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El Gobierno avanza mientras Pablo Casado está perdido

Pablo Casado, presidente del Partido Popular.

Carlos Elordi

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Cada día que pasa, y sin fallar uno solo, la relación de fuerza se inclina a favor de la izquierda. Y no porque crezca su número de escaños, que son los mismos, justitos, que el día de la investidura. Sino, porque partiendo de esa base, las decisiones que el Gobierno está tomando a un ritmo inusitado le confieren la capacidad de iniciativa que es necesaria para dominar la escena. Al tiempo que las carencias y la división interna de la derecha no dejan de debilitarla. Y su primera figura, Pablo Casado, aparece como un líder superado por los acontecimientos, perdido.

Si esas tendencias no se modifican sustancialmente, y en el horizonte no se atisban elementos que puedan hacerlo cuando menos a medio plazo, el mito de que Pedro Sánchez es un político con suerte adquirirá nueva fuerza. Hace tan sólo dos semanas, cuando aún se hacían cábalas sobre cómo lograría ser investido, había un consenso bastante amplio, aunque no unánime, de que el suyo sería un gobierno muy difícil, casi imposible.

Diez días después de la toma de posesión de los ministros, el panorama desmiente radicalmente esos negros vaticinios. La coalición entre el PSOE y Unidas no registra la mínima tensión. Es más, la unidad y sintonía entre ambas formaciones parece ser cada día más sólida y no se escucha voz discordante alguna con ese entendimiento en el interior de ninguno de los partidos. Se han tomado muy en serio lo de no dar pábulo a rumores de división y la presión de la derecha no hace sino reforzar esa actitud. Y si las cosas van bien, las elecciones, que podrían reabrir los enfrentamientos, no tendrán lugar hasta dentro de cuatro años.

Por otra parte, el Gobierno está actuando con una presteza encomiable y sin dudas. Ha subido las pensiones y los sueldos de los funcionarios, ha propiciado un acuerdo entre patronal y sindicatos para elevar el salario mínimo y ha nombrado a una fiscal general del Estado que parece dispuesta a propiciar cambios importantes en la cúpula del poder judicial.

Ninguna de esas decisiones es de carácter izquierdista o revolucionario. Ni siquiera la última de las citadas, por mucho revuelo que haya causado entre quienes temen que Dolores Delgado vaya a recortar sus privilegios y la manada mediática que sigue fielmente sus dictados. Pero buena parte de ellas son muy populares y, lo que es tan importante como eso, dan la imagen de que el Gobierno sabe lo que quiere hacer y de que tiene la sartén por el mango.

La subida del salario mínimo añade un detalle político muy importante. El de que ha contado con la aquiescencia del sindicato patronal CEOE. No porque sí, claro está. Su presidente, Antonio Garamendi, ha aceptado un aumento de 50 euros, porque el porcentaje que eso representa, y no más, debería ser la guía para las negociaciones de los convenios colectivos que se avecinan y que son las que de verdad interesan a los empresarios.

Que en términos generales han debido comprender que ha llegado el momento de aceptar aumentos, aunque moderados, de los salarios tras unos cuantos años de congelación o de recortes. Desde el FMI hasta distintas instituciones europeas han dicho que eso es necesario. Sobre todo para animar la demanda interna.

Pero en términos políticos ese entendimiento entre la CEOE, el Gobierno y los sindicatos, es un palo para la dirección del PP. Y también para Vox. Porque significa que la cúpula patronal se distancia abiertamente de la campaña de acoso y derribo del Gobierno de coalición que ha lanzado Pablo Casado. Y que prefiere la vía de la negociación.

Seguramente porque ha comprendido que Sánchez e Iglesias van a seguir en el poder y que es con ellos y no con Casado con quienes han de entenderse para defender sus intereses. Ya habrá tiempo para el enfrentamiento cuando el Gobierno dé pasos más significativos de los que ha dado hasta ahora en su política de reformas.

Sea como sea, los empresarios le han hecho un feo al líder del PP. Y ahí surge una incógnita. ¿Habló Casado con Garamendi antes de lanzarse por la pendiente de la guerra sin cuartel, y sin mucho futuro, contra la izquierda?

Da toda la impresión de que no. Y lo mismo parece en lo que se refiere a Isabel Díaz Ayuso y al llamado pin parental. Que la presidenta de la Comunidad de Madrid se negara a apoyar esa iniciativa seguramente responde al firme rechazo que esta había provocado en la dirección madrileña de Ciudadanos. Que puede haber llegado hasta la amenaza de romper el pacto de gobierno con el PP. Ante ese peligro, Díaz Ayuso ha preferido desobedecer a su líder. En Andalucía está ocurriendo algo parecido.

Y ahí otro error de cálculo, o distracción grave, por parte de Pablo Casado. El de considerar que Ciudadanos no existe, cuando esa formación sigue siendo la clave de que la derecha mande en unas cuantas comunidades autónomas y además está en un proceso de lucha por su supervivencia que puede terminar modificando significativamente su actual orientación política y desplazar ese partido hacia el centro.

La polémica sobre el pin parental parece acabada. Casado no ha sabido mantener ese pulso. Porque no ha sabido prepararse mínimamente para esa batalla, porque esa exigencia carecía de toda base argumental y porque sumarse al carro del pin parental sólo se explica por la obsesión que tiene el líder del PP porque Vox no se le escape aún más por la derecha.

Seguramente los sondeos justifican esa inquietud. Pero lo más probable es que el atractivo que el partido de Santiago Abascal ejerce entre sectores del electorado de derecha se deba más a la lamentable imagen de impotencia y de improvisación que Pablo Casado da cada día ante las cámaras que a la seducción que sobre ellos pueda generar el líder de Vox.

Lo malo, para él y para los suyos, es que a estas alturas no parece que Casado pueda ya rectificar y emprender un nuevo rumbo mínimamente creíble. Puede que lo intente, si se lo permite José María Aznar, su asesor áulico que en estos días pasados no ha dejado de entrar en la sede de Génova. Pero seguramente no le va a salir bien. Y además va a necesitar tiempo. Unos meses que seguramente Pedro Sánchez y Pablo Iglesias van a saber aprovechar.

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