Falta de principios, exceso de fines
A mí están empezando a darme más miedo los populistas justicieros que los delincuentes. De estos últimos sé qué esperar, pero de los que Brassens retrató con sarcasmo sólo veo horrorizada cómo se ciscan en todo principio democrático y constitucional siempre que éste deba ser aplicado al enemigo. Manga ancha para los míos, martillo para los demás. Es la ley de muchos que se consideran gente de bien. Gente de orden. Españoles orgullosos y creyentes en la mano dura con el otro y la comprensión y la presunción para los que asimilan como propios.
No llevan en su ADN los principios fundamentales, pero los enarbolan como arma contra los enemigos con una destreza que cada vez es más temible. No creen en los principios pero sí en perseguir sus fines. Llevan como una lanza el artículo 155 de la Constitución Española pero se refriegan el artículo 24 que refiere el derecho de defensa sin el que una Justicia democrática es imposible. Claman por la presunción de inocencia de los delincuentes sexuales pero llaman asesino a quien ni siquiera ha declarado en comisaría por la muerte de un hombre en Zaragoza. De esta cuestión ya tienen clara la autoría, la calificación, la sentencia de culpabilidad y el móvil.
Hasta el ministro del Interior, gracias al Altísimo ya ex juez, conoce todos los extremos del hecho y los tuitea. Hay testigos. Nada más que decir. La joven víctima de La Manada no fue testigo de nada, al parecer. Olvidan que ella también declara en condición de testigo. ¡Que más da! Son gente de orden. Gente de bien. El Lanza es ya autor de un nuevo asesinato. Están seguros. Ya lo hizo con anterioridad. La Manada no escribía lo que escribía ni estuvo en Pozoblanco. En unos casos se declaran escrupulosamente procesalistas y, en otros, se proclaman libres de crearse su opinión personal en función de los hechos. Esto sólo funciona en un sentido. No se confundan. Un sentido que cada vez es más claro y más rotundo.
Populismo punitivo. Lo explicaba en “De profundis”. A esa modalidad se unió ayer la de la caza al abogado por el cariz de los delitos de los que se acusa a su defendido. Lo practicaron periodistas, que están obligados a conocer y respetar la Constitución, pero también otros abogados que incumplían así hasta las normas deontológicas de su profesión. Le tocó a Gonzalo Boye por asumir la defensa de Rodrigo Lanza tras su detención en Zaragoza. En intervenciones radiofónicas o escritas y en Twitter se llevo a cabo una acción tan lesiva para los intereses de la Justicia como es identificar a un abogado con los presuntos delitos de sus clientes y, aún más allá, desprestigiar a clientes de un abogado por los presuntos delitos de otros clientes de su despacho. Los bienpensantes no sólo consideraban indigno y reprochable aceptar la defensa de Lanza sino que escupían sobre los ex consellers Comin y Serret por compartir letrado con él. No se me ocurre indignidad mayor que atacar el derecho de defensa y el derecho a la asistencia letrada con el aplauso encendido de los que gustan de lavar su conciencia ciudadana en las redes sociales para sentir una especie de espaldarazo como buen ciudadano al que los derechos fundamentales le importan una higa.
Sabido es que los abogados penalistas nunca tratan con presuntos delincuentes. Cierto es que si lo hacen con los delincuentes adecuados −corruptos, banqueros, futbolistas de élite− están rozando la cúspide de su profesión, pero si lo hacen con antisistema o independentistas, deben ser quemados en la hoguera. Este riesgo que deberían contemplar como propio todos los letrados en ejercicio, también recibe un trato sesgado por parte de la profesión. ¡Qué quieren, los bienpensantes están en todas partes! También ayer, coincidiendo con la celebración de elecciones en el Colegio de Abogados de Madrid al que pertenece Gonzalo Boye, en que permaneció silente ante tal inadmisible ataque, lo mismo que hicieron sus candidatos. Sí, también esos que han hecho la campaña hablando de dignificar la abogacía. Supongo que para ellos la abogacía se dignifica cuando la moqueta que se logra pisar es gruesa, cuando se llevan trajes a medida y camisas con las iniciales bordadas y eres bien recibido en todos los cenáculos del poder de la Villa y Corte. Esos que van a defender a los abogados de las desconsideraciones de los jueces, pero que permiten que uno de los suyos sea estigmatizado por quién son sus clientes o por el tipo de delitos que hayan podido cometer.
Ayer había jueces en Twitter escandalizados por algo que cualquier jurista de bien considera inadmisible, pero no hubo representantes institucionales de la Abogacía que pusieran las cosas en su sitio No puedo dejar de recomendarles la relectura de Calamandrei en la que, entre otras perlas, podrán encontrar esta: “Para juzgar la utilidad procesal de los abogados es necesario no mirar al defensor aislado, cuya actividad unilateral y parcial, tomada en sí, puede parecer hecha exprofeso para desviar a los jueces de su camino, sino que se hace preciso considerar el funcionamiento en el proceso de dos defensores contrapuestos, cada uno de los cuales con su propia parcialidad, justifica y hace necesaria la parcialidad del contrario”.
Claro que puede que lo hagan por otra circunstancia que he dejado adrede para el final. El hecho de que el abogado Boye cumplió condena por colaborar con ETA. El letrado siempre se ha proclamado inocente y es una opción personal creerle o no. Lo que no es una opción es aceptar que cumplió su condena y se reintegró en la sociedad convirtiéndose en un buen abogado y un magnífico procesalista, que ha participado de forma decisiva en muchos de los casos relevantes de los últimos años. Nada hay pues que reclamarle. Es inadmisible que se utilice su pasado para intentar desprestigiarle en las actuaciones profesionales que lleva a cabo puesto que la reinserción es también un derecho constitucional.
Pueden elegir si invitarle a cenar a casa o no, pero no es una opción aceptar que la sociedad no tiene nada que reprocharle, es más, añado yo, que la sociedad tiene mucho que agradecerle. Si lo que estos ciudadanos de pro realizan es un juicio moral, entonces y en ese terreno personal les diré que yo, que me honro con la amistad de Gonzalo Boye, he visto en él actitudes, valores y hechos que me gustaría se prodigaran mientras que también conozco a probos juristas respetados por los voceros de los que podría contarles vicios morales que les estremecerían.
Debe ser porque a mí me gusta la gente que va sobrada de principios y que no tiene más fin ni más interés oculto que el de desempeñar su trabajo y su vida personal con la mayor honestidad y el mayor respeto a todos los seres humanos. Cosas mías.