Cuando la historia rima
Hay cosas que cuesta entender. Simplemente ocurren. Se supone que fue el escritor estadounidense Mark Twain quien dijo que la historia no se repite, pero rima. En política hay acontecimientos que se parecen tanto a otros del pasado que uno observa, escucha y entra en una especie de perturbación de la memoria que reconoce alguna experiencia ya vivida. Pasa estos días en los que tanto se habla y escribe sobre el principio del fin de la democracia, sobre la destrucción de España, sobre la peor etapa de la historia del PSOE, sobre la rendición de Sánchez al independentismo… Y todo rima.
Hay una sincronía clamorosa entre las palabras que se escuchan de los tótems del socialismo del siglo pasado y las que vienen desde la derecha política y mediática que, aunque puedan parecer una anécdota, fruto de la casualidad o de una simple coincidencia, son algo más. La trama y los protagonistas son prácticamente los mismos, a falta de algún secundario de antaño.
El timing es el mismo que en 2016. El líder del PP no era Nuñez Feijóo, sino Mariano Rajoy, que tras unas elecciones generales, con 123 diputados y una mayoría insuficiente para gobernar, le comunicó al rey que no iría a la investidura. El reto lo asumió Pedro Sánchez, que acababa de aterrizar en la secretaría general del PSOE, pero fracasó estrepitosamente. A sus 90 escaños sumó sólo los 40 de Ciudadanos y uno de Coalición Canaria. Una investidura fallida que desembocó en la primera repetición electoral de la democracia.
En junio de 2016, con una bajada notable de la participación, el PSOE y Ciudadanos perdieron 13 escaños entre los dos y alrededor de medio millón de votos. Casi los mismos que ganó el Partido Popular, que se fue hasta los 137 diputados, una cifra que seguía siendo insuficiente para que Rajoy siguiera en La Moncloa. O se abstenía el PSOE o no había gobierno.
Un editorial por aquí, una entrevista por allá, una retahíla de declaraciones, la calculada dimisión de la mitad de la dirección del PSOE, un convulso Comité Federal y la dimisión del secretario general hasta que la presión exógena y endógena hicieron que llegara, al fin, la abstención de los socialistas. El partido entró entonces en la mayor crisis orgánica vivida en democracia.
La orquesta estuvo antaño como lo está ahora bien afinada. La consigna es idéntica: romper el PSOE. Ahora el objetivo es que Pedro Sánchez no gobierne con los votos del independentismo a cambio de una amnistía y se repitan las elecciones, que es el mal menor para los populares. “Hay que impedirlo”, dicen unos. “Que se retraten todos los socialistas”, arengan otros. “Hay que crear un clima de opinión para que el PSOE reaccione y frene a Sánchez”, coinciden los profetas del apocalipsis.
Feijóo, que ha reconocido este lunes por primera vez ante los suyos que su investidura es un trampantojo, lo ha dicho más claro que nunca: “La responsabilidad es colectiva. Y también la tendrán que asumir todos los órganos democráticos. Ningún político, concejal, parlamentario, va a poder esconder su opinión”, dijo después de anunciar una ofensiva que incluirá una batería de iniciativas en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, así como en las Cortes Generales con las que busca interpelar a todos los cargos socialistas. Y aunque no dio pistas sobre el contenido de los textos, sí adelantó que se tratará de una iniciativa “en favor de la igualdad entre españoles y en contra de los privilegios de los independentistas”. Si sigue la estela de sus antecesores en el cargo, aún está a tiempo de instalar mesas para recoger firmas, como hizo el PP contra el Estatut de Catalunya. De aquellos polvos, por cierto, estos lodos.
Su propósito –que coincide con lo declarado en los últimos días por Felipe González, Alfonso Guerra, Ramón Jáuregui, Joaquín Almunia y otros ex dirigentes del socialismo, además de lo que repiten sin cesar los principales referentes mediáticos de la derecha– es denunciar que Sánchez está dispuesto a todo y que, genuflexo ante Puigdemont, es capaz de ir Waterloo a bailar una sardana, con tal de sacar adelante su investidura.
Quizá es que no han leído bien aún los resultados de las últimas elecciones porque si los partidos que están dispuestos a apoyar su candidatura como presidente del Gobierno representan, como recuerda Feijóo los días pares y los impares, a 11 millones de españoles, los de quienes están a favor de avanzar en la consolidación de la convivencia social y política entre Catalunya y el resto de España suman más de 12 millones.
No asumir lo anterior es tanto como olvidar la letra de la sacrosanta Constitución y el espíritu de la democracia parlamentaria.
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