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El Gobierno, a examen

Un aula escolar

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No sólo los estudiantes han de pasar la inolvidable experiencia de examinarse, el Presidente del Gobierno de España ha decidido que también su gobierno, con él a la cabeza, serán evaluados por nueve profesores. La materia sujeta a nota no serán las matemáticas, ni tampoco lengua o gimnasia; sino una asignatura desconocida en los curricula académicos al uso, pero no por ello aparentemente menos exigente; se trata de algo así como “el grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos con sus votantes, y los votantes de otros partidos que apoyaron su investidura”.

Los que nos dedicamos a la longeva profesión de la enseñanza sabemos de buena tinta que uno sólo domina realmente aquello de lo que se ha examinado, independientemente de si el examen es oral o por escrito; ante un tribunal de nueve expertos en el cumplimiento democrático, como es el caso de marras, o un software apuntalado en la inteligencia artificial de un algoritmo; sea una evaluación constante o intermitente; con materia acumulativa o exámenes liberadores de lo ya aprobado. En realidad, el examen en sí es lo de menos, lo relevante apunta al esfuerzo adicional de análisis y síntesis que del examinando demanda su evaluación por medio de un examen. Para el estudiante es una oportunidad de seguir aprendiendo.

En un extremo del arco académico examinador se encuentran los profesores meticulosamente exigentes, en el otro viven los que son un coladero; ambas tipologías afectan a los resultados de la nota del examen. No obstante, lo más injusto por nocivo es un aprobado general, pues en ese caso extendido, el profesor en vez de ejercer su responsabilidad, traslada a la vida real el juicio sobre el examinando. La vida siempre es más dura por ser su justicia inmisericorde.

Desconozco la metodología evaluadora a la que habrán de someterse el Presidente y sus Ministros; sin embargo, me viene a la memoria el formato en el que en estas fechas navideñas los padres, que incluyen a las madres en primer lugar semántico, hemos recibido las notas de nuestros hijos e hijas. Por un lado, se ha medido la aptitud, o rendimiento intelectual en cada materia evaluada, que ha recibido una nota numérica, siendo el 10 la mejor nota de la escala ( en Alemania se corresponde con el 1, que en España sería una calificación inaudita por extremadamente deficiente); por el otro, han recibido una valoración de su actitud, que encierra la disposición anímica operativa en la clase, que se valora habitualmente con una letra, siendo A la que describe la actitud excelente, y E la más pobre, que denota una carencia de motivación personal presente y presagia malos resultados académicos en un futuro cercano. En algunos centros docentes se añaden incluso unas metas de carácter; pero seguro que en ese brete no se van a ver mis nueve colegas.

Los padres miopes se fijan sólo en las notas académicas; los que disfrutan de una visión amplia y profunda enfocan sus pupilas y aprecian la actitud como la fuente de los comportamientos. Una actitud potente puede empujar una aptitud mediana; una aptitud excelente no suple una actitud endeble y caprichosa. De ahí que los psiquiatras afirmen que una persona con voluntad llega en la vida más lejos que una persona inteligente. En el mundo empresarial este par de conceptos se expresan como rendimiento y potencial: el primero califica la obtención de resultados, por definición son objetivos ya pasados; el segundo apura la capacidad de mejorar esos resultados de cara al futuro. De ahí que, por ejemplo, el Dr. Enrique Rojas, sostenga que con orden, constancia, voluntad, motivación y capacidad de observación casi todos los traumas y derrotas de la vida pueden ser afrontados primero y superados después.

Existen dos máximas sensatas en la gestión del talento y de su evaluación: hay cosas que nos esforzamos en contar, pero que en realidad no cuentan; simultáneamente, hay cosas que cuentan que no son susceptible de ser expresadas numéricamente.

En cualquier caso, la razón de medirnos descansa en tomar después medidas; seguramente en eso ha pensado nuestro Presidente antes de acometer la audaz aventura de dejarse evaluar por terceros, aun cuando estos sean amigos.

En el caso de que no le satisfaga el resultado de la evaluación de los nueve profesores justos, siempre le quedará la evaluación de sus compatriotas en las urnas.

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