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Genealogías del 'fake' y la violencia, el falso tour de 'la manada'

Dos miembros del colectivo Homo Velamine, conocido por sus acciones paródicas, frente a la sede del PP./ Omar Oeste

María Bastarós

La performance es una de las disciplinas artísticas más complejas de analizar. Para empezar, el propio término le supone un corsé demasiado estrecho. La performance se sitúa desde sus inicios al margen de la praxis oficialista del arte. Es una propuesta, o un conjunto de propuestas, que se pretenden contestatarias y con vocación revulsiva, ya sea en un sentido artístico o político. Su origen está ligado a las vanguardias, a la experimentación y al deseo de construir una expresión artística efímera, imposible de fagocitar por el mercado del arte. Aunque ese rechazo a la comercialización ya tiene implicaciones subversivas, su espíritu más explícitamente político nace de su relación con la izquierda estadounidense -Abbie Hoffman y su teatrillo anti-bélico para hacer levitar el pentágono, por ejemplo- y, de forma más destacada si cabe, con el feminismo de los sesenta y setenta. Obras comoGenital Panik de VALIE EXPORT, Waiting, de Faith Wilding,Interior Scroll de Carole Schneemann oRape Scene de Ana Mendieta fueron piezas efímeras -pero documentadas- que hoy forman parte imprescindible de la genealogía del arte feminista.

Este tipo de performances pueden cuestionarse desde un punto de vista artístico-estético o en base a su utilidad política, pero muy difícilmente a nivel moral. Se sitúan dentro del espacio de las artes, apelan a un público consciente de estar presenciando un acto performático y resultan, hasta cierto punto, inofensivas, pese a su habitual pretensión de no serlo en absoluto.

Una vertiente distinta, explotada desde los noventa por colectivos como The Yes Men, es el fake. No se debe confundir performance con fake, aunque el segundo implique a menudo a la primera. El fake tiene una genealogía distinta, cuyo origen suele situarse en una fecha muy concreta: 30 de octubre de 1938. Orson Welles causa el pánico nacional al narrar una adaptación de La guerra de los mundos, de H.G. Wells, en directo desde la CBS. Se inauguraba la tradición de que un hombre con recursos, formado e inteligente, recurra a un medio de comunicación para lanzar su mensaje a las masas. Y su mensaje venía a decir, precisamente, “los medios de comunicación nos engañan”, pero también un poco, “qué fáciles de engañar sois” y, en definitiva, “los medios de comunicación os engañan a vosotros, pobres infelices, pero no a mí, un tipo intelectual y espabilado”.

Sea o no un mito el relato del pánico que surgió durante y tras la emisión de La Guerra de los Mundos, respondiera o no a las intenciones que hoy le atribuimos, el fake ha tenido sus dignos herederos en varias propuestas televisadas.

El mayor éxito fue el del falso documental de William Karel, Operation Lune, estrenado en el año 2002. Su premisa es tan sencilla como resultona: la llegada a la luna fue un fraude, orquestado por el gobierno estadounidense para superar a los rusos en la llamada carrera espacial, y grabado por Stanley Kubrick. Para ganar en verosimilitud, Karel se buscó cómplices de categoría: los secretarios de Defensa y Estado Rumsfeld y Kissinger, el entonces director de la CIA, Richard Helms, y hasta la viuda de Kubrick, Christiane.

El caso de Operation Lune nos suena mucho a los televidentes españoles. En 2014, el periodista Jordi Évole lanzó su propio falso reportaje, Operación Palace, para su programa Salvados. Presentado como un programa de investigación, indagaba en los asuntos supuestamente sin resolver en relación al 23-F. Igual que Karel, Évole se buscó dignos aliados, desde periodistas como Iñaki Gabilondo a políticos del momento como el socialista Joaquín Leguina. Tal vez, dada la tradición histórica de golpes de Estado perpetrados por militares en nuestro país, este no sea el mejor tema en el que abrir fisuras de credibilidad, pero Operación Palace fue un magistral fake. De nuevo, su intención era “generar un sentido crítico en los espectadores, servir como llamada de atención para que sean capaces de filtrar y de contrastar las informaciones que reciben a diario en los medios de masas.”

Pese a la indignación que levantó en televidentes y en algún que otro periodista, Operación Palace difícilmente pudo hacer que alguien se sintiera realmente agredido. En todo caso, hubo quienes se sintieron un poco ingenuos por morder el anzuelo. Ahora bien, tracemos una genealogía distinta del fake que nos sirva para establecer una diferencia a nivel moral, si es que la hay y si es que nos importa. Hablemos de The Yes Men, ese colectivo de activistas -otros dos hombres muy listos- que practican lo que ellos llaman “corrección de identidad”.

