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Dos escritores

Suso de Toro

Cuando una persona muere permanecen sus restos y cuando muere un escritor permanece su obra, dure lo que dure. Pero mientras están vivos, por un lado rivalizan casi inevitablemente entre ellos porque, aunque ni ellos mismos lo deseen, la sociedad en general y el público lector en concreto suele crear rivalidades, disfrutan con ello. Con frecuencia se da el enfrentamiento entre pares y, a veces, se crean banderías enfrentadas entre lectores y seguidores.

Por otro lado, mientras viven sus mismas figuras andan por el medio interfiriendo en su propia vida y en su obra, muchos lectores leen a un autor, autora, porque “simpatizan” con la imagen que tienen de ellos. En mayor o menor parte la imagen es construcción del propio autor y en mayor o menor parte una creación de los lectores, los lectores no sólo imaginamos los personajes de las ficciones también imaginamos a los autores como personajes a los que les atribuimos cualidades negativas o positivas sin conocerlos personalmente. Escritores y lectores somos así. Hay enfrentamientos tales en diversas épocas y literaturas, pero ya se estarán dando cuenta de que quienes estoy hablando, al morir Gabriel García Márquez acaba el tenso duelo con Mario Vargas Llosa.

Como quienes leen literatura suelen ser personas críticas con la realidad en general para ellas gozan de más prestigio los escritores identificados con las distintas formas de la izquierda y, como es sabido, eso en este caso beneficia a García Márquez. Me parece evidente que los argumentos de Vargas Llosa son más antipáticos al lector de ideas de izquierda, quien tiene además en contra que, mientras García Márquez opinaba poco, la presencia constante de Vargas Llosa en las páginas de El País emitiendo sus opiniones martillea en la imaginación de quienes disentimos de ellas.

No creo que los escritores deban ser de ésta o de otra manera, al contrario. Y, de todos modos, creo que se debe desconfiar de sus opiniones, pues les suele poder su fondo de irracionalidad tan vivo (puede parecer paradójico que yo opine así, pero es lo que opino). Sé sin embargo que el trabajo del escritor de ficción le conduce inevitablemente a interpretar la realidad humana y social, y aún creo saber que es muy frecuente que se den en paralelo y desde el comienzo la preocupación estética y la ética y que, por tanto, el escritor acabe ejerciendo de un modo explícito como intelectual que emite opiniones.

Es el caso de esos dos escritores. Y no creo que merezca menos respeto la pasión ética de uno que la del otro, ambas se manifestaron en sus vidas de forma distinta y con puntos de vista distintos pero ambas me parecen muy sinceras.

Aunque seguro que habrá otras opiniones que le encuentran un sentido político directo a sus ficciones, no creo que García Márquez fuese un narrador que pretendiese una literatura política, más bien le interesó contar vidas con un destino marcado. Sin embargo retrató su mundo: países marcados por el colonialismo, destinados a la violencia interna, al machismo y destinados a ser sometidos a militares dictadores. Por otro lado, como persona mantuvo un compromiso público con Cuba que responde a una posición antiimperialista; me parece que es posible ser totalmente anti imperialista sin alinearse con el régimen cubano, él lo hizo de la manera que mejor le pareció y supo, la vida con sus dilemas no es cosa simple. En todo caso, su compromiso fue fundamentalmente ético y, fuera de esa relación con Fidel Castro, no apareció muy detallada.

El caso de Vargas Llosa es distinto y aunque en su evolución a lo largo de los años cambió completamente de referencia política, de un extremo a otro, lo cierto es que sí mostró un compromiso público constante con políticas concretas. Lo hizo en su momento con el régimen de Castro y lo siguió haciendo después apoyando las políticas del ultra liberalismo norteamericano, que expresa sin duda los intereses del gran capital internacional y el punto de vista de Wall Street. En su reivindicación del liberalismo se juntan elementos del liberalismo europeo, que fundarían las sociedades democráticas, con la interpretación de la economía propia de la escuela ultra liberal de Milton Friedman, quien inspiró la política de los gobiernos de Pinochet, un régimen al que avaló en la práctica. Friedman recetaba una sociedad tolerante internamente para los individuos de clases sociales privilegiadas de Occidente pero el mero colonialismo para el conjunto de las poblaciones de los países sometidos a EEUU.

Desde mi particular punto de vista, Vargas Llosa es alguien tan poseído por la ideología como los militantes del signo contrario a quienes llama sectarios. De hecho, se podría decir que es un intolerante de la tolerancia o un autoritario de la democracia. Pero en el fondo estas cosas tienen más que ver con nuestro carácter y nuestra personalidad que con los razonamientos lógicos. Es decir, su modo de intervenir defendiendo la racionalidad con su apasionada e intransigente defensa de sus puntos de vista es muy impositiva e irracional, pero es que las personas somos así, fundamentalmente irracionales. Incluido Vargas Llosa.

En cuanto a su pretensión de trasladar las recetas de Margaret Thatcher a Perú, habrían conllevado un dolor y unos costes sociales iguales o mayores que los de la candidatura que lo derrotó. Pero estoy seguro que él razonaría que ese sufrimiento humano era necesario para lograr un bien mayor: la racionalización del Perú, transformarlo en un país europeo. Al llegar aquí sólo se me ocurre lo de que “los sueños de la razón producen monstruos”. Alejo Carpentier relató como la razón furiosa llegó a una parte de América en el mismo barco que la guillotina, hay mucho de esa paradoja, que la razón instrumental es salvaje, como analizó Horkheimer, en el conjunto de la argumentación de Vargas Llosa.

Pero desde luego su compromiso con Perú es muy real, como todo artista en realidad es alguien extraño a su sociedad, de hecho no podría vivir su vida limitándola al Perú, ni entonces ni ahora, pero fue capaz de abandonar su camino de escritor para entregarse a la política peruana. Por otro lado, su obra sí es directamente política, basta citar “Cuándo se jodió el Perú, Zabalita?”, de “Conversación en la Catedral”, una novela magnífica. Ahí está todo un autor. Incluso hay novelas suyas, como“El hablador” o “Historia de Mayta”, en la que narra los desgarros íntimos de personajes, como él, que se rebelan de forma radical contra la situación de su país y lo hacen con violentos cambios en su identidad personal, desapareciendo, autodestruyéndose. Personalmente disfruté y aprendí con los libros de ficción propiamente que escribió hace años, aunque siempre es un buen escritor, pero, además, si se le lee sin prejuicios hay que reconocer que su trayectoria es la de un artista y un intelectual sincero. Creo que muy equivocado en sus análisis, más subjetivos de lo que él quisiera, pero totalmente sincero. Puede merecer nuestro desacuerdo pero, sin duda, merece nuestro respeto.

Aunque, démosles su importancia justa, como les decía al principio las opiniones de los escritores hay que interpretarlas siempre a la luz de su subjetividad. Tampoco me vayan a hacer mucho caso.

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