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Disquisiciones al borde del abismo

Los cuerpos de militantes de Hamás frente a la destruida comisaría de policía en la ciudad sureña de Sderot, cerca de la frontera con Gaza. EFE/EPA/ATEF SAFADI
19 de octubre de 2023 22:34 h

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El debate que se libra en el interior de la izquierda española sobre quién tiene la razón en el drama que asola a Gaza, y unos días antes a Israel, no tiene mucho recorrido. Porque se basa en antiguas posiciones ideológicas de partida, no por ello menos fundadas, y lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir en esos territorios, en un asunto de guerra, muy hondo además, que no se va a parar con palabras ni con ideas. Lo único que se puede esperar desde España, y desde Europa, es una acción diplomática decidida que frene o palíe la dinámica bélica. Y eso, hoy por hoy, brilla por su ausencia.

La solidaridad con el pueblo palestino, una causa a la que hay que seguir contribuyendo desde todas las esferas, no se puede confundir con la comprensión hacia el ataque que Hamás perpetró el 7 de octubre. Primero, porque ese grupo, aparte de otras cosas, es una organización fundamentalista islámica cuyo ideario y programa no puede sino ser rechazado por cualquiera que se inscriba en el campo de la democracia. Segundo, porque ese ataque no fue la respuesta de un pueblo contra su opresor, sino una operación preparada cuidadosamente desde hacía mucho tiempo y destinada a obtener fines políticos que no son los de los palestinos, sino los de potencias regionales y seguramente también globales.

Que una parte importante de la calle árabe aplauda la acción de Hamás contra Israel no revela sino el estado de ánimo de esas poblaciones. Que no es muy distinto del de hace 22 años, cuando esas mismas gentes, o sus padres, aplaudieron sin reservas las acciones de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Una buena parte de los inmigrantes de origen árabe que viven en Europa comparten esos sentimientos. Occidente se ha portado demasiado mal con esos pueblos como para que el resentimiento no siga muy presente en ellos.

Negarlo u olvidarlo es estúpido. Pero tampoco es muy sabio no comprender que los europeos que no son de origen árabe no pueden tener esas motivaciones, que eso sería en buena medida una impostura. La ya larga experiencia del conflicto de Oriente Medio confirma la imposibilidad de un entendimiento, siquiera de un acercamiento, entre las posturas de la izquierda más radical y antiimperialista occidental y el fundamentalismo islámico, que es la instancia dominante y verdaderamente representativa de la contestación árabe.

Hamás ha dado un golpe de mano terrible para alterar la relación de fuerzas en conflicto. Israel, gobernada por unos fanáticos nacionalistas que sueñan con ocupar los territorios hoy habitados por los palestinos, ha respondido de manera brutal e intolerable. Tal y como viene insistiendo el argentino Luis Moreno Ocampo, el exfiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Israel ya ha cometido delitos gravísimos por los que debería ser procesado si las potencias occidentales se avinieran a apoyar esa iniciativa.

Pero eso no va ocurrir. Porque las obsesiones actuales de la diplomacia norteamericana y europea caminan por otros derroteros. La principal de ellas es evitar que el escenario del conflicto se amplíe y acabe por involucrar directamente a Irán, que parece que ya ha apoyado sin reservas la ofensiva de Hamás. Si esa implicación de Teherán se produjera, y eso no se puede descartar en estos momentos, el drama superaría todo lo previsible y terminaría por afectar a toda la escena mundial, con China y Rusia adoptando posiciones beligerantes y provocando una crisis de precios de la energía muy difícil de controlar.

Aun reafirmando su apoyo incondicional a Israel, el presidente norteamericano Joe Biden ha tratado de rebajar la tensión en su reciente viaje a la zona. Ha fracasado. No sólo porque Egipto y Jordania, las potencias menos agresivas contra Occidente de la zona, se han negado a reunirse con él. Ni porque Arabia Saudí haya seguido negándose a firmar el reconocimiento de Israel. Sino porque Netanyahu ha hecho poco caso de sus peticiones de moderación y no parece dispuesto a ceder un ápice en su agresión contra Gaza.

Esos peligros potenciales pueden convertirse en realidades si las tropas israelíes se lanzan por fin a invadir Gaza, algo que aún está por ver, y no porque eso no guste a las potencias occidentales, sino porque los estrategas israelíes aún temen que esa iniciativa se vuelva en su contra.

Eso es lo que está en juego en estos momentos. Alguien se ha atrevido a decir que si Irán da el paso que más se teme, y una acción decidida de Hezbolá podría anunciarlo, estaríamos en puertas de algo parecido a una Tercera Guerra Mundial. Centrémonos en eso. Cruzando los dedos, por supuesto.

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