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Estaremos en vanguardia

Una enfermera pone una vacuna contra la gripe en una ambulatorio de Madrid.

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“Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda”

Éxodo, 14

En circunstancias normales uno hubiera pensado que el mayor problema era conseguir una vacuna rápido. Tenemos varias. Uno hubiera pensado que el problema pasaría entonces por las zancadillas y los codazos para poder ponérsela el primero y poder retomar la vida que ha quedado suspendida. Hubiéramos podido especular con corrupciones, con nepotismos y enchufes, con peleas por conseguir que se alterara el orden determinado de inoculación. Nos encontramos ahora ante el milagro y ante la estupefaciente cifra de un 40% de la población que dice que no está por la labor de ponerse la vacuna. ¿Qué ha pasado con esta sociedad?

La idea es ridícula. Imaginen. Huyendo de los egipcios avanza el pueblo de Dios siguiendo a Moisés cuando encuentra el mar a su paso. Drama y muerte. El milagro se produce y Moisés separa las aguas en dos inmensas moles pero, vean la escena, el pueblo elegido no penetra con él en el camino seco sino que unos se van retrasando y otros se colocan aún detrás hasta ver qué sucede con los primeros que decidan seguir al profeta. ¿Se imaginan el relato del Éxodo en esos términos? La ciencia y la razón han sido desde el principio el báculo con el que hemos confiado en sortear las aguas del coronavirus. Curiosamente los votantes de derechas, los más creyentes hasta en los báculos y las aguas de verdad, son los que han expresado su mayor reticencia. 

Al final no llegará la sangre al río y la campaña de vacunación será un éxito, pero eso no deja de poner en evidencia algunas actuaciones erróneas y sus consecuencias. Por ejemplo, que cuando se induce a la población a la desconfianza de los gobernantes para obtener réditos políticos, luego se puede obtener como respuesta una defección en una actividad que es crucial para acabar con la pandemia, salvar vidas y acabar con el hundimiento económico. Si insultas a los científicos y los desacreditas por colaborar con tal o cual gobierno, si le lanzas porquería a la cara a la OMS, al final puedes ver cómo te cae en la tuya. 

Otra cuestión que merece cierto análisis es la sobreinformación a la que ha sido sometida la población en esta pandemia, unida a la infodemia de desinformación, y los efectos que esto ha producido en los individuos no especializados en ese campo concreto y que no tienen los mecanismos necesarios para procesarla debidamente. Estamos vacunados de la gripe, la viruela, la tuberculosis, el sarampión y hasta de cosas más exóticas y no tenemos ni repajolera idea de qué están hechas las vacunas, cómo han sido testadas y quién las experimentó. Lo mismo sucede con las decenas de medicamentos que ingerimos, unos más y otros menos, cada día. Mantenemos la confianza en que los que tuvieron que hacer su trabajo lo hicieron bien. Creemos en las instituciones y los controles que se han impuesto previos a que ningún producto farmacéutico llegue hasta nosotros. La confianza es imprescindible para vivir en sociedad. Cada día es una sucesión interminable de confianza implícita en el funcionamiento razonable de la sociedad. Por eso subimos a aviones, cruzamos carreteras, tomamos medicinas o compramos comida envasada. No sé si era necesario transmitir al mundo, a cada ciudadano en su casa, todo un proceso científico con sus divergencias de criterio, sus ensayos y errores, sus mecanismos de control, si no hemos sido capaces de transmitir con ello más credibilidad y confianza que temor o precaución. 

Tenemos también la cuestión de una sociedad acostumbrada a las certezas y a las opciones que ahora mismo se debate entre esperar a ver qué sucede con los demás y pensar en cuál de las opciones le merece más seguridad. ¿Tú te vas a poner la de Pfizer o la de Oxford? Si eres hipster, mejor la de Moderna… No, esto no va a ser un bazar ni una sucursal de Amazon. No va a haber posibilidad de elegir porque esto no es una campaña de consumo sino el mayor esfuerzo sanitario conjunto realizado jamás por la humanidad. 

El plan de vacunación hecho público por el Gobierno respeta en líneas generales las premisas recomendadas por Bruselas, con algún leve cambio. Según ese plan, muchos de los reticentes van a poder ver cómo entran los primeros entre los muros de agua cientos de miles de ancianos, de esos que nos sacaron también de la postguerra, y que orgullosos y aliviados correrán no sólo a protegerse sino a cumplir su misión como ciudadanos. Esa es otra. La vacunación no es una cuestión meramente individual, un acto de sálvese quien pueda, una consagración de un afán exclusivamente egoísta por preservarse, sino que es también un gran, enorme y hermoso acto conjunto de toda la humanidad para procurarse un bien conjunto. La confusión creada por la nefasta influencia neoliberal, sobre la preeminencia absoluta de los deseos individuales sobre cualquier otra consideración, no ha salido gratis. En los países orientales no son más tontos ni más obedientes ni más manipulables, simplemente siguen teniendo una mayor consciencia de su pertenencia a algo mucho más grande y más importante que su mero ser individual. 

No importa porque iremos en vanguardia, los ancianos, los sanitarios, los enfermos crónicos, los que quizá tuvieran derecho a hacerse más preguntas, iremos en vanguardia valiente, solidaria y colectiva para procurarnos un bien que será el de todos. 

La ciencia ha sido nuestra fortaleza y con un esfuerzo colectivo sobrehumano hemos conseguido lo que jamás hasta ahora habíamos hecho. Ahora vamos a completarlo, vamos a ser de nuevo una humanidad latiendo bajo el mismo empeño, alargando nuestros brazos para sentir una aguja que nos devuelva la posibilidad de abrazarnos. 

Estaremos en vanguardia y, estoy segura, los insolidarios, los egoístas y los cobardes nos seguirán. 

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