La fiesta nacional y del abucheo ultra
Se ha convertido –fuera de programa- en la gran fiesta del abucheo ultra a los gobiernos progresistas. Una tradición, ya que comenzó con el presidente Rodríguez Zapatero y ha continuado con Pedro Sánchez y todo su equipo, para regocijo del brazo mediático de la derecha que lo destaca con profusión. Los ultras acuden a gritar contra el Ejecutivo y ovacionan al rey. La prensa del clan ofrece esa imagen enriqueciéndola con algunas dosis de imaginación: un jefe de gobierno –elegido en las urnas- agazapado tras la figura de un jefe de Estado vitalicio como miembro de la ilustre familia monárquica. A veces hasta avisan intenciones, más que noticias, sobre ese otro rey, el emérito, desplazado por sus asuntillos de nada a Abu Dhabi: «Moncloa descarta que el Emérito vaya a volver pronto: 'Felipe VI no se merece esos rumores“. Era octubre de 2021 y Juan Carlos I viajó en mayo de este año. Con idea de volver en junio, nos dijeron. Pero tampoco ocurrió porque el encuentro doméstico en Zarzuela no fue precisamente una balsa de aceite. Cosas propias de una familia tan desestructurada como esta en varios de sus extremos.
Lejos queda aquel 12 de octubre de 2017 en el que el Régimen del 78 se apiñó en apoyo del rey Felipe VI. De él. Y de ellos, de cuantos se sienten unidos por esta monarquía que les sirve de argamasa. Estaban todos. Hubo llamadas para que nadie que importa faltara. En un evento que parecía haberse convertido en acto de desagravio al rey por querer partirle su España, la España de todos ellos, preferentemente. Así lo escribí en mi columna entonces. El Rey aparecía durante el desfile con rostro serio, ofendido, enfadado incluso, y así seguiría en la recepción en el Palacio Real. Acababa de proferir su inolvidable discurso del 3 de octubre posterior al día 1, cuando un par de millones de catalanes cometieron la osadía de votar en un referéndum no previsto en las leyes de la España, una.
Qué tiempos aquellos. Soraya Sáenz de Santamaría era aún “supervicepresidenta”, todavía no guardiana del asiento de Rajoy vía bolso de mano; Cospedal, ministra de Defensa y de aquellas conversaciones tan explícitas conspirando con la pasma corrupta que no le han pasado factura judicial. Cosas propias de un país tan desvencijado en sus pilares subsiguientes como este. Regía Carmena en Madrid municipio y Cifuentes en la Comunidad antes de todo aquello. Muy felicitada por portar en su look un bolso con la bandera española.
Qué tiempos, sí. Y solo han pasado 5 años. Con su pandemia y su guerra en suelo europeo. Margarita Robles, la actual ministra de Defensa, casi duplica el número de militares participantes en el desfile. Son 4.000. Y además, 150 vehículos terrestres y 84 aeronaves. Han aumentado también el gasto militar a petición de Estados Unidos y la OTAN o la OTAN y Estados Unidos, tanto monta. Es que las armas son la paz, dicen.
Los abucheos están asegurados, máxime cuando la ultraderecha viene de ese festejo –entre hortera y dantesco- que han celebrado hasta con cánticos de “volver al 36”, a sus felices años de dar golpes de Estado y acabar con todas las libertades, con gran éxito de difusión mediática. La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, exhibe foto con el grupo de cantores fachas. Y se atreve a explicar así cómo se otorgó el derecho de decidir sobre la vida y la muerte de más de 7.000 ancianos. Incluso con ese toque de campo de exterminio nazi de que a los 70 años ya estás de sobra. Hasta para morir dignamente.
Mientras, Vox vuelve a librarle de pasar por una comisión que investigue esa masacre ocurrida en los geriátricos. Es preferible que lo haga la justicia, pero la justicia está como está y la renovación del Poder Judicial sigue en stand by y el PP pide, según su prensa, que a cambio se deje como está el Tribunal Constitucional, con el par de depredadores que colaron en su composición.
¿Fiesta nacional? ¿De la Hispanidad? ¿Con qué cara la alabarán quienes montaron el cirio de la espada de Simón Bolívar? Aquel incidente en el que Felipe VI se quedó sentado a su paso en la toma de posesión del presidente de Colombia, Gustavo Petro, y la prensa cortesana arremetió contra la allí venerada figura de “El libertador” Bolívar, fundador de la llamada Gran Colombia y presidente de Bolivia en la primera mitad del siglo XIX.
Fiesta nacional. Para gritar contra el gobierno democrático y dar vítores al rey. En un clima peligrosamente caliente para esos menesteres, cuando los fascismos recogen el malestar por la crisis entre gentes que utilizan poco la lógica. Con prensa que aviva fuegos insanos. Somos 47,43 millones los ciudadanos que vivimos en España. Con todo tipo de tamaños, deseos y necesidades. Condenados a sufrir las consecuencias de una guerra en la que no nos han preguntado y sí han desdibujado para muchos. En medio de amenazas cada vez mayores para la integridad de todos, como las maniobras con armamento nuclear que anuncia la OTAN. En un país en el que al menos el Gobierno se ocupa de quienes más lo necesitan tratando de paliar los mayores perjuicios. En el que la oposición conservadora miente hasta el desgarro de la inteligencia que oye, además de escuchar. Y una líder de los programas de entretenimiento se permite, aun volviendo de una grave baja médica, burlarse de las políticas sociales del Gobierno de España. Máxime cuando tanto ha callado ante la corrupción y sus atajos para el enriquecimiento.
Día festivo en todo el territorio, el común de los ciudadanos celebrará sus vidas como mejor guste y pueda, que no siempre coincide. En el cine tienen “En los márgenes”, la primera película como director de Juan Diego Botto. Habla de la España real en la que se siguen produciendo 100 desahucios al día, de cómo les afecta a los olvidados de casi todos, con una narrativa que casi sitúa en la piel de los afectados y de quienes les ayudan.
Así y mucho más es la España múltiple y diversa a la que hoy le organizan una quizás demasiado parcial y estereotipada fiesta nacional.
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