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En la hora de la verdad

Pasillo de un hospital.

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Es cierto que de un minuto a otro te puede cambiar la vida. Empieza, por ejemplo, en mitad de la noche con un “no me encuentro bien” y un “te llevo a urgencias”. Y le sigue un cúmulo de decisiones fundamentales en las que no cabe errar ni en un milímetro. Acertamos con ellas, pero eso no se sabe hasta después, a través de un tiempo interminable de incertidumbre, una de las más angustiosas sensaciones que cabe experimentar. He pasado la semana y media peor de mi vida. Es algo que ocurre todos los días en todas partes y esta vez nos tocó a nosotros, a alguien tan querido que fue como romperse el mismo cuerpo. Inesperado, ilógico, prácticamente absurdo, pero ahí estaba en toda su rotundidad.

Lo que quiero contarles hoy son las sensaciones vividas fuera del contexto particular del hecho. Creo que es útil socialmente hacerlo. Porque te reencuentras con ese mundo que recordabas que no grita ni presume de lo mucho que debería, que cuida, protege y despliega sin descanso conocimientos y empatía. Profesionales que sin alharacas luchan con denuedo por sacar adelante la vida de las personas cada vez que surge ese reto. Y no solo de ellos, sino de quienes son capaces de solidarizarse con el dolor y saber cuándo y cómo son precisos.

Fue la noche en la que había culminado un duro mes de marzo arrastrando compromisos previos en condiciones emocionales precarias por otros imprevistos radicalmente distintos, irrelevantes a la luz de hoy. Hemos de saber valorar lo que es importante y lo que no lo es.

Esa noche decisiva de hospital cambiaron mis prioridades y la valoración de hechos y personas. A estas alturas de la vida. Las llamadas habituales que no iban a responder, las voces de quienes siempre están. Jamás lo olvidaré.

Y se fueron cubriendo etapas con todo ese desasosiego de la espera incierta. Y fueron apareciendo los verdaderos afectos, en red cuya amplitud y eficacia desconocía. Tantos, que cuesta creerlo. Ahora ya sé que sería posible permitirme la vulnerabilidad incluso, como no he podido casi nunca, porque habrá con seguridad quien me ayude en la tarea a acometer. Y que no quedará llamada sin respuesta.

Pero es mucho más lo que quiero contarles. He conocido en pocos días a personas capaces de dar un abrazo sin conocerte de nada al ver tu desolación en la sala de espera, creando así un vínculo instantáneo. A curtidos profesionales de la gran enfermería que se conmueven viendo la lucha por la vida de sus pacientes; la complicidad, la telepatía trabajada en la unión afectiva que abre como debe y se espera la recuperación. A médicos y médicas que no se rinden mientras pasan angustiosos los minutos de peligro y junto a su equipo revierten el pronóstico adverso. Auxiliares en perfecta sincronización. Ha habido mucho de lo que llaman suerte, pero la suerte es encontrar excelentes profesionales y grandes personas, una mezcla poderosa. Al margen de empresas, direcciones, organigramas, están los seres humanos y los hay admirables en la sanidad de alta envergadura. Pura vocación.

No me importaban ni las sumas, ni las restas, ni los bulos, ni las mentiras aprovechadas, nada. Nada. Pero ocurre que todas esas personas decentes, generosas, discretas que constituyen esta sociedad son invisibles en el estruendo generalizado. Y además dependen para su labor, como la mayoría de los ciudadanos, de políticos que en algunos casos son verdaderos desaprensivos. El esfuerzo diario que tantos realizan no merece los obstáculos que se sufren por la codicia y el egoísmo.

Volver a asomarse a la actualidad difundida y hasta tuiteada es entrar en un mundo irreal que sin embargo ejerce una presión inadmisible hacia las personas que sí trabajan y luchan por los demás, como debe hacerse en una verdadera comunidad que comparte objetivos comunes.

Infinito asco por las cadenas de rampantes mentiras de la política avariciosa y miserable. Pero preocupación también por las sumas que restan. Las filias y las fobias se han expresado de forma tan ostentosa que en sí mismas envían un mensaje claro. Y no es el que inspira más confianza. Iremos viendo si con estos parámetros hay posibilidad de rectificación, pero sí les digo algo con toda rotundidad: no hay egos ni tutelajes amables que justifiquen entregar una ciudadanía a manos de quienes destruyen conquistas tan esenciales como una sólida sanidad. Ésa que tan a menudo se sube a la cima de lo vital.

Salimos adelante, creo. Esperamos. Empieza a renacer la calma y los malos tragos se olvidan si el final se salda en positivo. Es llamativa la fragilidad de la vida y al mismo tiempo la fortaleza de la vida. Un quid lo cambia todo. Estos días miraba cosas sueltas como inspiración y desahogo. Concluí uno de mis artículos, hace mucho tiempo, con un texto de Albert Camus: “En medio del odio, descubrí que había, dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas, descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos, descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que había, dentro de mí, un verano invencible.” Gracias sobre todo al soporte de esa ayuda de los auténticos afectos. Y de quienes tienen un alma luminosa que ofrecer porque así lo sienten. Ese mundo existe en éste, tapado por el ruido y la mezquindad. Y es imprescindible saber que está cuando se necesita.

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