En Europa manda una inquietante inestabilidad política
Dentro de unos días, el 4 de marzo, la Unión Europea se enfrentará a una prueba tan decisiva o más que la de las elecciones presidenciales francesas de la primavera pasada. En esa fecha se resolverán dos incógnitas fundamentales. Una, si los 460.000 miembros del Partido Socialdemócrata Alemán aceptan o no entrar en un gobierno de coalición encabezado por Angela Merkel. Dos, qué partido, o partidos, ganan las elecciones italianas. Un “no” del SPD, perfectamente posible según los analistas, hundiría aún más a Alemania en la crisis política, de la que sólo saldría seguramente girando más a la derecha. Y el riesgo en Italia es muy parecido: una derecha cada vez xenófoba y encabezada por un renacido Silvio Berlusconi, puede ganar.
Si ambas cosas ocurren, la ya larga marcha de la UE hacia la inanidad sufriría un empujón seguramente irreversible, marcado además por un tinte de ultraderecha e intolerancia con la inmigración que ya marca indeleblemente la situación política de varios países del Este y de Austria y que está muy presente en todo el resto de la Unión.
Incluso si ocurriera lo contrario, el alivio sería muy precario. Porque la eventual coalición de gobierno alemana sería mucho más débil que la anterior (2013-2017), con sus dos socios internamente muy agitados, especialmente los socialdemócratas, y con el liderazgo de Angela Merkel muy contestado dentro y fuera de su partido. Y porque una victoria del centro-izquierda italiano (el PD) no garantizaría un gobierno fuerte, siendo incluso perfectamente posible que su líder, el ya muy tocado Matteo Renzi, tuviera que pactar con Berlusconi para sacarlo adelante.
La votación interna del SPD empieza el 20 de febrero, termina el 2 de marzo y sus resultados se conocerán el 4. Oficialmente su dirección pide el “sí”. Pero no está claro que esa posición sea unitaria. Sobre todo después de los dramáticos acontecimientos que el partido ha vivido la pasada semana.
Al inicio de la misma, su líder desde hace un año, Martin Schultz, anunció que se había alcanzado un acuerdo con Angela Merkel. El programa en que se basaba ese entendimiento no contenía puntos particularmente llamativos, venía a ser más de lo mismo. Lo nuevo era que el centro-derecha accedía a que el nuevo ministro de finanzas fuera un socialdemócrata, que sustituiría al tristemente famoso Wolfgang Schäuble.
Esa concesión abrió una crisis en el partido de Angela Merkel, en el que no pocos dirigentes la consideraron intolerable. Pero no calmó las aguas en el interior del SPD. Sectores de muy distinta orientación se oponían a la reedición de un gobierno de coalición, pues consideraban que esa política era la que había llevado al partido a obtener su peor resultado histórico, un 20,5 % de los votos. Y lo peor es que Martín Schultz se había comprometido durante la campaña electoral a rechazar tajantemente esa posibilidad.
Se desconoce por qué cambió de postura –debió de recibir presiones no sólo del establishment alemán, sino también del europeo y de la presidencia francesa. Y no se conformó con eso, sino que también anunció que sería el ministro de asuntos exteriores del nuevo gabinete, cuando hace pocas semanas se había comprometido a no entrar en el gobierno. Y como consecuencia de esos dos incumplimientos, la crisis interna estalló. Y Schultz no solo tuvo que renunciar al citado ministerio, sino también dimitió como líder del SPD. Un sondeo de hace pocos días ha concluido que como fruto de tanto vaivén sus expectativas electorales están ahora en el 16,5 %.
Los analistas se preguntan si los citados sacrificios bastarán para que una mayoría del partido vote a favor de la coalición. Y ninguno tiene una respuesta tajante. El “no” puede ganar. Y si eso ocurre no habrá alternativa viable de gobierno, los alemanes tendrán que votar de nuevo y es muy probable que la señora Merkel no encabece la lista electoral de su partido.
Las cancillerías europeas tiemblan ante esa posibilidad. Particularmente la francesa. Porque todo el proyecto político de Emmanuel Macron se basa en un entendimiento estratégico con Alemania para reformar la UE. Y sin Angela Merkel esa idea se puede quedar en un sueño.
Una victoria de la derecha en Italia sería un golpe adicional de enormes dimensiones al proyecto europeo. Porque esa derecha, además de xenófoba y antiinmigración –Berlusconi ha anunciado que expulsará a 600.000 extranjero si los suyos llegan al gobierno- está, más o menos según sus distintos componentes, en contra de la UE y/o de la pertenencia de Italia al sistema del euro. (Por cierto que también lo está el partido 5 Estrellas, que lidera Beppe Grillo, al que las encuestas siguen dando la posibilidad de ser el primero del país, aunque no tenga intención alguna de coaligarse con nadie para entrar en el gobierno).
Pase lo que pase el 4 de marzo, el panorama es inquietante. Alemania no solo es el país más poderoso e influyente de la UE, sino que hasta el momento ha sido la roca que ha aguantado los muchos envites que el futuro de la UE ha sufrido desde que en 2008 empezó la crisis económica. Todo indica que eso se ha acabado. Que el modelo político alemán está tocado irremisiblemente. Y que el ascenso de la ultraderecha xenófoba de la AFD -15 % de los votos en septiembre- ha sido el factor decisivo de ese cataclismo.
El Front National francés está recluido en sus cuarteles de invierno tras la derrota de Marine Le Pen en las presidenciales. Pero su mensaje intolerante sigue muy vivo en Francia. En Italia crece como nunca. Y la AFD alemana puede ser la gran beneficiaria de la crisis en la que puede entrar el centro-derecha. ¿Quién sustituiría a Angela Merkel si ésta tirara la toalla? Seguramente un líder bastante escorado a la derecha y dispuesto a endurecer el moderado discurso de la canciller respecto de la inmigración.