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Hay que encerrarlos

Representantes de varios partidos políticos en una charla informal durante la Comisión de Reconstrucción
22 de julio de 2020 22:35 h

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“Lo que descubrí con más estupor en mis contactos con la política practica no fue su inmoralidad sino la mediocridad de tal inmoralidad”

J. F. Revel, Le voleur dans la maison vide

Nos despertamos con un acuerdo histórico, tras cuatro días en los que los españoles, lejos de estar pendientes de su futuro, discutían más por el aforo del chiringuito y en los que las escaletas de la mayor parte de los programas tocaban de forma burocrática la cuestión. Las largas, prolijas y extenuantes negociaciones de Bruselas no dan audiencia, no tienen predicamento, aburren soberanamente a millones de personas cuya vida depende literalmente de ellas. Esta falta de dramatismo escénico hace a muchos abominar de las macro estructuras de la Unión e, incluso, abona los discursos del euroescepticismo en partidos populistas. Es, sin embargo, esa pesadez de la maquinaria, ese in extremis buscado, esa desesperación de las noches en blanco, lo que convierte las negociaciones en el seno de la UE en un ejemplo a seguir.

Nuestros representantes políticos no saben negociar. En este país negociar es vencer o claudicar. Así nos va. Obligados al ejercicio permanente de vender a las barras bravas esa ineludible victoria sobre el oponente, es imposible que prosperen verdaderos consensos o conciertos provechosos. Nuestra vida institucional está lastrada por esta incapacidad y los mecanismos del engranaje constitucional avanzan a trompicones y al borde del gripaje. Ahora mismo somos un país con presupuestos eternamente prorrogados -y son la ley más importante de un parlamento democrático- con un gobierno del Poder Judicial sobre el que existe mandato de renovación hace casi dos años, un organismo intérprete de la Constitución que tampoco ha recibido el pacto que ésta exige para el recambio de sus miembros o un Defensor del Pueblo tampoco ha visto renovada su designación. En línea generales, los órganos que nuestra Constitución designa como guardarraíles y contrapesos están congelados en una especie de limbo institucional, fundamentalmente por la falta de ganas del Partido Popular de reconocer que ha perdido el poder y, por tanto, su peso a la hora de copar el poder a través de afines.

Por eso deberíamos pensar en encerrarlos, en ponerlos al borde del precipicio, en meterlos en ese caluroso estío madrileño en un edificio adecuado, no demasiado confortable, y encadenarlos para que hablen, negocien, pasen noches en vela, transaccionen y den puñetazos en la mesa hasta que, exhaustos, puedan abrir la puerta y gritar: ¡Deal! En castellano y en todos las lenguas del Estado para general regocijo de la ciudadanía pasmada.

En lugar de eso los tenemos pantufleando en el Congreso mientras se echan en cara los aplausos que sus fieles les dedican, como si a los españoles nos fuera una higa en si les reciben como a futbolistas o como a vírgenes con palio. O se duelen de que no se podrá “negociar” un referéndum, dando por sentado que su solución al problema es la única y que negociar significa sentarse a darles lo que exigen. Son migajas de relato pero sin ninguna sustancia con las que nos llenamos el buche los periodistas y los ciudadanos adeptos y que alejan cada día más a los que sólo tienen la realidad que echarse a la cara cuando cada día ponen el pie en el suelo.

Puesto a llegar a acuerdos, no terminan de hacerlo de forma abrumadora ni con los de reconstrucción y si el mayor desastre que ha sufrido este país desde la Guerra Civil no ha servido para enseñarles a dialogar y a pactar, tengan por seguro que nada lo conseguirá. Tampoco aprenderán que las grandes líneas de reforma estratégica no se pueden confundir con sus resultados y que, por tanto, hacer caso de estos últimos sólo puede provocar injusticias sin arreglar aquella que les dio origen. Eso es exactamente lo que ha sucedido con el tema de las ayudas a la educación concertada, que han motivado la defección en el voto de varios grupos. Aunque se piense, como yo misma defiendo, que la asunción de la escuela concertada dentro de un modelo mixto por motivos meramente prácticos, en época de González, condujo a un sistema perverso que, además, ha convertido a la educación pública en una hermana pobre del sistema. Eso es una estructura que hay que corregir pero que ahora mismo existe. Negar las ayudas en una situación de emergencia a esas empresas o congregaciones, en las que hay millones de españolitos escolarizados, no sólo es injusto sino que no soluciona la esencia del problema. Y como eso, miles de rábanos de los que nos muestran orgullosos las hojas.

“Pas d'État de Droit, zéro euro” llegó a decir Macron en plena negociación y aunque la marcha de la misma haya diluido las consecuencias de este aserto, no deja por ello de ser una muestra de una de las principales cartas de naturaleza para pertenecer al club que ahora mismo nos ha salvado el culo frente al desastre. El mantenimiento de unas instituciones de control y democráticas aseadas, engrasadas, eficientes y honrosas es el mejor deber que este país se puede poner para hacer frente a los embates de un futuro en el que pueden tambalearse aún muchas cosas. Guardarraíles para la democracia, eso es lo que son las instituciones que nuestros políticos mantienen en coma por no sentarse a hacer su trabajo y negociar lo que la Constitución les impone negociar.

Va a haber que encerrarlos con unas urgencias claras. Esos son los famosos deberes y no los que no nos ha impuesto la UE. Es un prejuicio español creer que se puede dialogar con provecho alrededor del vacío, por generación espontánea, sin ideas preparadas y cerradas sobre las que negociar. Ahora no se trata de iniciar el Concilio de Constantinopla sino, al menos, de cumplir con los mandatos constitucionales.

Sin eso, no hay reconstrucción posible porque sin cimientos toda reforma será un pastiche.

Enciérrense y negocien. Cambien de bandos, muevan sus apoyos en función de lo que se ponga sobre el tapete y no de posiciones cerradas e inamovibles, movidas por tacticismos estériles.

¡Hagan su trabajo, coño!

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