Cinco días, cincuenta años
El presidente Sánchez parece ignorar que vivimos en la era del clic por segundo en la que cinco días son una eternidad. Y sin embargo apenas lo son los 50 años que componen medio siglo donde retornan, para bien y para mal, los vientos de estos tiempos. Curiosos momentos en los que el reloj se acelera y casi se para sin dar oportunidad al sosiego.
La ONU dice que el borrado de la historia real de este país –eso que llaman encima “leyes de concordia”– atenta contra la legislación sobre Derechos Humanos. PP y Vox han reescrito la historia en alabanza del franquismo que aún veneran. Sin duda la ultraderecha oficial; el PP lo comparte según le convenga a sus objetivos de codicia que no se para en corrupciones.
El informe de Naciones Unidas dice que los pasos dados por los gobiernos de Aragón, Valencia y Castilla y León pueden “invisibilizar las graves violaciones de Derechos Humanos cometidas durante el régimen dictatorial franquista que omiten nombrar o condenar”. El PP creyendo estar en su España cerrada dice que la ONU miente y se come bulos. Las mentiras del PP tienen las patas tan cortas como su decencia.
Remata el vicepresidente de Aragón y líder de Vox por si quedase alguna duda, declarando su ultraderechismo absoluto.
Lo cierto es que el mundo entero vive momentos intensos, sumamente críticos, y este trozo del sur de Europa siempre es ejemplo paradigmático de esas convulsiones.
Las universidades norteamericanas se levantan como no lo hacían desde hace 50 años precisamente, cuando fue un clamor la protesta por la guerra de Vietnam que acometía su país. Tras este largo sopor –con algún periodo intermedio fallido– se plantan ante el genocidio que Netanyahu perpetra sobre Gaza. Exigen que al menos no se haga negocio con Israel. Y la respuesta es policía, palos, y detenciones. En un momento en el que se intensifica, si cabe, la concepción de las universidades como entidades con más ánimo de lucro que de enseñanza. Biden sale a condenar las protestas, a seguir apoyando a Israel, a hundirse más aún en la miseria moral y en las urnas que regala a un candidato de ultraderecha y corrupto.
Francia y el Reino Unido temen el contagio que ya ha llegado también a Canadá ¿y si las protestas cruzan el Atlántico? En España, solo Valencia, la misma Valencia que vota gobiernos PPVox, se ha apuntado. Hablan de “polarización”; es reacción y se da en dosis. Y es que aquí tenemos lo nuestro. Lo último que les ha soliviantado, por cierto, es la supresión del Premio Nacional a la Tauromaquia. De un premio, no de los festejos taurinos y sus organizaciones que reciben sobrada financiación pública además.
Aumenta la desesperada agresividad de quienes temen medidas contra los bulos y calumnias que despliegan la derecha y sus medios. De momento, encima, no hay ni esbozo de normas que sustenten siquiera su inquietud, porque con cartas no se solucionan los graves problemas que padece el periodismo y con él la sociedad y que sí señala Pedro Sánchez. Señala. Como no lo haga estamos listos, porque si la reacción precisamente es ésta solo por mencionarlo se puede ir incluso a peor.
Tratan de convencer a quien se deje de que Pedro Sánchez pretende establecer censura previa de lo que se publique –como hacia el fundador de los populares, Manuel Fraga, en el franquismo–, cerrar medios y encarcelar periodistas de pro. La cadena de barbaridades que están soltando estos días deja ahíto a quien lo escuche con un mínimo de criterio.
En realidad están aterrados por si se racionaliza la distribución de millones de nuestros impuestos –acorde con cifras de audiencia reales, no adulteradas– a todo tipo de medios y se audita su uso. Son cantidades obscenas de dinero por contar avisos del servicio público que, si se piensa, podía hacerse hasta de forma gratuita. Da la sensación de que esta tremenda visceralidad de rechazo esconde el temor a perder un gran negocio en el que algunos medios parecer ser deudores de quienes les pagan y trabajar para ellos. Son nuestros impuestos, se deben al derecho a la información de los ciudadanos.
No ofendan la inteligencia hablando de libertad de prensa quien la cercena hasta la náusea. Es verdaderamente epatante escuchar a quienes intentan doblegar el periodismo –y lo hacen a lo grande en el caso de Telemadrid, no digamos de la televisión autonómica gallega de Feijóo, incluso de medios privado allí– defender el periodismo libre. En su compra de voluntades en buena parte del espectro mediático. Se ha ido demasiado lejos en el cinismo de esta gente sin escrúpulos.
