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Fruto de la campaña más sucia de la historia

Isabel Díaz Ayuso vota en las elecciones del 4 de mayo de 2021

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El PP ha ganado las elecciones en la Comunidad de Madrid, de forma aplastante. Isabel Díaz Ayuso ha arrasado en votos, incluso en feudos de la izquierda, y podrá gobernar en coalición o con el apoyo de Vox. Los electores han doblado los escaños obtenidos por la presidenta saliente en lo que supone uno de los extravíos más alucinantes de los últimos tiempos. El trumpismo renace en Madrid cogido de la mano del posfascismo con el que comparte ideario y acciones de gobierno, y se mete en el corazón de España. Un final acorde con cómo se ha desarrollado la gestación de este desastre –dicho en términos de contrastadas evidencias-.  

Probablemente ha sido la campaña electoral más sucia de la Historia. Ayuso la convoca -en adelanto electoral- en día laborable, lo que no sucedía desde 1987. Tras un puente de especial significación: el 2 de Mayo de aniversarios épicos para Madrid coincide con el final de campaña y le permite hacer un doble mitin, uno de ellos como presidenta camuflado de institucional. Elecciones en pandemia además. Se diría que todo abocaba a disuadir la participación, especialmente de quienes no pertenecen a su base electoral. Pero la polarización es de tal calibre que la gente ha ido a votar, masivamente, pese a todas las dificultades. Casi un 81% de los más de 5 millones de electores convocados, que desde luego retratan a la sociedad de Madrid. La mayoría se ha volcado con Ayuso.

Una campaña planteada como la batalla decisiva contra el gobierno de España. En línea con todo un 2020 de dolores y pandemias en el que Ayuso convirtió Madrid en una especie de Estado paralelo desde el que conquistar La Moncloa. Una campaña bronca,  usando con profusión tácticas trumpistas y de ultraderecha. Llena de bulos y de insultos de grueso calibre. El Mal nacido del Mal, dijo de Pablo Iglesias, sin que nadie le rechistara.

Más aún, aunque en línea con el ambiente de intensa virulencia que se ha dejado crecer: irrumpieron amenazas de muerte de corte fascista con balas de fusil metidas en las cartas. Y se añadió un ejército mediático de apoyo que ha escrito páginas verdaderamente degradantes para el periodismo. De hecho, en algunos casos no se puede calificar ni de periodismo lo que han practicado.

La gestión de la pandemia de Ayuso la situaban como una candidata imposible, pero el aparato propagandístico la convirtió en la baza ganadora. Un montaje sustentado en la facilidad de Ayuso para, sin el menor escrúpulo, consagrarse como una surtidora de memes provocadores -a menudo sin seso- con los que hacer las delicias de su auditorio más frívolo. Y en ser la ariete contra el gobierno y la izquierda, a la que como perfecta ultraderechista odia sin matices. Entre tanto, cumplía las expectativas de gobernar solo para los ricos, despreciando manifiestamente a los colectivos más vulnerables. La única ley que aprobó fue para liberalizar más aún el suelo. Y los negocios con su Hospital Zendal tienen visos de traer larga cola.

Pero sobre todo ha sobrevolado impoluta -como su maestra Esperanza Aguirre por la corrupción- sobre la masacre de los geriátricos a su cargo. Aun con todas las pruebas, testimonios, protocolos firmados que condenaron a una muerte angustiosa, sin atención médica y hospitalaria, ahogados en su tos, sin oxígeno, a más de 7 mil seres humanos especialmente vulnerables por su edad. La candidata imposible pasó a ser la más votada. Es de no creer y está pasando. La inhumanidad premiada.

Ayuso ha contado con la entrega incondicional de una serie de informadores y medios que lavaron su gestión y ensalzaron su inanidad, a niveles de bochorno. Y que alientan en muchos casos su alianza con la ultraderecha, especialmente activa en la creación de este clima de violencia. Es el conglomerado de política y prensa empotrada que ha ido trasformando a las principales víctimas de las amenazas en culpables, quizás por haberse quejado. O porque no han dejado de hacerlo con causa o sin ella. Por cuanto representan. Las caretas cayeron al suelo, no les ha importado mostrarse con su verdadero rostro al descubierto. Aunque también reflejara esa descarnada falta de humanidad que es ya seña de identidad en este peligroso aparato de poder.