El asunto consiste en lo siguiente: Jacques Servin e Igor Vamos se hacen pasar por los directivos o portavoces de determinadas empresas, convocan ruedas de prensa y lanzan una información falsa que provoca un gran revuelo. A menudo, las declaraciones son tan comprometedoras que obligan a las empresas reales a desmentirlas, evidenciando así su propia malicia, falta de humanidad, etc, etc, etc. Para que nos entendamos, aquí un ilustrativo ejemplo:

El 3 de diciembre de 1984 hubo una fuga en una fábrica de pesticidas en Bhopal (India). La fuga provocó la muerte inicial de entre 6.000 y 8.000 personas, y parece ser que acabó afectando a más de medio millón. Veinte años después, un portavoz de la compañía estadounidense Dow Chemical, un tal Jude Finisterra, anunciaba a través de la cadena BBC que la empresa había decidido asumir por fin su responsabilidad en la tragedia. Finisterra prometió, ante el gran público, que 12.000 millones de dólares serían destinados a compensar económicamente a las víctimas. Tras el ruido mediático y las felicitaciones a colación de la repentina ética y calidad humana de la empresa, se descubrió que Finisterra no era una persona real, ni mucho menos alguien relacionado con Dow Chemical. Finisterra era un personaje ficticio, un fake, ideado y performado por The Yes Men.

Al cabo de unas interminables horas, los empresarios de Dow Chemical se vieron obligados a admitir que no se preveía ningún tipo de compensación a los damnificados por el accidente de Bophal. The Yes Men consiguieron que el tema de Dow Chemical volviera a tener presencia en los medios, que se les recriminara nuevamente la evitación de sus responsabilidades y el haber dejado en la estacada a cientos de personas cuyos familiares murieron o enfermaron a causa de la fuga.

Genial, ¿no?

Para nosotros, espectadores deseosos de ver en un brete a cualquier pez gordo del mundo empresarial, sin duda alguna. Para las víctimas del accidente de Bophal, a quienes por lo visto llegó la noticia de la futura compensación económica y, a posteriori, su naturaleza de fake, probablemente no tanto. Para ellos debió de suponer un mazazo absurdo e innecesario, una “broma pesada” destinada a alimentar la genealogía de eso que en España llamamos de forma un poco abstracta artivismo, pero que los cosificaba tanto a ellos como a su sufrimiento. Si esta cosificación debería resultar un impedimento para llevar a cabo la iniciativa de The Yes Men, o debería considerarse sólo un daño colateral de la misma, depende de quien lo juzgue. Sin embargo, está claro que aquí ya entra en juego el asunto del daño moral. Igual que en el reciente caso del tour fake de la 'manada', orquestado por los activistas del colectivo español Homo Velamine.

Homo Velamine son también buenos amigos del fake, la performance satírica y el artivismo. Sus miembros tienen una intencionalidad artístico-política y una trayectoria importante dentro de este tipo de propuestas: suyas son acciones humorísticas como aquella asociación falsa, “F.E.A, (Feministas con Esperanza Aguirre)”, o los resultones “Hipsters con Rajoy” que aparecieron en los encuentros frente a la sede de Génova, 13. Hasta ahí sus acciones pueden resultar interesantes o no, pero son legítimas y difícilmente pueden dañar. Porque dañar, recordemos, no es lo mismo que ofender. Dañar es otra cosa más profunda, más dura. La ofensa se olvida, más pronto o más tarde -dependiendo del orgullo de cada cual-, pero el daño, en ocasiones, permanece pese a nuestra voluntad expresa de olvidar su semilla.

Ahora bien, ¿qué proponían en concreto Homo Velamine con su falso tour de la Manada?

A través del anuncio de un tour destinado a visitar los lugares por los que la superviviente y sus agresores habían pasado la noche en la que tuvo lugar la violación, Homo Velamine buscaban:

1). Poner de relieve el sensacionalismo carroñero de los medios, que dan una cobertura excesiva a los detalles de una agresión sin que esto aporte información de calidad o pertinencia para el debate público.

2). Demostrar la facilidad de colar una noticia falsa en los medios actuales, que sin pudor alguno vendían como real un 'tour' falso sobre 'La manada'. Efectivamente, muchos medios le dieron publicidad sin hacer comprobaciones y sin tener en cuenta el daño que podía suscitar en la víctima esta propuesta marciana y psicopática.

3). Poner de manifiesto cómo nosotros, televidentes, lectores de periódicos, usuarios de redes sociales, nos creemos cualquier cosa que nos pongan delante, incluso algo tan inverosímil como esto. Porque hubo muchísimas personas que se lo creyeron, se ofendieron -naturalmente- y pidieron una explicación al respecto.

Más de lo mismo, vaya. Cogernos por los hombros, agitarnos y decirnos: ¡medios malos, pueblo crédulo, nosotros espabilados!

Dentro de esa inercia, tal vez Homo Velamine no tuvieron en cuenta que, además de esos tres actores -medios, pueblo, ellos- había otro mucho más importante, elevado por encima en cuanto a necesidad de respeto y protección. Hablamos de la superviviente, esa joven que sufrió una agresión que deja un profundo trauma psicológico y social. Un trauma contra el que ella debe batallar con todas las energías que tenga a mano en un contexto cuanto menos desagradable, injusto y, demasiado a menudo, francamente hostil. La chica de esta historia, en suma.

