciudadanos
Lo malo del calor continuado es que se mete hasta los huesos y retorna a la piel en un ciclo de ida y vuelta continuo. Lo peor es que el calor dura de la mañana a la noche y un día tras otro. Y se acumula. Y cansa y turba. Y trastoca diversas funciones. Y convierte el olor en hedor. Y encima ocurre cuando -por la guerra que no se quiso evitar y por los abusos consentidos hasta ahora de algunas empresas- el precio de la electricidad es prohibitivo. Y hasta un triste ventilador la necesita para funcionar. El agua ayuda y comienza a haber restricciones porque no llueve. Se sabía que iba a pasar pero no se ha hecho nada efectivo para evitarlo.
Los parques constituyen uno de los pocos lugares donde el calor se alivia por métodos naturales y asequibles y va el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, y los cierra. Miles de ciudades en el mundo con mayor temperatura los dejan abiertos. Incluso Sevilla. París amplía su horario hasta la noche. Madrid los cierra y su alcalde dice, con esa sonrisa de quien parece divertirse con el dolor que provoca, que es por un protocolo anterior. De Carmena. Se ha saltado todos los protocolos que ha querido con pértiga, desde el Madrid Central (de Carmena) hasta los de la decencia hacia la Memoria. Es una burda excusa. Almeida se ha convertido este verano en un prototipo: los dirigentes que odian a los ciudadanos. Porque no es el único, es una nueva plaga.
Llámenlo tiranía, sadismo o falta de empatía, pero ha sido como si se hubiera abierto la veda y ya todo fuera admisible. A unos niveles que no hubiéramos imaginado. Por supuesto que privar a los niños, a los adultos, a las mascotas, de refrescarse en el parque no entra en el corte de otras acciones perpetradas, por ejemplo, por su colega en la Comunidad de Madrid. Ella, Isabel Díaz Ayuso, cuenta además con una red muy sólida de colaboradores que –por entresijos secretos de la justicia será- le libran de toda responsabilidad.
Nos hemos quedado muertos, tan muertos casi como los más de 7.000 ancianos fallecidos en Madrid durante la primera fase de la pandemia sin asistencia médica en los geriátricos a cargo de la Comunidad, por un protocolo que eximía de esa condena a los que tenían seguro médico privado. Los informes de testigos de tanta entidad como Médicos sin Fronteras relatan escenas horripilantes de seres humanos, desvalidos y enfermos, encerrados y pidiendo socorro para poder escapar, cosa que no consiguieron. “Golpeaban las puertas y suplicaban salir”.
Pues el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha sentenciado, con dos votos particulares en contra, que la Comunidad no tiene responsabilidad en esas muertes. Y avala lo hecho por Ayuso y sus huestes. Argumenta el Tribunal que eran “líneas de actuación con carácter general”, no una “prestación concreta y totalmente determinada”. De la que se libraron los ancianos -con nombres y apellidos- con un seguro de sanidad privada. Esos sí fueron bien concretos.
A lo largo de los ya más de dos años transcurridos no he dejado de pensar en todos aquellos implicados en la firma y puesta en práctica de semejante protocolo. Con qué se han forrado el hígado por no hablar del corazón del que sin duda carecen. O los votantes que acudieron en masa a reelegir a Ayuso escuchando sin parar en las noticias de campaña las grandes ventajas fiscales que tenía heredar en Madrid. El ejército jerarquizado de los sin alma, podría decirse. Ha sido un punto de inflexión en la sociedad: aceptar que la vida humana de los vulnerables no vale nada y que es preferible montar con el dinero público un almacén de ladrillos que prestarles atención en la enfermedad. Esta sociedad lo ha demostrado, se ha cubierto con una montaña de esa mugre. Y ha colocado encima en un pedestal a Isabel Díaz Ayuso.
Lo de Ayuso y los geriátricos es el culmen. Aquel obsceno triaje ocurrió en otras comunidades, pero no con tanta crueldad. Y no ha cambiado de actitud, al contrario. Todas sus actuaciones indican un desprecio absoluto por los débiles y los pobres. Y la promoción de los ricos, a costa del dinero de todos, hasta para darles becas a sus hijos. Ha pasado desapercibida la última denuncia: Una veintena de asociaciones afirma que en Madrid se está retirando la custodia de los niños a familias vulnerables. “Falta de ayuda económica y de planes para recuperar la tutela, mientras las empresas adjudicatarias de los centros de menores se enriquecen”, dicen.
