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Koldo, afilando la cuchilla

Koldo García Izaguirre, en una imagen de archivo

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Las malas compañías corrompen las buenas costumbres

Menandro

Hay un viejo cuento vasco que relata una enconada Aizkolaritza en la que dos de los mejores aizkolaris de la zona se medían a muerte en la tala. Tan frenético era el ritmo y con tal destreza lo ejecutaban que sólo se alcanzaba a oír un único golpe de hacha sobre la madera. El reto continuaba y los troncos se abrían en dos, hasta que uno de los aizkolaris vio por el rabillo del ojo que el otro, de vez en cuando, hacía una pequeña pausa y pensó, no con mal criterio, “si vamos al mismo ritmo y él para, aunque sea un poco, yo ganaré”. Así que su sorpresa fue mayúscula cuando llegado el recuento de troncos se supo perdedor y comprobó que su oponente a pesar de sus ligerísimos recesos le había aventajado. Era imposible. No por poner en duda la evidencia sino por intentar comprender le acabó preguntando al ganador: ¿y cómo si tú descansabas un poco y yo no, andando al mismo ritmo me has ganado? El txapeldun sonriendo le contestó: “Te equivocas. No andaba descansando, sino afilando la cuchilla”.

El tal Koldo –al que todos llamaban y llaman por su nombre de pila, como si de la familia fuera, tan familiar se hace el hombre–, Koldo García para señas completas, llevaba tiempo afilando la suya. Que hace falta dormir junto a los avales, se duerme –¿quién iba a llevárselos que hiciera falta tal cancerbero?–; y si preciso es cumplir todas las misiones hercúleas que te sean asignadas, se cumplen; sobre todo si es para acabar colgando el hacha y sentado al lado de un ministro y en dos consejos de Administración, con tu mujer y tu hermano colocados en Nuevos Ministerios y con la vida que manejabas con apaños y trabajos de fortuna resignificada en el servicio de los grandes destinos del país. El nepotismo es en sí una forma de corrupción. En esa corrupción, de baja intensidad si quieren, estaban desde luego implicados Santos Cerdán y José Luis Ábalos y, al parecer, todos esos que ahora nos dicen que ya les avisaron de las malas compañías y del problema que suponía encaramar a tan altos designios a un personaje sin más oficio ni beneficio que su envergadura física y su falta de escrúpulos.

¿Cuántos Koldos más rondan por el impoluto organigrama de la administración socialista? ¿Cuántos favores, cuántas fidelidades, cuántos silencios, cuántas prebendas se ocultan emponzoñando la hermosa palabra confianza? Algunos me dirán que es lo menos grave, pero ya en sí lo es suficientemente como para asquear a los que creen que quien llega para limpiar la corrupción debe ser exquisitamente impoluto en su desempeño. No confundamos las asesorías y los equipos con la pura función representativa y ejecutiva. Si en democracia predicamos que todo ciudadano mayor de 18 años puede presentarse a una elección, si no es una democracia censitaria ni en el voto ni en la candidatura, es precisamente porque aquellos a los que el pueblo designe van a poder contar con el asesoramiento y el apoyo de los que son diestros y formados en las materias que corresponda. Ahora bien, si los llamados a apuntalar con su saber o su técnica a los elegidos en las urnas no son ni sabios ni técnicos sino todo lo contrario, entonces sólo asistimos al pesebre y la mamandurria, a la paguita, al pago de los servicios prestados, es decir, a todo lo que echamos en cara a los de antes. 

Santos Cerdán y Ábalos, como muy poco, son unos pésimos calibradores de la naturaleza humana. Si son algo más nos lo dirán los jueces, no tengo la menor duda. Está comprobado que los meros testaferros, si se quedan solos, acaban tirando de la manta. Hasta los secretarios de Estado, ya me entienden. Y ya el mero hecho de no saber con quién te juntas o en quién confías te convierte en un pésimo líder y te inhabilita para dirigir equipos, negociaciones y estrategias. Si no ves la mierda a tu alrededor, te puede caer a paletadas a poco que te descuides. He leído que el sufrido Ábalos hasta le preguntó a su protegido por el piso de Benidorm y que se conformó con una leve explicación sobre el dinero de la familia. ¿Y por qué le preguntó tal cosa si no sospechaba nada? ¿Y si sospechaba por qué se contentó con una peregrina excusa? “La lucha contra la corrupción ha de ser implacable, caiga quien caiga”. Petrus dixit. No se puede ser equidistante. No se pueden tener dos varas de medir. No se puede poner el ventilador. No se puede uno refugiar en la corrupción de los otros. Las charcas y las ranas de cada uno son las de cada uno. 

La cuchilla de Koldo llega en el peor momento, aunque, ¿es alguna vez buen momento para que te rebanen el pescuezo? La debilidad que un episodio tan grave añade ha sido bien captada por los negociadores de la amnistía, cuando pasan noches en vela como la del pasado viernes intentado llegar a acuerdos que aseguren la legislatura. Todo tiene su coste, por eso la confianza es un bien preciado que no debe derramarse sobre quien no se hace acreedor de ella. 

Y si quieren mayor prueba de que las acusaciones de la derecha y del PP sobre el control político de la Fiscalía son falsas, aquí lo tienen. La desafortunada frase de Sánchez no fue sino fanfarronería, por más que les diera alas a los adversarios para pasársela por los morros una y otra vez. “¿De quién depende la Fiscalía?...pues eso”, que los socialistas no controlan ni la Fiscalía ni el sistema judicial y que, por mucho que lo pretendan, es harto evidente que hay cosas que no pueden asegurarle ni a Puigdemont ni a nadie. Tampoco a Koldo ni a José Luis ni siquiera a Santos o al sursuncorda. La querella de Anticorrupción no se ha filtrado, ni la investigación del juez Moreno o cuándo ésta iba a ser reventada. En todo caso nadie puede negar que el Gobierno se ha comido el sapo cuando menos lo esperaba o cuando pensaba que con el cese del ministro y su disimulado encaje como diputado todo estaba ya en calma. La investigación seguirá con o sin aforamiento. Mientras los tienen a remojo por si reblandecen. Así que, si hay más, lo mejor es apretar y sacarlo antes de que vengan otros a sajar y extraer el pus. 

Ningún político decente necesita gente turbia al lado que le haga no sé qué recados o roles que la gente insinúa es preciso cubrir con estos elementos villarejianos. Ningún político decente precisa hacer nada que no esté previsto para ser hecho a la luz del día, y si han creado una política que precisa de tanto fontanero y tanta cloaca entonces es eso lo que es necesario destruir. A la hora de calibrar tu propia podredumbre da exactamente igual cuánto de podridos estén los otros. 

La cuchilla de Koldo por acción o por omisión, ¿a cuántos amenaza? 

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