No viene mal recordar a activistas, artivistas, periodistas, comentaristas, tertulianos e intelectuales en general -muchos hombres la mar de listos que defienden sin fisuras la acción del colectivo Homo Velamine- que la chica de esta historia no es una cosa, ni una herramienta, ni un daño colateral. La chica existe y está en su casa, teniendo acceso a medios de comunicación y afrontando un proceso de extrema dureza que el resto tenemos la responsabilidad de facilitar. Muchos podemos cometer el error de no hacerlo y, en el caso de Homo Velamine, este error no parece tener su origen en la mala intención, sino en el deseo bienintencionado -aunque mal articulado-, de mejorar la sociedad. Visto así, un rechazo contundente a su acción, elaborado con conocimiento de causa y teniendo en cuenta esa genealogía a la que ellos sumaban su propuesta, puede conducir a una reflexión fructífera tanto para activistas, performers y productores de fake, como para el público receptor, e incluso para los medios de comunicación.

El asunto es que, en lugar de expresarse el rechazo a esta propuesta por su desconsideración hacia la superviviente, se ha condenado al integrante líder de Homo Velamine a un año y medio de cárcel por dañar la integridad moral de la víctima.

En la sentencia, el tribunal asegura que, debido a su acción, la joven “vio expuesto su sufrimiento, minimizado, banalizado y utilizado, en aras de una presunta crítica, en un claro desprecio a su dignidad”. Entiendo las motivaciones del tribunal para afirmar esto. La propuesta de Homo Velamine, pese a la defensa intelectual que muchos hacen de la misma, es un intento de subversión fallido, enunciado desde una posición completamente alejada de la de la superviviente, que es el sujeto político relevante de todo esto.

Sobre si una condena de prisión al líder de Homo Velamine es algo que tenga fundamento, sobre si los integrantes de dicho colectivo son personas peligrosas para la sociedad que deben ser apartadas de ésta para defender a sus potenciales víctimas, sobre si deben recibir un castigo institucional, solo hay una respuesta posible, y es no.

En este país tenemos una idea bastante feliz de lo que implica la puesta en marcha del sistema penal, como si amenazar o coartar de facto la libertad de alguien fuera un recurso al que meter mano con deleite. El nivel de la sentencia condenatoria a Homo Velamine sienta un precedente que puede ser peligroso, ignora la posibilidad del error humano en quien no pretende dañar pero pese a todo lo hace y, por encima de todo, genera inevitables preguntas:

Al juez que emitió su voto particular en el caso de 'la manada', ese que cuestionó constantemente a la víctima durante el juicio, con una falta absoluta de sensibilidad y una obviamente nula formación para juzgar casos de violencia sexual, ¿va a caerle algo de cárcel?

A los medios que han estado publicando información de forma constante sobre el estado del cuerpo de Diana Quer y lo que implicaba o dejaba de implicar su postura -y un terrorífico etcétera al que han tenido acceso familiares y amigos de la asesinada- ¿se les va a multar de alguna forma?

A los directores de programas como Expediente Marlaska: historias de malos (ojo al título), ¿se les va a amonestar de alguna forma por nutrirse de investigaciones en curso para alimentar el morbo del televidente con true crimes de actualidad?

A quienes cuestionan la mera existencia del maltrato de género y la violencia contra las mujeres, a quienes se niegan a mirar a la cara a las supervivientes y articulan teorías falsas sobre conspiraciones entre éstas y cadenas televisivas, ¿se los va a apartar del diálogo político con una sanción económica?

A quienes emiten día sí y día también las imágenes de una participante de un programa televisivo siendo testigo de su propia agresión sexual grabada, ¿se les va a apartar de sus puestos de trabajo previa multa compensatoria para la damnificada?*

Juraría que en estos casos, y en todos los que se nos pueden ocurrir a colación, que son decenas, la respuesta es no. Y eso que su genealogía, mal que nos pese, podemos rastrearla mucho más allá de la del fake y con consecuencias mucho más funestas.

Políticos, jueces, policías, médicos e incluso psicólogos que cuestionan a las supervivientes de formas inapropiadas; medios de comunicación que comparten información privada, lanzan teorías, acosan a familiares y amistades en sus horas más bajas; programas sensacionalistas -en mayor o menor medida- que se alimentan de la desgracia ajena para acercar al ciudadano de a pie al fascinante mundo de la investigación criminal. Todo ello existe, está integrado en nuestra cotidianidad y daña moralmente a las supervivientes de agresiones sexuales y a sus familias todos los días.

Mientras la acción de Homo Velamine, nos parezca apropiada o no, se inscribe en la genealogía artístico política del 'fake' y la performance, las acciones del resto -políticos, jueces, policía, médicos, psicólogos, periodistas, tertulianos, etc- se inscriben en una vasta genealogía que vulnera a las mujeres y su derecho a la vida, a la intimidad y a la libertad sexual; una genealogía que forma parte de nuestra historia como civilización y que recibe el nombre de patriarcado.

De nosotras y nosotros depende decidir dónde y de qué forma ponemos el foco.

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