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Opinión - Luchando por asuntos vitales. Por Rosa María Artal

Cómo erosionar las democracias: de Bolsonaro a Feijóo

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, da un discurso mientras asiste a la clausura de la tradicional pulpada del partido en Lugo, el pasado sábado.

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La elección no era entre Lula o Bolsonaro, sino entre democracia o autocracia. El resultado de las elecciones presidenciales en Brasil tiene un impacto decisivo que va más allá de sus fronteras. Por eso, ex jefes de Estado y de Gobierno de distintos colores políticos apoyaron en campaña al candidato del Partido de los Trabajadores (PT). Por eso, varios mandatarios desde distintos puntos del planeta se han apresurado a proclamar su victoria desde la noche del domingo. Y por eso, el mundo asiste angustiado al sospechoso silencio de su adversario, el ultraderechista forjado en el Ejército.

Intimidar al Tribunal Supremo, amagar con suspender las elecciones, violar la libertad de expresión de sus críticos, sembrar dudas sobre el sistema electoral o azuzar el espantajo del Ejército para frenar el relevo en el Palacio de la Alvorada no son las mejores credenciales. Todo lo contrario. Bolsonaro ha seguido un patrón de acciones y declaraciones en los últimos cuatro años que ha socavado derechos fundamentales y erosionando las instituciones democráticas. Y por eso, la sombra del asalto al Capitolio de los EEUU planea hoy sobre Brasil. 

La salida de Trump de la Casa Blanca dejó al brasileño todo un manual no escrito de tácticas con las que erosionar la democracia que Bolsonaro ha emulado sin sutileza hasta el punto de que hoy el mundo vive angustiado por lo que pueda ocurrir tras el resultado electoral en un país extremadamente polarizado que el domingo decidió virar a la izquierda, después de que lo hicieran antes México, Argentina, Perú, Chile y Colombia. 

El calculado mutismo del ultraderechista es todo un misterio, aunque su margen para impugnar los resultados sea cada vez menor, ya que algunos de sus aliados han reconocido como soberano el resultado de las urnas y declarado que están listos para ser oposición. No obstante, por tranquilo que fuera un relevo que no se producirá en todo caso hasta el 1 de enero, a nadie se le escapa que Bolsonaro conservará una gran influencia en el país, ya que mantiene la mayoría en el Congreso y el Senado, dos de sus hijos son parlamentarios y un tercero es concejal de Río de Janeiro. Además, varios de los estados más importantes del país siguen gobernados por aliados de ultraderechistas. Demasiados tentáculos para un político que instaló en el gobierno a más de 6.000 miembros activos y jubilados de las Fuerzas Armadas y que no tiene reparos en defender que “quien decide si un pueblo va a vivir una democracia o una dictadura son sus Fuerzas Armadas”.

Levitsky y Ziblatt ya dejaron por escrito, en Cómo mueren las democracias, que la ciudadanía suele tardar en darse cuenta del desmantelamiento de las mismas y que una de las grandes ironías del proceso de desmantelamiento es que la defensa de las instituciones suele esgrimirse a menudo como pretexto para su subversión. Los populismos tienden a negar la legitimidad de partidos establecidos, a quienes acusan de antidemocráticos y antipatrióticos, al tiempo que dicen a los votantes que la democracia está siendo secuestrada o manipulada por los gobernantes.

¿Les suena? La historia se repite. De Bolsonaro a Feijóo. Ya saben que el ex presidente de la Xunta se presentó en Madrid como el moderado de la derecha y prometió que llegaba a la arena nacional para alcanzar pactos de Estado, pero ha decidido seguir la estela del trumpismo, que viene a ser lo mismo que el ayusismo. Primero, para escaquearse de la obligación constitucional de reformar el Consejo General del Poder Judicial; después, para negar la legitimidad del Gobierno para impulsar reformas legislativas en el Parlamento y, por último, para decidir quién es buen socialista y quién no. Todo bajo el mantra, claro, de que Sánchez es “un mal español”, pero soslayando que el cumplimiento de la ley no es una posibilidad entre otras muchas y que defender España no es provocar la mayor crisis institucional que ha vivido en democracia el Poder Judicial. La excusa ahora de que el presidente persevera en su intención de abaratar la sedición en el Código Penal además de una impostura es también una manera de negar la legitimidad del Gobierno para gobernar.

Se llama democracia y Feijóo no parece conocer las nociones básicas.

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