De las ideas a los iconos: la política TikTok
Inicio del otoño de 1976, Paco Umbral empieza una columna titulada El pasodoble de Fraga en El País, fundado aquella primavera: “La opción histórica es siempre la misma: la democracia o el folklore”. A renglón seguido, empareja a media docena de políticos con su música idiosincrática, y, de paso, no deja títere sin cabeza con una calidad literaria perenne.
No sé si vivimos en la sociedad post-política, como apuntan algunos, donde la transparencia caracteriza el espacio despolitizado, ya que la transparencia y el poder se soportan mal: las relaciones de poder y dominio crecen en el terreno abonado por la asimetría en la información.
Sí me temo que vivimos en una sociedad donde el malestar no surge de la oposición entre sueño y realidad, sino de la ausencia de sueños.
¿Por qué hemos sustituido “la revolución” a la que cada generación tenía derecho? ¿Por una democracia paliativa, uniforme, en la que campa el “infierno de lo igual”? Renta básica y juegos de ordenador son la versión actual de la expresión de Juvenal de panem et circenses, que caracterizaba la sociedad romana en la que ya no era posible la acción política. Todo indica que sigue siendo verdad que la política es sustituida por el folklore, cuando no se quiere que haya política.
Al preguntar a mis alumnos millennials senior: ¿os interesa la política? Me contestan:
- “Nos interesa de largo mucho menos que a nuestros padres. ¿Por qué? No sé, nos falta background”, me dice una, mientras otro reacciona: “somos una generación muy politizada, pero lo manifestamos de otra manera”.
- “Nosotros leemos los titulares, los 140 caracteres, queremos rápido la idea principal y sencillita”, continúa otra.
- “No queremos profundizar, sino algo que nos enfrasque en nuestra propia opinión: era como antes ir al bar, pero de manera permanente”, insiste el segundo.
- “Al vivir más en digital, no vives en analógico, sales menos a la calle, pero sí hay mucho movimiento de opinión en redes cerradas: grupos de WhatsApp, redes de Twitter o canales de Facebook”, apunta uno más.
- “La gente ha aprendido a no hablar de política”, coincide un matrimonio que viene de Barcelona.
Si les resto diez años a los protagonistas citados arriba, me encuentro con los primeros post-millennials, también conocidos como pandemials, que me dicen sin titubear:
- “Nos interesan ideas sueltas, al aire, no pararnos a reflexionar
- “Nos gustan los eslóganes efectistas, últimamente los referidos a los derechos de la mujer, cambio climático y sostenibilidad del planeta, o la libertad de orientación sexual”
- “Lo de la corrupción ya nos aburre, preferimos lo que nos afecta”
- “Nos atraen los iconos por encima de la ideología”
No necesitamos una política TikTok, superficial y desesperada, sin objetivos que inspiren en los ciudadanos ganas de serlo, refugiada en las estadísticas, sondeos, previsiones o planes de comunicación sin contenido que enganche nuestra reflexión.
En el mundo han existido siempre grandes problemas, que parecieron a sus contemporáneos no menos temibles que a nosotros los nuestros; sin embargo, nuestra crisis apunta a la dispersión y atomización. Padecemos una disincronía porque carecemos de narrativas que doten de sentido al tiempo que vivimos.
“Como siempre en España, la izquierda tiene una mística y la derecha, un pasodoble”, cerraba Paco Umbral hace nueve lustros. Ya no hay mística ni pasodoble, solo likes.
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