La larga noche de piedra
Lo más importante de España son las piedras. Si vas a Calatayud, lo primero que se ve por el camino es el Monasterio de Piedra (está en Nuévalos). En tiempos de la dictadura, el dictador, Franco, nunca se perdía en la tele 'Si las piedras hablaran'. Era un programa de historia; pero, en España, la historia también es de piedra. Por eso algunos consideran el Valle de los Caídos un monumento histórico. Y cuando, al principio de tener televisión todo el mundo, se perdía la conexión de lo que estaban dando, mientras lo arreglaban ponían en la tele imágenes de piedras. Lo que más salía era una foto del acueducto de Segovia. Entonces, Segovia era muy importante y, hasta que apareció Paco de Lucía, nuestro guitarrista más famoso se llamaba Andrés Segovia.
Entre los españoles, la guitarra ha sido tan importante como las piedras. Ya no solo en los carteles de promoción del turismo, esa silla y esa guitarra estaban desde mucho antes en los cuadros cubistas de Juan Gris y de Picasso. Este estilo pictórico es un descubrimiento español y, aunque pretendan explicarlo con no se qué de la descomposición en planos (los españoles somos muy dados a la descomposición), el auténtico origen del cubismo procede de nuestra expresión “a ojo de buen cubero”, que es como aquí se hace todo, incluidas las encuestas electorales que publican los periódicos.
Así como hubo un exilio interior y otro exterior, lo mismo nos sucede con la guitarra. Nuestro exilio exterior lleva la música de la guitarra de Salvador Bacarisse. Fue un gran compositor, y con los hermanos Ernesto y Rodolfo Halffter, Gustavo Pittaluga..., formó la generación del 27 de la música española. Se comprometió con la República durante la guerra y murió exiliado. Yace enterrado en París en el cementerio Père Lachaise, no muy lejos de la tumba de Gerda Taro, la fotógrafa alemana muerta en la batalla de Brunete, y también cerca de donde fue enterrado, con honores de Jefe de Estado, Largo Caballero (pero, desde 1978, los restos del dirigente socialista descansan en el cementerio civil de Madrid). Otras lápidas, otras piedras. De Bacarisse, la pieza más conocida es la romanza del Concertino para guitarra. Toda la tristeza de la España exiliada, y perdida para siempre (lo compuso en 1957), la transmite esta música.
Cuando la izquierda española se propone recuperar su identidad (pues, ahora, en la izquierda está de moda escandalizarse porque siente que la derecha usurpa su vocabulario, figuras, mitos...), se busca antes como izquierda que como española. Un poco, lo hace por postureo (tiran más dos becas que dos manobras); pero creo que, sobre todo, sucede por desinterés. Le ha pasado mucho a la izquierda. En el magnífico libro 'La memoria insumisa. Sobre la dictadura de Franco' (Espasa, 1999), los autores, Nicolás Sartorius y Javier Alfaya, explican que fue irse al exilio lo que les hizo tomar conciencia de que eran españoles a muchos políticos e intelectuales. Antes de la guerra, ni siquiera el PSOE acostumbraba a poner la última letra de sus siglas en sus carteles y convocatorias. No era por desprecio a lo español, sino por fe en el internacionalismo.
La historia de Bacarisse, o de, por ejemplo, la de Miguel Salabert (que fue quien acuñó la expresión “exilio interior” en un artículo publicado en el semanario francés L'Express, “Un titre excellent, épatant. Vraiment une trouvaille”, exclamó el redactor jefe, Philippe Grumbach, al leerlo, y luego, Salabert convertiría su artículo en una novela conmovedora), quiero decir, todo lo que han sido nuestras izquierdas a través de los tiempos está hoy cancelado, no por rojo, sino por ser historia. Se ha convertido en piedra.
Por supuesto que al principio fue cancelado por rojo. Pero, en este sentido, decir cancelado es ridículo. Fue perseguido, proscrito y exterminado. Y como fue extinguido, ya no queda nada. Se cortó la correa de transmisión cultural con aquellas generaciones y, a través de ellas, con nuestras raíces como cultura y como país. Esto es lo que detectó Max Aub al volver a España, por unos días (“he venido, pero no he vuelto”), desde su exilio mejicano. Lo contaría asqueado en su libro 'La gallina ciega' (ed. Joaquín Mortiz, 1971; ed. Renacimiento, 2021). No es que, en aquella España, nadie supiera nada de lo que había sucedido, sino que a nadie le importaba. La historia se había convertido en piedra. Max Aub lo descubre al conocer a los nuevos escritores españoles. Esa indiferencia había cortado un hilo que venía desde Gonzalo de Berceo. En eso consistió el franquismo.
