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Hijas víctimas de la violencia machista

Imagen de archivo: protesta contra la violencia machista.

José María Calleja

Como si de una fatalidad impuesta por la ley de la gravedad se tratara, sabemos ya que al acabar el año unas cuarenta niñas se habrán quedado huérfanas porque su padre ha tenido la brillante idea de asesinar a su madre.

Es también estadísticamente probable que buena parte de esos huérfanos haya presenciado cómo su padre asesinaba a su madre. Únicos testigos.

Un buen trabajo periodístico/ciudadano nos obligaría a preguntar a estas menudas víctimas de la violencia machista qué ha sido de sus vidas dentro de, pongamos, veinte años. Cómo han crecido, cómo han incorporado, o no, el asesinato de su madre a su forma de estar en la vida. Después de semejante destrozo cualquier evolución será entendible.

Si no hay estadísticas, no hay problema. Hacer recuento de las víctimas, así sean del terrorismo nacionalista como del machismo criminal, es una forma de reconocer que el problema existe, que nos interpela, nos zarandea emocional y políticamente, nos exige combatirlo.

Cuando se publicó la Ley contra la violencia de Género, en 2004, se generalizaron las estadísticas, los recuentos sobre asesinatos de mujeres que antes no existían. Siempre ha habido hombres que asesinaban a mujeres, pero como no había estadística, no había problema; no había, en realidad, percepción del problema.

Lo que no se nombra no existe y no contar cuántas mujeres son asesinadas –¡no mueren!– a manos de tantos hombres es una forma de decir que la matanza no existe.

En el Congreso de los Diputados han retumbado este lunes las palabras de David. La hermana de David fue asesinada por su marido, su hija presenció el crimen. Ahora, David y su mujer quieren adoptar a la niña huérfana. Pues no hay manera. Son todo dificultades, pejigueras, no reconocimiento de su carácter de víctimas. “Somos sus tutores –dice el hermano de la asesinada–, podríamos seguir así, para protegerla de su padre. No queremos compasión, sino que no se penalice la desgracia”.

Después del yo acuso de Pilar Manjón, la madre de una de las víctimas del 11M –tan cercano en el aniversario– no se había escuchado algo que retumbara de esa forma en el Congreso de los Diputados.

Soledad Cazorla fue una mujer fiscal que combatió la violencia de género con una mirada hacía los hijos de las asesinadas. Falleció muy joven, pero su afán para que esos niños sean reconocidos como víctimas y tratados como tales sigue vigente.

Los medios de comunicación deberíamos ser especialmente beligerantes para que cuanto antes deje de considerarse la contabilidad de mujeres asesinadas, de niños asesinados, de niñas huérfanas que presencian el asesinato de su madre, como una estadística ineluctable, como una fatalidad contra la que no cabe combate.

Se puede y se debe acabar con la violencia machista, que asesina a mujeres, que asesina a niños y que deja niñas huérfanas.

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