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La información sobre catástrofes y sus funciones psicosociales

El tren Alvia tras el trágico accidente del 24 de julio en el que murieron 79 personas. / Efe

Concepción Fernández Villanueva

Los medios de comunicación audiovisuales cumplen una función insustituible acercando el dolor y las consecuencias negativas de los hechos humanos violencias y catástrofes a los espectadores. Los hechos de violencia con consecuencias graves así como las catástrofes hay que contarlas de la forma más clara, detallada y objetiva. Además de informar, hay que transmitir, transferir a los espectadores el sentimiento de las victimas (y también de los agresores y responsables, en el caso de que los haya y puedan ser accesibles). Por más que algunos pueda resultarles doloroso, el malestar y el dolor no se deben ocultar. Es necesario mostrarlos, ya que es la única manera a través de la cual podemos emprender acciones eficaces para intentar evitarlo en la medida de lo posible.

Hay un amplio debate sobre en qué medida hay que emitir las imágenes de dolor y sufrimiento con qué grafismo, detalle y proximidad se deben presentar, y cuánta cantidad de ellas es tolerable o adecuada. Ese debate no ha sido resuelto pero sin duda ha sido mediatizado por algunas opciones ideológicas. Se ha culpabilizado a los medios de emitir demasiadas imágenes escabrosas y violentas y con ello de provocar miedo o incluso imitación en los espectadores. La acusación de provocar violencia en los espectadores por imitación se ha hecho muy común, a pesar de no estar suficientemente fundamentada en los estudios científicos. En la emisión de los hechos reales se tiene especialmente en cuenta la protección de la sensibilidad de los espectadores. Particularmente, cuando los espectadores son niños. Los consejos audiovisuales ya sea de las comunidades autónomas o de otras instituciones han elaborado algunas normas para la información sobre catástrofes que incluyen la objetividad y el respeto a las víctimas. Bien es verdad que estos conceptos son bastante amplios y difíciles de concretar, porque el primero alude a algo tan difícil como la construcción de la verdad y el segundo, a una cuestión de orden moral, siempre difícil de delimitar. Aun así, se tienen en cuenta unas serie de principios para mantener la objetividad, el respeto a las víctimas y para no herir la sensibilidad.

No obstante debemos afirmar que la insistencia en la protección de los espectadores, concretada en “no herir la sensibilidad”, no es ajena a la resistencia de muchos seres humanos a enfrentarse con el dolor, el malestar o la violencia, y que la huida de estos problemas es lo que decide ideológicamente que dichos problemas sean ocultados, minimizados o suavizados en sus representaciones. Nos preguntamos en primer lugar por la necesidad de emitir. Supongamos que no queremos ver o se nos oculta las escenas de dolor o daño. El espectador carecería no sólo de una información imprescindible para conocer la realidad del dolor sino también de una información insustituible para establecer las causas y las responsabilidades por dicho dolor. Parece más razonable emitir estableciendo ciertos límites o mecanismos que consuelen a los espectadores o reduzcan el impacto emocional en ellos. Establecer lo que se llaman “mecanismos de consuelo” ante la existencia de hechos gravísimos debe ser un objeto de debate. Debemos repensar hasta qué punto, en qué medida y con qué grafismo y detalle es deseable emitir imágenes de este tipo para que produzcan los efectos menos mediatizados o espurios, en la medida de lo posible.

Para evaluar estas cuestiones es necesario tener en cuenta la investigación sobre psicología social de la violencia comunicación que establece las funciones que puede desempeñar las imágenes detalladas de daño y dolor.

La función informativa es insustituible. La imagen aporta los detalles más imperceptibles e innombrables, los “intersticios” de la realidad. De esta manera llega al conocimiento de una forma espontánea con gran capacidad de información sobre los detalles y extendiéndose a las personas más variadas incluso aquellas que tienen dificultad para manejar el lenguaje verbal. Pero dicha información no sólo se refiere a lo que ocurre en los demás sino que un proceso de acercamiento especular, universal en el ser humano, permite conocer y anticipar lo que puede suceder al espectador. En la reciente catástrofe ferroviaria de Santiago así como en todo hecho que implica a muchas personas, esa información con imagen y sonido permite también reconstruir las claves de lo que afecta a toda la sociedad. Es por ello que la representación de estas catástrofes se convierte en objeto de interés social y circula estableciendo un lazo de unión entre los individuos. La información de las catástrofes produce inevitablemente que todos se planteen preguntas sobre la legalidad de las conductas y sobre las posibilidades de control de la acción de los individuos y las instituciones.

Además, las imágenes se convierten en este momento en un certificado de existencia de los sucesos. Lo que la imagen nos transfiere no son los signos informativos, sino también huellas de lo que ocurrió, imágenes que valen por sí mismas. Independientemente de “lo que en ellas sucede”, la imagen implica al espectador como testigo de la realidad así que el visionado de ciertas imágenes supone la imposibilidad de negar ciertos hechos, lo cual es una base fundamental para la implicación de los ciudadanos en la acción social.

Pero la implicación de los espectadores en la acción social se produce a través movilizar emociones y sentimientos. Las emociones producidas por la violencia no suele ser agradables, si no que despiertan emociones negativas, principalmente miedo dolor y repugnancia pero también se producen sentimientos más complejos que duran más tiempo, como sentimientos tristeza, dolor, depresión, impotencia y, más allá de eso, actitudes que ya se refieren directamente a la toma de decisiones acerca de los hechos que han sido presenciados. El impacto de las emociones puede ser momentáneo, pero también puede ser acumulado y duradero. La acumulación de la visión de escenas de dolor podría insensibilizar al espectador o producir un proceso de defensa ante el efecto emocional negativo, pero también puede reafirmar, aumentar la sensibilización ante el dolor de los demás y con ello amplificar las emociones que permiten tomar algunas decisiones en el futuro.

El recuerdo de las escenas dramáticas de dolor de los demás puede perdurar durante largos periodos de tiempo y, por ello, podemos esperar que tengan un efecto positivo en la transformación de los factores que han producido el daño y el sufrimiento.

Todo este impacto emocional que se deriva después en posible acción social no sería explicable sin un proceso básico que se produce en el ser humano y que llamamos identificación. La identificación consiste en ponerse en el lugar del otro, experimentar lo que el semejante experimenta es incorporar una parte de experiencia del otro, del semejante en referencia a uno mismo. Presenciar el dolor enfrenta a los seres humanos con su propio dolor. La identificación con el dolor duele, produce malestar, y esta producción de malestar es necesaria para que los individuos realmente se impliquen en las normas y reglas de conducta social que pueden evitar los incidentes molestos y traumáticos.

Por todo ello, la emisión de las consecuencias de las catástrofes y de los hechos de violencia es necesaria y fundamental, aunque debe hacerse teniendo en cuenta la libertad y la dignidad de las víctimas. Las actitudes de trivialización, burla, mercantilización del dolor, o pura estetización de los hechos por parte de los medios, atentan contra la objetividad de la información y contra la dignidad de las víctimas. La emisión de imágenes debe hacerse con responsabilidad, respeto y con intenciones éticas, pero tampoco puede evitarse ni edulcorarse con mecanismos de ocultación o consuelo, ya que entonces nos quedaríamos sin el efecto positivo a largo plazo que puede tener la emisión de dichas imágenes por el proceso de la identificación de los espectadores con el dolor de los otros seres humanos, sus semejantes. Un dolor que, si están normalmente socializados en una ética de la protección y el cuidado a sus semejantes, se movilizarán para evitar en el futuro.

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