Difícilmente puede verse semejante acoso, ensañamiento, desprecio, crueldad que los desplegados hacia Pablo Iglesias e Irene Montero y sus seres queridos. Sus padres, por el bulo de fuego y fango que lanzó en su día Cayetana Álvarez de Toledo. Sus hijos, casi bebés. Ese odio, que se ha ido traspasando a las manadas ultras a las que alimentan, con una facilidad pasmosa para comerse los bulos. Como declaró Iglesias a El País, tuvieron que cambiar a sus hijos de escuela infantil y llevarles a la del Congreso de los Diputados “porque la cuidadora nos dijo: yo no puedo con el acoso este constante, me dan miedo”. Tras conocer los resultados que no han cumplido las expectativas que se había fijado, Pablo Iglesias ha anunciado que deja todos sus cargos y la política institucional. “Cuando uno deja de ser útil tiene que saber retirarse. He puesto toda mi inteligencia y pasión, no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui”. ha añadido. Y es perfectamente comprensible. Seguirán haciendo leña de él, pero ya no tendrá que soportarlo en primera línea.

Es una sociedad, con sus políticos y sus medios, que apoya el fascismo o no le representa problema alguno, mientras criminaliza a demócratas por intentar políticas sociales. Las que hace ahora Joe Biden en EEUU –para paliar los destrozos de Trump-  con el elogio de los mismos. También va servido Pedro Sánchez en sus apariciones públicas. Esto no son discrepancias políticas, esto es violencia ultraderechista con fines desestabilizadores. Del país, de la democracia. Y casi mitad de los votantes de Madrid. unos dos millones de personas, lo secundan. Un grave problema.

Estamos asistiendo a una criminalización a cargo de bulos que no se conocía a tal nivel. Solo y nada menos que en el nacimiento del nazismo. Y salen las bandas de cloaqueros  en las pantallas acusando a políticos decentes, en jornada de reflexión y hasta de votación. Una historia de infamia en la que todavía se atreven a quejarse y formar piña del peor corporativismo. Esta misma noche electoral, en el análisis de lo ocurrido, alguna tertuliana de las que habitualmente blanquean el fascismo, ha dicho: “A Ayuso, la gente la ha votado por la gestión que ha hecho de la pandemia”. La que gente como ella y su medio han vendido.

Lo ocurrido –previsible y anunciado- no termina hoy. Este triunfo de Ayuso (con Monasterio, quizás) no hará sino dar más alas al insulto y la violencia. España ya ha enfermado de fascismo y corrupción, si alguna vez se vio libre de esos males. Debía ser mucho lo que se jugaban para salir de forma tan descarnada y es un elemento preocupante y a tener muy en cuenta. Porque esto no ha acabado, aún toca abordar La Moncloa. Sin maquillaje, ya lo han dicho en la celebración, y si Casado no diera la talla en términos de ética mínima, lo hará Ayuso o sus socios de la ultraderecha oficial.  Es un asalto a la democracia del trumpismo castizo y choni, quizás del fascismo español de siempre. Sin pararse en nada. Y bajo todo el cúmulo de parámetros que han concurrido se diría que estas elecciones del PP de Madrid están tan “dopadas” de alguna forma como tantas otras veces.

Habrá que hablar de los papeles que el centro-izquierda ha representado en la campaña. De las nulas ganas de uno y del partido que le presentaba, de la tibieza que amarró a las sillas a los dos candidatos progresistas frente al insulto fascista en un debate. Son cosas que pasan factura.

Tenemos que hablar mucho, solucionar los ejes maestros del grave daño que nos asola. El Gobierno debe ponerse las pilas y no debe dejar en la indefensión a los ciudadanos, y lo estamos si no toma las riendas de cuanto falta por hacer. Hay que insistir que la inmensa mayoría de la sociedad no se juega un sillón con paga, sino cuestiones vitales del hoy y del mañana.

De cualquier forma, la otra España sigue ahí. Resiste. Bastante desasistida cuando el arma de la lucha democrática es la trampa. Pero, por favor, no nos tomen el pelo diciendo que esto es una democracia perfecta.

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