Varias sentencias judiciales nos han sobrecogido estos días. Las cúpulas del PP implicadas en tramas corruptas van siendo liberadas de culpas que se atribuyen como mucho a sus subordinados. Es notorio que numerosos políticos que odian a los ciudadanos disponen de ayudas en la judicatura y en los medios que tampoco experimentan la menor empatía por las víctimas.
Pero ni la muerte de los más de 7.000 ni el capote judicial a la Comunidad han tenido el eco registrado a lo largo de toda su andadura por las presuntas niñeras de Irene Montero y Pablo Iglesias. Ni Teresa Arévalo ni Gara Santana lo fueron. Otro bulo reincidente desmontado este mismo viernes. El juez Escalonilla ha archivado la causa por las supuestas cuidadoras. Dice ahora que no consta un solo indicio de que las imputadas se dedicaran a esa tarea. Y sin un solo indicio lo admitió a trámite. Y la caverna mediática se cebó con las víctimas, incluida TVE que lo llevó a titulares. La libertad de expresión se destruye con la manipulación que trunca el derecho a estar informados, prioritario en democracia.
¿Quién les devuelve lo sufrido? Ni siquiera sus turbas de agresores inducidos llegarán a enterarse y seguirán repitiendo el bulo, Aquél que grabé incluso: la mujer de Podemos tiene niñera para los niños y el perro, lo dicen en todas las teles.
Este jueves se nos alegró el día con el récord de empleo: casi 20.500.00 de personas trabajando y reducción del paro a menos de 3.000.000 (12,48%) por primera vez desde la crisis del capitalismo de 2008 que tan caro nos hicieron pagar a los países del sur de Europa. Un éxito del gobierno y de la vicepresidenta Yolanda Díaz en particular.
Y entonces el juez García Castellón, el mismo juez que acababa de cerrar “por prescripción” -suya- un juicio contra Iberdrola, o que exoneró a De Cospedal cuya tejemanejes hemos oído en su propia voz, vuelve a arremeter contra Podemos y encausar a su fundador, Juan Carlos Monedero. Fue directo a portadas.
No entendemos cómo a pesar del dinero y esfuerzo público que García Castellón ha invertido, sin causa, en meter en la cárcel a cualquiera de Podemos, a todo cuanto hemos oído de las cloacas del PP, se atreve a hacerlo. La abogada Aina Díaz explicaba que va a cumplir 70 años y una querella por prevaricación hasta sentencia firme, lo encontraría jubilado y con edad de difícil entrada en prisión. Pero el CGPJ caducado por deseo del PP tampoco dice palabra.
Numerosos seres entregados a secundar a sus pastores se han apuntado a creer en las aberrantes teorías que esgrime la ultraderecha desde García Gallardo en Castilla y León y otros colegas de su gobierno a la inefable Ayuso para hacerse negacionistas del cambio climático y hasta del calor al punto de culpar a los ecologistas de los incendios. Una tertuliana de TVE, Paloma Cervilla, lo calificó de “Ecologismo feroz”.
En resumen, hay algo peor que el calor, el dinero que no llega para mantener una temperatura saludable, ni para llenar la cesta de la compra como hace unos meses. Algo peor que los parques cerrados a rabia y fuego de Almeida. O que la justicia española que desarbola el sentido común, o que la prensa sucia. Es el odio. El de los dirigentes sin entrañas, el de sus siervos mediáticos, el de los lacayos entontecidos que expanden saña en su miedo y error. El odio que llena de la mañana a la noche las tertulias. Esta misma mañana oía hablar de los catalanes con un desprecio que helaba las venas. En Más de Uno de Onda Cero. Hace falta tener el riñón muy cubierto y los ojos muy encerrados en orejeras para mostrar un juicio tan errático de las necesidades de una sociedad.
Esas camarillas al calor de dirigentes que odian a los ciudadanos escalan hasta las esencias del fascismo que trata de cosificar y deshumanizar a sus enemigos, a sus víctimas. Han logrado inocularnos sus bilis, cabrearnos de la mañana a la noche con más calentura que el sol. Es lo que precisamos evitar, no infectarnos de su odio.
Hagan algo los que pueden. Háganlo ya. Nos derretimos: de calor y de vergüenza.
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