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Ni güelfa ni gibelina 

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont.

Elisa Beni

“Para los güelfos soy gibelino, para los gibelinos soy güelfo” decía con pesar Tomás Moro, convirtiendo su frase para la posteridad en bandera de la libertad interior y de la asunción de las consecuencias que poseer espíritu crítico y ejercerlo puede producir.

Si algo ha resultado vencido en la crisis catalana es la capacidad, la valentía y el coraje para no asumir de forma global ningún discurso y para cuestionar de forma puntual cada una de las épicas afirmaciones de unos y otros hasta construir una gama de grises y claroscuros más adecuada a la realidad que el bandismo de blancos y negros tan sencillo de comprar, tan gratificante con su épica y tan arropador para no quedar expuesto a la intemperie de la libertad. Si algo nos ha demostrado a muchos es que las redes sociales carecen de capacidad y valor para cualquier análisis sereno, reposado y profundo de las cuestiones pero que resultan de una utilidad inexcusable para la irreflexión, la emoción y el linchamiento.

Desde la equidistancia que intento de toda gravitación emocional digo que solo ahí reside alguna posibilidad de comprensión de nuestra realidad compleja. Nos dejó dicho Aristóteles que la virtud es un término medio entre dos extremos viciosos y nunca hubiera encontrado un ejemplo mejor que el choque irracional entre los exaltados güelfos que niegan no sólo el diálogo sino hasta la existencia del problema y los épicos, irreales y egoístas gibelinos. Entre lo que no cabe equidistancia es entre el bien y el mal pero no hay ni buenos ni malos absolutos en esta crisis que es pacíficamente fratricida. Y lo es porque está dejando al descubierto una sociedad quebrada, comida por los eslóganes, falta de profundidad democrática, presta a confundir las metáforas con realidades, dispuesta a confrontar en lugar de a dialogar, ayuna de esfuerzo para intentar comprender las implicaciones de los hechos y las razones de los ajenos. Una sociedad mecida por los vientos de la posverdad, por el adormecimiento del que cree que no hay vuelta al funesto pasado, por la ignorancia de las generaciones que no han vivido sino la libertad sin conquistarla y por la palmaria pérdida de décadas para crear un pueblo con valores democráticos firmemente asumidos.

Lo más grave, lo que encoge en lo más profundo del ser a todo aquel que conserve cierta capacidad reflexiva y algo de frialdad lógica, es el descubrimiento de la verdad con la que vamos a tener que lidiar a partir de ahora. La fractura social va más allá de todo lo imaginado y no sólo afecta a güelfos y gibelinos, a independentistas y no independentistas, ni a derecha e izquierda, ni siquiera a pobres y a ricos, a todo eso hay que sumarle la fractura de los que son capaces de vivir en la incertidumbre de la realidad y los que ya han perdido todo pie con esta. Y no todos son güelfos ni todos son gibelinos. Ese es el gran problema que se gesta en el continente, pero también en Estados Unidos, ese es el fantasma que alientan a la vez con diferentes etiquetas los que buscan la forma de fracturar desde dentro unos sistemas democráticos que nos han ofrecido una forma libre y digna de vivir en las últimas décadas de un siglo que debería avergonzarnos además de producirnos pavor.

Por eso, sin temor, como Moro, debemos ser capaces de coger nuestras propias incertidumbres y defenderlas. Tenemos una democracia imperfecta que ha sufrido los embates de aquellos que han creído que podían moldear las instituciones para incrementar su poder. Pero es lo mejor que tenemos y sólo trabajando para limpiarla de excrecencias y continuar en una tarea de unión supranacional nos puede dar la esperanza de conservar este oasis de paz y prosperidad del que estamos disfrutando como un oasis casi impensable en nuestra turbia historia. Los que juegan a quebrarlo no nos han dicho que vendrá después y creo que tampoco lo saben.Y a los jóvenes tan listos que creen que el esfuerzo de otra generaciones no sirvió de nada les digo, no sin egoísmo, que al menos esperen a que la única generación de este país que no ha vivido ninguna guerra ni ninguna posguerra desaparezcamos. Les quedaríamos muy agradecidos si nos dejaran seguir siendo una excepción en la historia. Vamos a seguir haciendo todo lo posible para conseguirlo y para terminar nuestros días en democracia, en paz y en libertad. Porque vivimos en libertad y en un Estado de Derecho y ninguna propaganda debería de ser capaz de ensuciar esta realidad que costó tanto sufrimiento.

Así que no estoy ni con güelfos ni con gibelinos sino con los que están dispuestos a hacer todos los esfuerzos para reconducir esta locura colectiva, para tender puentes, para restablecer la cordura, pero también para impedir que las minorías impongan a las mayorías de forma ilegal su criterio saltándose todas las normas de convivencia democrática. Y creo que ni soy la única ni estoy sola, aunque las espirales del silencio nos orillen como todo huracán arrasador.

Ahora, digan lo que les plazca tanto güelfos como gibelinos, pero sepan que ya he venido insultada de casa. Gracias.

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