Somos gente pacífica
No hay nada más terrible, insultante y deprimente que la banalidad.
Somos gente pacífica y no nos gusta gritar, decíamos en voz baja.
Somos gente pacífica y no nos gusta gritar, afirmábamos en tono normal.
Somos gente pacífica y no nos gusta gritar, subíamos el volumen.
Somos gente pacífica y no nos gusta gritar, chillábamos.
Somos gente pacífica y no nos gusta gritar, casi aullábamos a grito pelado.
Si no lo han hecho, no han sido jóvenes o no se han tomado unas copichuelas en unas fiestas. O tal vez solo fuera una costumbre de algunas zonas del norte, pero los que lo hayan hecho se reconocerán en el oxímoron y le verán la gracia.
Éramos gente pacífica, sin duda, lo que viene siendo gente de bien, aunque bastante gamberros. Me preguntarán por qué le he dedicado estas líneas a explicarles un juego juvenil de hermanamiento juerguista y les contestaré que por lo mismo que se han llenado horas de emisión y litros de tinta que ya no existe con la copla de las gentes de bien: por decir algo. Me hago de cruces de que una antigua expresión castellana, antigua y desuso, proferida impropiamente por Feijóo dé para tanto y, sobre todo, dé para confundir la expresión “gentes de bien” con la expresión “gente bien”, como están haciendo muchos, puede que intencionadamente, para instalar una guerra de clases dialéctica.
El problema no es la expresión, sino la utilización que se hace de ella por el propio Feijóo y por sus vociferantes e indignados oponentes. La gente de bien es la que no causa daño, en la acepción literaria habitual. No comprendo por qué la utilizó el líder de la oposición puesto que no tenía necesidad de descalificar a los que defienden una ley, como estos no tienen por qué atacar a los que la encuentran criticable. Los conservadores la critican y afirman que la derogarán y la mayoría de las feministas clásicas la encuentra criticable, estando ambos en su derecho de expresar la crítica como los otros su alabanza. Así es la democracia, amigos.
Utilizar tanto tiempo en dar vueltas a la expresión utilizada por Feijóo, que no se caracteriza precisamente por hacer siempre un uso pulido del lenguaje, no es sino una forma de materializar el entretenimiento en el que nos van a tener durante todo el año por obra y gracia de los comicios electorales. ¿Es importante que Feijóo eligiera esa expresión? ¿El problema es el concepto o la utilización de una expresión algo anacrónica?, ¿o lo malo es que afirme que hay gente que no quiere hacer daño a nadie que no es partidaria de este texto legislativo?, ¿o simplemente es un garrotillo para entretener al público durante una jornada en la que no ha habido demasiado movimiento político? Lo cierto es que se refería a una ley polémica con defensores a ultranza y detractores del más amplio signo, muchos de ellos pertenecientes al propio partido del presidente del Gobierno que la ha impulsado. ¿Nos perdemos en la frase o reconocemos que esa es la realidad?
Soy gente pacífica y no me gusta gritar, pero mucho me temo que no voy a poder contenerme durante todo el año. Me gustaría que dejaran de echarnos chuches en forma de polémica, como si fuéramos un perro, para entretenernos y mantener el clima de tensión o de enfrentamiento ideológico que muchos creen que les resulta rentable en votos. Quiero tratar de temas que tengan enjundia, que aporten algo, y lo primero que me enseñaron en la facultad fue que un periodista tiene que rebelarse cuando le quieran imponer una agenda prefabricada.
Así que les diré con toda tranquilidad que me parece una chorrada pasarse horas debatiendo sobre tal cuestión. Ni los críticos con esa pieza legislativa son odiadores y fóbicos, como dicen unos, ni gente de bien, como dice el otro, porque no se trata de establecer categorías morales respecto al posicionamiento en el debate democrático. Lo que importa es el mismo debate y que éste se produzca en términos racionales y plurales. Eso es lo relevante y no las frasecitas de uno o de otro ni el establecimiento de pseudo debates políticos que son los que alejan a la gente de la política. Si los votantes se convencen de que el meollo de la cuestión reside en una expresión, una descalificación, una foto, una frase y no en el fondo de lo que se pretende trasladar, estaremos dándoles la razón cuando piensan que esta es una movida que nada tiene que ver con su vida real.
Hay gente de bien que nunca votará al Partido Popular y gente de bien que les vota. Gente de bien que está de acuerdo con la llamada ley trans y gente de bien que no está de acuerdo con ella. En general, hay más gente de bien que mala gente en este país y se inscribe en los más variados parámetros políticos. Lo peor que ha hecho el líder de la oposición es pretender, siquiera involuntariamente, que hay unas determinadas ideas que solo se pueden defender si no quieres abandonar el grupo de las buenas gentes, de las gentes de bien. Hay muy buena gente que en este asunto no piensa como yo, o como él, o como las feministas clásicas o radicales, y mucha buena gente que está de acuerdo con la ley que la ministra Montero ha forzado sacar adelante. Y todos están en su derecho y deberían seguir estándolo, porque espero que a nadie se le ocurra utilizar ningún tipo de sanción administrativa de las contenidas en el texto legal para silenciar a los disidentes.
Somos gente pacífica, pensemos lo que pensemos y votemos a quien votemos. Gente de bien que considera que su forma de entender la sociedad es la más benéfica y que con su voto busca que sea esta visión la que marque el camino durante unos años. Gente de bien con un profundo sentido democrático que incluye, como no puede ser de otro modo, aceptar que no solo es lícito que otros piensen diferente sino que es normal y que solo cabe respetarlos por ello.
Si todos los políticos y los gurús y los defensores de su causa fueran gentes de bien lo comprenderían y no insistirían en crispar por un motivo u otro la convivencia.
Hasta que no volvamos a creer en eso no encauzaremos nada. Por mucho que gritemos.
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