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Duérmete pronto que viene el sanchismo

Pedro Sánchez en el momento de anunciar la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales para el 23 de julio de 2023

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-Pedro Sánchez ha convocado elecciones en julio, en plenas vacaciones. Es un dictador. 

-¿Por convocar elecciones? 

-Sí. 

Hace unos días asistí atónita a esta conversación. Probablemente se trate de la primera vez en la historia en la que un político es tildado de dictador por convocar unas elecciones generales. Habitualmente suele ser al contrario. En este sentido, se puede decir que vivimos tiempos verdaderamente extraordinarios. España está inmersa desde hace días en una especie de estado de excepción porque tendremos que votar en verano. En base a los análisis y críticas, todo el país se había cogido vacaciones la segunda quincena de julio; salvo los sacrificados periodistas que han tenido que modificarlas, claro. Algunos llevan días desentrañando los insondables mecanismos del voto por correo como si de una ingeniería industrial se tratase

La campaña no oficial rueda ya a una velocidad aceptable y lo hace con una única máxima anclada en todo el espacio de la derecha: derogar el sanchismo. La expresión recuerda a una novela de caballerías. Podría, de hecho, formar parte de alguna página quijotesca: “¡Oh, Sánchez, bellaco villano, malmirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente!”. Todo comienza y termina con Pedro Sánchez estos días. El sanchismo se ha convertido en un epíteto excesivo para múltiples manifestaciones de ira política. Se describe casi como una bacteria que de alguna manera se ha deslizado a través de las defensas de la democracia española debilitándola de raíz. Se presenta como el hombre del saco: una amenaza invocada con el propósito de provocar temor. Duérmete pronto que viene el sanchismo.  

Lo ha dicho Feijóo y parece que será la gran consigna durante la campaña electoral: la cuestión es ya elegir entre España y Pedro Sánchez, convertida España en una cuestión patrimonial con una visión moral unificada. Porque detrás de la frase “o el sanchismo o España” se esconde la defensa de unos valores comunes supuestamente usurpados, a los que tan hábilmente apela la derecha, y no tanto a un programa de gobierno, al menos por ahora. Nadie sabe muy bien a estas alturas en qué consistirá de facto la derogación del sanchismo. ¿Qué efectos tendrá en el BOE la ansiada desanchización? ¿Será una derogación total o parcial? ¿Será una derogación más alegórica que efectiva? Lo único que ha aclarado Feijóo es que “derogar el sanchismo es derogar la forma y el fondo de hacer política en España, todas aquellas leyes que están inspiradas en las minorías y que atentan contra las mayorías”, signifique lo que esto signifique. 

Entre tanto, Pedro Sánchez, que estará encantado de oírse en boca de todos, tiene mes y medio para movilizar pasiones y convencer al votante de que la gestión de su gobierno es lo que necesita, no ya el país, sino el propio votante. La gestión del gobierno, no del “sanchismo”. Sería un error que esa personalización se produjese en ambas direcciones. Sería un error que ese “yo o el caos” actuase en ambos lados del tablero como única palanca de movilización. También sería un error protegerse de la necesidad de mirarse en el espejo y asumir meas culpas. Porque todavía hay muchos votantes para los que las elecciones no van a consistir en elegir entre el sanchismo o España, sino en elegir por ellos mismos y sus propios intereses. 

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