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La irracionalidad de los medios, una anomalía española

El presidente del PP, Pablo Casado

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¿Hay algún español cabal que crea que una persona le diga a otra “mira que eres cabezón” es un indicio claro de un grave enfrentamiento entre ellas? ¿Hay algún líder político en el mundo que haya criticado a otro, y en un Pleno del Parlamento, además, por no haberle felicitado públicamente las navidades? Son dos muestras, hay muchas más, del grado de estupidez al que ha llegado lo que algunos llaman, que no lo es, el “debate político” español.

Son dos notas que se encuadran en ámbitos distintos. El primero, en el de la deriva insensata en que han caído buena parte de los medios de comunicación. El otro, en el de la pérdida de rumbo ya total del presidente del PP. Pero ambas tienen en común que hace solo unos pocos años serían imposibles.

La situación se está pues degradando. Y a marchas forzadas, además. En el caso de los medios, de muchos medios -y no sólo de los que trabajan para la derecha-, lo que está ocurriendo es que la búsqueda de la verdad, de la información veraz por encima de todo, ha dejado de ser una prioridad. En algunos casos, eso incluso se desprecia. Para que no dañe a sus mensajes propagandísticos o al espectáculo.

En el caso de la brigada mediática del PP y de Vox esa práctica responde a intereses políticos bien precisos. Esos medios solo se ocupan de golpear al Gobierno, tantas veces mintiendo sin rubor alguno, día tras día y sin rectificar nunca, aunque la mayoría de las veces sus informaciones hayan demostrado ser falsas a los pocos días, u horas, de su publicación.

Se desconoce el impacto que esa manera de proceder tiene en su público potencial o de hecho. Si hay gentes de derechas que se sienten incómodas con ese juego falsario o si a la mayoría de los seguidores de esos medios les basta con que los suyos golpeen al enemigo, a la izquierda.

Hasta el momento esa manera de proceder no tiene mayor gravedad, aparte de que sirve para constatar que la derecha, o cuando menos la derecha que se expresa públicamente, se ha echado al monte, como ha venido haciendo a lo largo de los dos últimos siglos. Y que no hay indicio alguno de que esa marcha se pueda revertir en un horizonte previsible. El PP no soporta haber perdido el poder, y menos si eso lo ha sumido en una crisis de salida imprevisible. Y Vox no va a dejar de ir a por todas.

La inquietud nace de lo que puede pasar si, por lo que sea, el panorama se recrudece en un futuro. Y en la situación política y social española hay demasiadas minas vagantes, entre ellas la crisis catalana y la económica y social, como para descartar que las cosas puedan ponerse de verdad feas. Los medios de la derecha y de la ultraderecha esperan esa ocasión, tratan de propiciarla cada día, para ser de verdad protagonistas.

En los demás medios que, sin ser de derechas, han hecho del espectáculo y de la exageración, si hace falta, sus normas de inspiración y de conducta profesionales, la cuestión es bien distinta. Faltos de otros recursos, no tienen más remedio que llamar la atención cada día y cada momento, pues temen que si no lo hacen sus seguidores mirarán hacia otras opciones.

Y la verdad es que en estos momentos las únicas noticias que tienen auténtico interés son las que genera la pandemia. Para mal casi siempre y ahora que ya hay vacunas, asimismo para bien. Pero salvo la evolución de los índices, y en particular el más terrible de ellos, el de mortalidad, son noticias muy sosas, que se agotan en sí mismas. ¿Qué se puede rascar en que la incidencia de la infección haya subido o haya bajado dos o tres puntos, salvo si esas variaciones se convierten en tendencias?

Tampoco es muy productivo el seguimiento de los movimientos que registra la política del Gobierno y de las Comunidades para hacer frente a la pandemia. Porque es un galimatías, porque no hay líneas claras de actuación y cada día la cosa cambia sin preaviso. La guerra política entre el Gobierno y la derecha que dirige las comunidades autónomas lo condiciona todo, aunque parezca mentira.

Pedro Sánchez tiene en sus manos el instrumento del estado de alarma. Pero no lo usa y deja en manos de las autonomías las decisiones que tomar. Como si España fuera tan grande como Estados Unidos o Rusia, como si lo que ocurre en Castilla-La Mancha fuera sustancialmente distinto de lo que pasa en Andalucía, o si el proceso de la pandemia en Cataluña no tuviera nada que ver con el que se registra en Aragón o en el País Valenciano.

La polémica sobre las medidas preventivas que habrán de tomarse en navidades raya el absurdo. ¿Por qué es más importante el trastorno, aunque sea afectivo, que puede provocar en muchos ciudadanos el que las fiestas no se celebren como las del año pasado a que la falta de medidas efectivamente restrictivas provoque una tercera ola de la pandemia? 

O también, ¿tan importante es la desgraciada suerte del sector de bares y restaurantes para el futuro de España como para que en los medios no se hable de otra cosa? ¿Es que nadie se para a reflexionar sobre el hecho de que cuestiones tan secundarias como esas carecen del mínimo relieve en los medios de buena parte del resto de Europa? 

Y luego está lo de la pelea interna en el Gobierno de coalición, que está dando mucho juego. La foto de Pablo Iglesias y María Jesús Montero tuvo mucho mayor relieve en buena parte de los medios que la aprobación, por una amplia mayoría, de la ley de eutanasia, un hito legislativo en nuestro país, que avanza por la senda del laicismo y de la modernidad en medio de tanto ruido estúpido.

Porque, ¿qué indicios hay de que el Gobierno de coalición puede romperse por la fecha en que se apruebe la ley anti- desahucios, que se va a aprobar, o por la subida del salario mínimo, que se aprobará antes o después, después de haberlo hecho más de un 30% hace poco más de un año, o por el aumento del número de años cotizados para cobrar la pensión íntegra que ni siquiera se ha propuesto formalmente? Ninguno. Porque ese gobierno no va a romperse. Ninguna de las incógnitas políticas, sobre todo las de política económica, lo van a romper. Habrá tensiones, discusiones muy serias, pero seguirán juntos.

¿Servirá la confirmación de esa perspectiva para que los medios más “inventivos” dejen de escandalizarse cada día con la última declaración de Pablo Iglesias o de Nadia Calviño? Seguramente no. Porque hay mucha gente a la que le va la marcha, sea verdad o no. 

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