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De Franco y los coches autónomos

El Gobierno ha gastado 1,8 millones en reparaciones del Valle de los Caídos de 2012 a 2017

Jose A. Pérez Ledo

Poco a poco vamos quemando el porvenir. Primero dejamos atrás 1984, luego 2001 y ahora estamos a punto de alcanzar la barrera psicológica de 2020. El futuro nos pasa por encima como si tal cosa, sospechosamente ajeno a la ciencia ficción y sus promesas. La generación tapón se jubila y se instala la siguiente, que, sin saber cómo, ya peina (peinamos) canas. De algún modo inexplicable, los jóvenes tenemos la edad de nuestros padres cuando eran viejos.

Tiempos confusos. Llevamos ordenadores en el bolsillo y en los cementerios ya velan a muertos atropellados por coches sin conductor. El futuro no es exactamente lo que se suponía (ni rastro de turismo espacial, nada de vehículos voladores), pero se da un aire. Salvo por lo de Franco, que ahí sigue. En el Valle de los Caídos.

Pocos adivinos habrían pronosticado, en el lejano 1980, que, cuarenta años después, los restos del dictador seguirían enterrados en ese monumento erigido a mayor gloria del fascismo. Su supervivencia es, de hecho, prodigiosa. Ha resistido a la instauración de la moderna democracia y a su teórico afianzamiento, a la Movida, a Cobi, a Curro y a Jose María Aznar, a la beautiful people, a la cultura del pelotazo y a la ruta del bacalao, al AVE, a la abdicación de Juan Carlos I, a la señora Ortiz, al matrimonio igualitario, al 15-M y (especialmente llamativo) a la Ley de Memoria Histórica.

No mentía Franco cuando dijo, en aquel discurso navideño de 1969, y ante Adolfo Suárez, entonces director general de televisión, que todo quedaba “atado y bien atado”. Pero no hay nudo que aguante cien años. Ni siquiera aunque, como es el caso, la iglesia custodie la lazada.

Si Sánchez es capaz de cumplir su palabra y saca a Franco del Valle de los Caídos, sea por la gloria de Dios o a pesar de ella, podremos empezar un nuevo capítulo en la historia de este país. Uno en el que, confiemos, las cunetas queden por fin vacías de muertos. Uno en el que asesinos y fascistas sean despojados de prebendas, calles y plazas. Tal vez la tantas veces glorificada Transición esté, esta vez sí, a punto de terminar. Quién nos iba a decir que acabaría coincidiendo con los coches autónomos.

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