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Hablaremos de Alemania

Suso de Toro

La biografía de Hannah Arendt de Elisabeth Young-Bruehl como toda buena biografía es un relato, en este caso lo que se relata es un proceso de elaboración de pensamiento a lo largo de las décadas más intensas, los años treinta y cuarenta de Europa, un pensamiento apasionado y en marcha sin otras ataduras que la misma crítica perpetua. Por su molino pasa el marxismo teórico y la práctica revolucionaria, el sionismo, la ilustración judía, la cultura alemana, la obra de Kafka, de Walter Benjamin... Aún olvidando a los millones de personas asesinadas por el nazismo, judíos y gitanos principalmente, sólo pensando en los nombres que van asociados a Arendt tenemos que lamentar lo que perdió Europa. Bien es verdad que ya siglos antes la reina Isabel de una manera destacada, aunque otros monarcas en otros reinos antes y otros después, empobreció dramáticamente a su reino con la limpieza étnica de judíos y moriscos. Pero quien perdió definitivamente un capital humano valiolísimo e irreemplazable fue Alemania. Arendt continuó su creación intelectual en EE.UU. sobre los mismos asuntos e incorporó a sus temas el análisis de aquella sociedad que la acogía y por la que siempre sintió agradecimiento. No era para menos.

El pueblo judío fue un componente fundamental de los reinos cristianos europeos y de los estados que se fueron creando, hoy Europa es un territorio prácticamente limpio de judíos. Es por eso que Israel, con todo lo que nos disgusta y con todo lo que le criticamos, es asunto nuestro. Sin el antisemitismo y su corolario, el nazismo, no existiría el Estado de Israel, al menos del modo en que hoy existe. Es una consecuencia de nuestros actos pasados. Y también por eso la tragedia del pueblo palestino es asunto nuestro, no sólo por una obligación moral con cualquier pueblo oprimido y en trance de ser liquidado, sino porque indirectamente también estamos los europeos en el origen de sus problemas.

Alemania empobreció el continente de un modo enorme y terrible, causó dos grandes guerras en las que murieron millones de personas y realizó una limpieza étnica de Europa a través del genocidio. Ya antes de la destrucción que conllevó sobre el suelo alemán la derrota de Hitler, Alemania era un país humanamente empobrecido, con muchos ingenieros e industriales, con artistas que componían y dirigían orquestas pero sin las mentes más lúcidas y críticas, era un reluciente pollo sin cabeza. Y ese fue el país que se volvió a levantar sobre la destrucción en la posguerra, volvieron a echar humo las chimeneas de las fábricas pero no hubo lugar ni tiempo para generar una nueva conciencia autocrítica necesaria, de vuelta del exilio norteamericano el mismo Thomas Mann era incómodo. Se comprende mejor el nacimiento de la RAF, que la prensa llamó la “banda Baader-Meinhof”, como una respuesta desesperada a una sociedad dura como el hormigón, incapaz de autocrítica e impenetrable a la crítica.

Naturalmente, la literatura nacida en esa época estuvo absolutamente condicionada por la consigna inaudible pero firme de “no mirar atrás, ponerse orejeras y tirar para adelante”. Esencialmente, ésa fue la sociedad que se tragó a la Alemania del Este, la que decidió la reunificación en 1990, dando así un estirón demográfico, político y económico. Algo tan complejo y con tanta carga histórica como la reunificación tiene muchos aspectos, algunos criticables por el modo como se llevó a cabo, pero era lógico históricamente y casi inevitable. Lo que falta en ese relato, lo que Alemania parece haber olvidado es que esa reunificación la pagamos todos los europeos, que le permitimos saltarse las limitaciones económicas que regían para los estados miembros de la Unión para que pudiese efectuar la deglución de la RDA. Los europeos hemos creado un monstruo y ese monstruo ahora nos vigila y nos castiga.

Esta Alemania que manda en todos nosotros no interiorizó las lecciones de la historia, destruyó dos veces Europa, se destruyó a sí misma y hoy vuelve a actuar como un matón que abusa de su poder. Es políticamente inmadura, incapaz de liderar a los europeos en un proyecto histórico común. Por el contrario, en su interior agita la propaganda victimista, la culpa de sus problemas es de los pueblos del sur europeo. Una propaganda que oculta que las serias desigualdades sociales en su país y los problemas que ello conlleva y conllevará son responsabilidad nuevamente de una política clasista al servicio del entramado financiero. Ese entramado que consiguen mantener oculto con sus graves problemas que pueden acabar por hundir definitivamente las economías europeas.

Pero ése es el signo de nuestro tiempo, europeos. El ciclo histórico de dominio ideológico de los norteamericanos, los “liberadores” de Europa (no de España, pues fueron los protectores y aliados de Franco), está entrando en crisis. Los EE.UU. seguirán siendo hegemónicos culturalmente por ahora, pues son un país muy fecundo, diverso y creativo, nuestros adolescentes seguirán vistiendo tejanos ajustados u holgados, escucharán rock o rap, sus mayores gastarán jazz y a todos nos alcanzarán nuevas modas y mitos populares, pero la lengua alemana ya empieza a ser solicitada masivamente en las escuelas de idiomas.

Muchos europeos volverán a aprender alemán sin cariño, es una lástima, será por necesidad pero la cultura alemana comenzará a llegar nuevamente, como hace cien años, a nuestras vidas. Pronto se nos volverá a hablar de escritores, modos de vida, personajes alemanes. Lo alemán acabará por volver a estar de moda. Aquí los medios de comunicación nos sirven las elecciones americanas, la NBA, los Oscar, las matanzas en las escuelas... Como si fuesen cosa nuestra, son medios colonizados por los intereses y la cultura norteamericana. En adelante tendrán que compartir espacio con la feria de la cerveza, las novedades artísticas y el glamour de Berlín, la Documenta de Kassell, las incidencias del Bayern... Porque Alemania, esa madrastra dura, no sabe conquistar democráticamente ni seducir pero... Bis Bald.

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