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E.T, su casa, email

Fotograma de la película ""E.T., el extraterrestre"". en una fotografía de archivo. EFE/yv

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Hay momentos como éste en los que faltan las ganas, más que las fuerzas las ganas, de subir esta montaña que se alza impenitente. Porque vaya temporada que llevamos. En España y en el mundo. Son tiempos en los que siempre hay alguien que pregunta si no te sientes extraterrestre. Uno alucinado por lo que ocurre, no de esos que invaden países en la ficción para hacer daño a los lugareños. Y la verdad es que asistiendo a la sarta de incongruencias inasumibles, a las atrocidades que ocurren con total impunidad, a la violencia en grito de las redes, es muy difícil sentirse miembro de esa colectividad. Hasta de una profesión a la que algunos de sus destacados representantes prostituyen y otros quieren mancillar blanqueando con su comprensión tácticas inadmisibles. En realidad. de la profesión que ellos llaman periodismo sin serlo, según creo.

Han pasado 40 años desde que Steven Spielberg nos presentó a un extraterrestre bastante más verosímil que los de las películas de catástrofes. Le llamaron E.T. (Extra-Terrestrial) y cosechó un éxito de tales dimensiones que aún se exhibe en varias plataformas audiovisuales y todavía sigue conquistando a las nuevas generaciones. Fue quien mejor nos enseñó qué es ser extraterrestre, dado que evidentemente somos miles, no sé si millones, los que así andamos en este mundo tan raro que precipita su destrucción por propia voluntad. En grueso, dañando la atmósfera que nos da vida, y en múltiples factores de nuestra existencia.

E.T. vino a la Tierra en una expedición científica. Y, algo más joven o inexperto que sus compañeros quizás, perdió la nave espacial cuando fuerzas de seguridad de los humanos les descubrieron y tuvieron que marcharse a toda prisa. Así que E.T. se quedó solo en un escenario hostil sin conocer ni el idioma ni cómo regresar a su casa.

E.T era luminoso y eso siempre es un problema si te persiguen, máxime cuando lo que más brilla es el corazón. Buena gente, tierno, indefenso, capaz de regenerar una planta o la salud de los humanos. Menos mal que contó con la ayuda de un niño, Elliot, que un tanto extraterrestre en su casa, superó sus temores para descubrir a aquel ser que venía de un mundo tan diferente. Y empezó a enseñarle conceptos simples, a establecer pautas comunes para entenderse. Siempre es la comunicación la clave para entenderse o para no hacerlo y pasar incluso al odio, nacido del miedo o el desprecio al diferente. Algo que está en ascensión aterradora actualmente en las mentes planas de los irracionales.

Cuando la conexión entre seres se desarrolla con fluidez, surge a menudo la armonía afectiva. Desde la empatía, a ser uno experimentando similares sensaciones, reír y llorar con el otro, dolerse con su dolor y compartir cualquier escala del amor. Y eso ocurrió con E.T y Elliot, hasta que el extraterrestre pudo acceder a un teléfono, conectar con los suyos y volver a su casa. Es lo mismo que ocurre cuando nos encontramos las personas que no participamos de las mugres de moda, de su escala de valores. Lo habrán notado. No somos raros, lo son ellos. No tenemos vocación extraparlamentaria, ni extraterrestre si fuera por nosotros.

No es lógico que alguien vote a dirigentes para que les roben la sanidad pública, dejen morir sin atención a sus ancianos o les den el dinero de todos a los ricos, y se está haciendo. Incluso metiendo entre los beneficiarios de las becas a familias potentadas con ingresos de hasta 140.000, contando a “no nacidos” en la unidad familiar, que así puedan beneficiarse en el hipotético caso de que esos seres lleguen a ser paridos, crecidos y puedan ir a la universidad. En un mundo de personas normales no ocurriría y aquí al punto de llevar dos años repitiendo casi semanalmente y con el mismo efecto que si vivieras en Venus. No se puede ser otra cosa que outsider de semejante “planeta”.

