Fundido a negro en RTVV
Definitivamente, un nuevo capítulo de The Walking Dead no iba a conseguir que me evadiera por un rato. Francamente, me falta el ánimo desde que el pasado miércoles las Cortes Valencianas firmaron la sentencia de muerte de RTVV, la empresa donde trabajaba desde hace 19 años. Sin ganas de ver muertos vivientes y realmente cansado, me metí en la cama con la intención de poder conciliar el sueño, al menos durante unas pocas horas. Nada más lejos de la realidad. Un mensaje en el móvil me alertaba de la publicación en el Diari Oficial de la Comunitat Valenciana del acuerdo en el que se anunciaba que el cierre y cese de las emisiones podía producirse de forma inmediata.
Me puse en pie y, sin pensarlo dos veces, me cambié y me dirigí directamente al Centro de Producción de Programas de Burjassot. A través de los teléfonos y las redes sociales, muchos de los trabajadores nos fuimos convocando a las puertas de la empresa que, para nuestra sorpresa, estaban cerradas a cal y canto. Radio 9, además, ya había dejado de emitir. El intenso frío reinante no rebajó ni un ápice la indignación, la frustración y la rabia por no poder entrar a defender nuestra empresa del cierre que se anunciaba inminente.
Dentro, el grupo de compañeros que realizaba el informativo del 24 horas decidieron, valientemente, seguir informando más allá de las 00.30, hora de su finalización habitual. Fuera, cada vez eran más los que decidieron acercarse al edificio de Canal 9. Varios coches de policía se mantenían prudentemente alejados del cada vez mayor grupo de indignados.
Por fin, después de unos minutos de intensa espera y gritos reivindicativos, se abrieron las puertas para que entrara en el centro el diputado de Esquerra Unida Ignacio Blanco, que iba a ser entrevistado en el informativo. Con él, entramos en tropel al menos un centenar de trabajadores que fuimos tomando posiciones con la intención de ayudar a mantener la emisión en marcha hasta que ya fuera imposible.
Junto a un grupo de compañeros me dirigí al Control Central Técnico, en el primer piso, donde se ubica el “tristemente famoso” cable que había que proteger a toda costa para evitar el fundido a negro. Muy poco tiempo después se presentó allí Antonio Hervás, uno de los tres liquidadores de la empresa, que iba acompañado por una misteriosa persona con barba que nadie conocía.
Ya dentro del control, uno de mis compañeros, Chema Millán, le dijo que se identificase y éste, simplemente, se limitó a decir que era de otra empresa. Mosqueo total, pero me quedo con su cara. Ante la presión de los trabajadores, se pudo frustrar el primer intento de corte de emisión. Primera batalla ganada pero, desgraciadamente, todavía quedaba mucho partido.
Tiempo después se nos hizo saber que la empresa había comenzado a enviar correos a los trabajadores para comunicar que desde esos precisos momentos teníamos permiso retribuido con carácter indefinido, de tal forma que no debíamos estar en el centro. Si lo hacíamos, deberíamos atenernos a las consecuencias, puesto que Antonio Hervás iba a denunciarnos por “ocupación ilegal”.
Mientras tanto, en el plató se sucedían las noticias y las entrevistas a invitados que, como podían (algunos, literalmente por las ventanas) accedían al centro evitando el ya espectacular cordón policial establecido a las puertas del edificio. No había más jefes que los necesarios, el resto ni estaba ni se les esperaba. Nunca sintieron esta empresa más que para beneficio propio. Era el momento de ejercer nuestra profesión libremente. Para ello, nada mejor que reivindicar nuestro propio lugar de trabajo y una tele pública de calidad y en valenciano.
Cámaras, periodistas, productores, realizadores, técnicos y un sinfín de profesionales se pusieron rápidamente manos a la obra para ofrecer lo mejor de sí mismos con el fin de aportar su granito de arena a que la débil llama de la televisión autonómica de todos los valencianos permaneciera encendida.
Seguramente, uno de los momentos más tensos fue el segundo intento de corte de la emisión. En esta ocasión, dos policías trataron de entrar en el Control Central. Tras unos minutos de forcejeo y algún que otro golpe en mi estómago, se vieron obligados a retroceder ante la presión del numeroso grupo de compañeros que nos propusimos impedir su paso. “RTVV no es tanca”. Segunda batalla ganada.