Es verdad que Luys Santa Marina (condenado a muerte en julio del 36, e indultado por intercesión de Max Aub), Rafael García Serrano, Juan Aparicio..., la prosa de Falange, se envolvía en una retórica que pretendía ser depositaria de la historia de España. Pero lo que hicieron fue devaluar esa Historia, pues su reconocimiento no era auténtico, no estaba entero. Lo habían mutilado con las tijeras de la censura religiosa (en su relato de lo que éramos, faltaban los heterodoxos, los herejes, los moros, los judíos, los disidentes, los rojos...).
Bajo esta losa de olvido, yacen miles de biografías, de libros, de obras de arte, de canciones, de historia, que son la esencia de una de cultura, de una manera de pensar y actuar. Las cosas te las quitan cuando no sabes que las tienes. La generación del 98 se reúne en torno al Greco, son ellos quienes lo redescubren y reivindican. La generación del 27 se agrupa en un homenaje a Góngora. Esta continuidad, que se llama cultura, queda rota después de la guerra civil, y solo nos sigue llegando desde fuera de España, desde el exilio, desde Paco Ibáñez cantando al Arcipreste de Hita y a León Felipe.
Lo que entonces Max Aub percibió entre nosotros como absoluto desinterés, ya no solo hacia su obra personal, sino hacia toda una cultura, hoy es más que desinterés. Es tontería. Lo uno lleva a lo otro. Así sucede que, mientras en la izquierda se entona la marcha imperial de la Guerra de las Galaxias a modo de crítica política, en una tele de extrema derecha se emitía (ya no lo dan) un programa profranquista que tenía de sintonía la conmovedora romanza de Bacarisse, aquel viejo militante del PCE que se pudrió en el exilio. Identidad es sacar a toda aquella gente, todas aquellas obras, de debajo de las piedras. No permitir que se petrifiquen tanta sangre y tantas vidas.
Deliro. Pero es porque cuando, el domingo pasado, Pedro Sánchez dijo en la Fiesta de la Rosa, del PSC, en Gavà, que iba “a buscar votos hasta debajo de las piedras”, pensé en todo lo que había debajo de las piedras, y me asaltó la imagen de Longa noite de pedra, el emblemático poema de Celso Emilio Ferreiro. Son todas piedras diferentes, por supuesto. En la naturaleza, bajo las piedras habita una fauna muy diversa. La fauna ibérica. Félix Rodríguez de la Fuente la mostró durante años en su serie El Hombre y la Tierra.
La tierra es lo que nos queda cuando todo se convierte en piedra. Lo dijo Lucas, el evangelista, no el pato: “si ellos se callan, las piedras gritarán”. Jesús se refería a sus apóstoles; pero la frase vuelve a latir en el título de la serie 'Si las piedras hablaran'. La escribía Antonio Gala, fue un gran autor, de los mejores de entonces. Quizá, con el fin de ese tiempo se corta para siempre la correa de transmisión. Aquel exilio interior fabricaba cultura emboscado en RTVE, y así nos iba llegando el conocimiento.
Cuando todo era de piedra, el equipo de fútbol de las historietas de Pepe el Hincha se llamaba F. C. Pedrusco (también salía otro equipo, que se llamaba Menisco). Lo dibujaba Peñarroya, un excombatiente republicano depurado por el franquismo. Estos días, otro luchador antifranquista, Carlos Vallejo, histórico militante comunista, sindicalista, preso del franquismo y que tuvo que exiliarse, aporrea las puertas de la larga noche de piedra. Ha conseguido, al fin, que la fiscalía pida que se investigue a seis mandos policiales por las torturas que sufrió en los calabozos de la comisaría de Via Laietana. Son crimen de lesa humanidad. El edificio de la comisaría contiene una inmensa noche de piedra, un Valle de los Caídos de la tortura, que se proyecta sobre la historia de Barcelona. La identidad de la izquierda es la biografía de sus militantes.
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