Con la imprescindible renovación del Poder Judicial, lo mismo. Que quien lleva atrincherado en su control más de cinco años sobre el mandato constitucional tenga el cuajo de acusar al gobierno de querer hacer lo que ellos hacen, es un puro espanto. Con lo que ha cedido el gobierno de Sánchez, con lo que al parecer piensa seguir cediendo si nos atenemos a las declaraciones del ministro Bolaños dando una “última” oportunidad de consenso al PP, que es, dice, su opción A. No puede haber más oportunidades tras cinco años ¿cinco días, quizás?, no abusen de nuestra paciencia.
Tal vez quien tiene esa última ocasión de resultar creíble en sus promesas de este calibre es Pedro Sánchez. Y eso que cansan bastante las matracas con los cinco días, con lo que se permitió antes, con lo que no se acometió, con las mil especulaciones sobre intenciones y carácter, sobre lo que dijo tal y no dijo cual, se trata de hacer y hacerlo ya. Lo que pasó no regresa. Y nunca es tarde si se llega a tiempo, que está por ver. Urge un punto y aparte real.
Según la Real Academia de la Lengua, si el punto se escribe al final de un enunciado y a continuación se inicia otro sin cambiar de párrafo, se denomina punto y seguido. Si se escribe al final de un párrafo y el enunciado siguiente inicia un párrafo nuevo, se denomina punto y aparte. El punto y aparte es, pues, el que separa dos párrafos distintos, que suelen desarrollar, dentro de la unidad del texto, ideas o contenidos diferentes. ¿Nos entendemos?
La España rancia se atrinchera en sus esencias. En sus mentiras y trampas seculares. Del 2 de mayo de 1808 ha pasado mucho más tiempo, pero ahí revive el mando que usó al pueblo en su provecho más que nunca, ése que encima los vitoreó y se abrazó voluntariamente a las cadenas. Ayuso se monta un patético show a lo Reina de Inglaterra, algo más temblorosa. Poniendo a su servicio a los tres ejércitos a los que pasa revista y el pueblo, al que le quita la sanidad pública –ancianos potencialmente victimas propiciatorias incluidos–, la vitorea. Y El Debate, del amenazante Bieito Rubido, le hace de portavoz.
La verdad es que las portadas del 2 de mayo de la prensa adicta no venían con Ayuso como frecuentan en cuanto tienen oportunidad. Traían a Feijóo –ciertamente se agarran a un clavo ardiendo– que insulta en grueso. Con esa suciedad viscosa de las malas personas. Nadie de la cúpula del PP fue al festejo de Ayuso. El 3 de mayo solo ABC le regala portada, una columna en El Mundo y ni un hueco en La Razón: nada de Marhuenda a su reina trasnochada.
Cincuenta años de tibieza apenas roto por los hartazgos que desembocaron en el 15M y homólogos en proyección internacional. Más bien fallido, aunque está por ver también porque el rescoldo queda. Pero vemos focos potentes de reacción otra vez. Si me lo permiten, acudiré a algunas reflexiones, algunas solo, con las que terminé mi libro sobre La energía liberada aquel año de 2011, porque venimos de una trayectoria que no se acaba, que ojalá no se acabe nunca, salvo cuando terminen los motivos devastadores, y no es el caso.
Somos los que pusimos la primera piedra y la segunda sobre la primera. Los que descubrimos cómo hacer fuego e inventamos la rueda que iban a sentar bases de progreso. Los que seguimos buscando respuestas en la tierra y más allá de las estrellas, caminando paso a paso, sumando conocimientos para vivir más, para vivir mejor. Los que consagramos en un documento que los seres humanos tienen derechos. Aquellos que luchamos con flores contra la guerra. O con pancartas y presencia masiva cada vez que algo se tuerce de forma insoportable. Los que pensamos que el amor es el mejor motor y argamasa. Los que derribamos un muro para dejar volar a la libertad y habremos de horadar el otro lado y exigir que se impongan también la equidad y la justicia. Los que quisiéramos haber estado atentos para que no se suicidara el joven tunecino Mohamed Bouzazi (y querríamos parar el genocidio en Gaza, añado hoy). Los que supimos que los sueños vuelan más alto arrancados desde el suelo. Los que nunca más moriremos en las hogueras de la intolerancia, porque habrá muchos para apagar el fuego. Los que siempre empezamos otra vez. Los que creemos firmemente, luchando por ello, en un mundo mejor para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, pero también para los hijos de otros padres.
Y, si se da el caso de que tampoco seamos nosotros quienes lo logren, lo que sabemos es que siempre habrá más que lo intenten.
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