Sin embargo, todos éramos conscientes de que la próxima sería más dura y, tal vez, definitiva. Unos minutos más tarde se produjo otro de los momentos de esta intensa noche. Dos diputados querían entrar al recinto y la policía lo impedía. Alertado de esta situación, bajé con el fin de conseguir que se pudiesen colar al recinto por alguna de las puertas laterales. Ya abajo, justo en la puerta del ascensor, me tropiezo con la misma persona desconocida de antes y con aspecto de “capitán moro”.
Reacciono y me dirijo rápidamente para avisar a Genar Martí, quien, con el micro en la mano y junto a un compañero operador de cámara, se lanza a buscar al desconocido. Lo abordan y le intentan entrevistar, pero la policía le protege metiéndole en la sala de espera de actuantes, la misma que se utilizaba para el programa Tómbola. Lo único que averiguamos, y no por él, es que le apodan Paco “Telefunken” y que es de Gata de Gorgos.
¡Ay, si Berlanga levantara la cabeza! Como un nuevo Pepe Isbert en El verdugo, allí permanece encerrado y custodiado a la espera de nuevas órdenes. Pero éstas no llegan o no son las que esperaban. El juez no había aceptado la denuncia presentada por Hervás, por lo que los trabajadores podíamos permanecer en el recinto. Sin embargo, la intención de cortar la emisión seguía intacta. Nueva batalla ganada.
Estas noticias se van dando en riguroso directo y el programa y el esfuerzo común se convierten en algo de lo que todo el mundo habla. Con una mezcla de amargura y de alegría, tratamos de mantener la calma y seguir con nuestro trabajo. Al fin y al cabo, mañana será otro día.
Nueva alegría: Paco Telefunken sale para decirle a Genar que lo ha meditado y que no será él quien ‘apague’ la tele. La emotiva entrevista se emite minutos después y todos aplaudimos emocionados. Algo está pasando. Tan cansados como indignados nos preguntamos: ¿qué gobierno tenemos que es capaz de poner entre la espada y la pared a una persona? Paco Telefunken, con la dignidad intacta, recupera su nombre y se despide de todos nosotros. Hasta siempre, Francisco Signes.
A la espera de que llegase el “asalto definitivo” al Control Central, el plató del Estudio 3 recibe, ya por la mañana, una visita que se había hecho esperar siete largos años. Beatriz Garrote, la presidenta de la Asociación de Víctimas del Metro entra también precipitadamente por una de las ventanas y es recibida entre aplausos en el estudio. Catarsis colectiva, perdón, lágrimas y abrazos. Nada podrá restituir el daño causado por haber silenciado el dolor de las víctimas (43 muertos, 47 heridos y 0 responsables) pero, al menos, nos pudimos mirar todos a la cara.
Y ya que estamos, ¿por qué no hablar con Jordi Évole? Consigo su teléfono gracias a la amabilidad de Julià y Mariola y le llamo. Jordi, sin dudarlo un instante, entra en directo para ofrecernos su solidaridad. Impagable. Pocos minutos después, mi compañero y sin embargo amigo, Carles Claver, consigue lo mismo con un tal Iñaki Gabilondo. Ahí queda eso. La verdad es que las muestras de solidaridad y de apoyo son una constante a lo largo de toda la jornada. Ya cerca del mediodía, la orden judicial llega y con ella los funcionarios acompañados por una docena de policías que, ahora sí, ¿qué remedio?
Desalojan Control Central y proceden al corte de la emisión. Son las 12:19 horas. Antes de las 13.00, y entre aplausos de una gran multitud (muchos de ellos jóvenes) que espera a las puertas, abandonamos el recinto, que tiene la bandera regional a media asta.
Allí nos hemos dejado la piel y algo más de unos cuantos de los mejores años de nuestra vida profesional. Felices por el trabajo bien hecho, todos nos marchamos con la cabeza bien alta y la dignidad intacta, como Paco. Y yo que no quería ver una de zombis. Estos muertos de RTVV están muy vivos. Y, si no, al tiempo.