Y sucede en muchos otros lugares. En Castilla y León de tanto no ir la fuente, a la prevención de incendios, se les está quemando las hermosas tierras de campos de Zamora y hay servidores públicos que en el trabajo de extinción se dejan la vida. Y tienen el cuajo sus gobernantes y los jefes del partido de mandar condolencias cuando no han empleado el dinero de todos en lo que hace falta, cuando han rechazado dedicar presupuesto suficiente a ese fin. Cómo podemos pertenecer y alentar ese mundo.

Y ahí tienen al empleado en subcontrata por el Ayuntamiento de Madrid para limpiar las calles a 40 grados con un traje de poliéster, muerto por un golpe de calor. A los 60 años. Por esa cadena de quiebras personales que ha traído el capitalismo despiadado que siempre hace pagar sus facturas a los más vulnerables. Mientras, el alcalde se quita literalmente el muerto de encima porque no era empleado municipal directo, cuando sí debía serlo. Y no se ha aprendido nada, porque a última hora de este martes, Emergencias Madrid ha comunicado el traslado al Hospital de otro trabajador de limpieza urbana en estado grave por un golpe de calor. Terrible alcalde que proyecta una Puerta del Sol de cemento, odia los parques, la cultura y todo cuanto suene a progreso. Y sueltan una encuesta que le da mayoría absoluta. ¿Cómo alguien cuerdo, sano de mente, puede pertenecer al mundo-Almeida?

Gran parte de cuanto ocurre en este trozo del Planeta Tierra que podría ser ejemplar, o estándar al menos, es porque lo puebla y decide una serie de gente con la que no podemos estar de acuerdo. Nada que ver con la participación y la democracia, se hace con trampas y atajos. Los jueces que no imparten justicia o la lanzan como arma política. Los políticos que crean cloacas para ensuciar a sus adversarios y son servidos por mal llamados periodistas y consiguen sus objetivos. Y trastocan el resultado de las urnas, lavando a los depredadores del dinero público y cargando de tanta basura a sus oponentes que, aun descubierto el emplasto, siguen regurgitando bulos por si cuela, que cuela. Al punto de lanzar el bulo con nocturnidad y añadir que Pablo Iglesias vuelve a la portadas “como anhelaba”. La víctima convertida de nuevo en sujeto encantado de la maldita suerte que le deparan.

De no serles rentable en ese mundo suyo, no se atreverían a vender a una ciudadanía indefensa productos presidenciales de tal toxicidad como queda más que evidenciado.

No se puede ser de un mundo que echa a palos a los más valientes que buscan mejorar sus vidas y alimenta a quienes solo piensan en destrozar la de aquellos que difieren de su tosco modelo. No se puede premiar a los agresores, a los que ascienden pisoteando a los demás y se muestran inconmovibles hasta ante el dolor y las muertes que provocan. Es el mundo al revés. El adaptado a las injusticias, las mentiras, los caminos sucios, los olores a putrefacto. Que teme perder sus inmerecidos privilegios. Solo a los nativos integrados de ese mundo les parece ingenuo rechazarlo.

He conocido muchos extraterrestres, forasteros en un mundo desigual y corrompido y orgulloso de serlo. Formo parte de ellos, quizás, y les detecto mejor. Todos nosotros entendemos los códigos de los demás, aunque –dada la distinta procedencia de cada uno- a veces no resulte fácil. Simplemente nos reconocemos en ese raro vagar por ese planeta que no es el nuestro.

 Quisimos cambiarlo para vivir todos un poco mejor. Cuánto lo hemos intentado, con cuánto esfuerzo y resultados parciales tan solo. Algo falla cuando la solución se resiste tanto.

 E.T. se fue hace 40 años y ni su mentor, Spielberg, se ha molestado en contarnos qué ha sido de él. Igual es ya hasta abuelo. Saber cómo le ha ido por aquella casa que anhelaba mirando al cielo. Si el paso por la Tierra afecta de alguna manera y en qué sentido. Ese dato puede ser especialmente importante. ET no dejó su número de teléfono –no había móviles entonces y se demostró complicado llamarle a un fijo-, pero seguro que dispone ya de correo electrónico y WhatsApp, incluso de telepatía avanzada y hasta una nube para quedar en un lugar tranquilo. Quizás tenga sitio para alojarnos en su planeta. Algo hay que hacer. No es lógico en estos tiempos que los extraterrestres no estemos mejor comunicados. Porque lo de aquí no parece tener mucho remedio.

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