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El sindicato ha muerto, viva el sindicato

Representantes de las Kellys antes de la rueda de prensa en Barcelona.

Isaac Rosa

Les juro que yo creía que las habitaciones de hotel se limpiaban solas: que tenían un mecanismo de autolimpieza por el que uno salía por la mañana, y al volver a mediodía se encontraba la cama hecha, las toallas cambiadas, la ropa doblada, la moqueta aspirada y un caramelito en la almohada. Y resulta que no, que son miles de trabajadoras las que lo hacen, supongo que entrando y saliendo por las rejillas del aire o alguna puerta secreta, porque de otra forma no me explico su invisibilidad absoluta.

Pero esa invisibilidad se acabó: “las que limpian” se han convertido en “Las Kellys”, una asociación que está revolucionando los siempre silenciosos pasillos de los hoteles, exigiendo derechos, poniendo denuncias y presentando propuestas para mejorar las condiciones de uno de los sectores más precarios y desprotegidos, y que no deja de empeorar mientras la industria turística bate récords. Pensaba darles datos de horarios, salarios y demás, pero mejor les propongo un ejemplo práctico: la próxima vez que duerman en un hotel, háganse la habitación ustedes mismos. Cama y baño completo, y en el menor tiempo posible. Después, cansados y con dolor de espalda, multiplíquenlo por toda una planta entera, e imaginen que les pagan dos euros por habitación.

Hablábamos hace poco de la huelga de teleoperadoras, y ahora van Las Kellys y confirman lo que ya parece tendencia en este otoño: las luchas laborales se están reactivando por donde menos lo esperábamos, en el eslabón más débil, entre la población más precaria y desprotegida. El clásico “otoño caliente” lo están encendiendo los que casi no tienen con qué quitarse el frío.

Si les parece milagroso que limpiadoras de hotel o teleoperadores se organicen y peleen por sus derechos, les subo la apuesta: manteros. ¿Cabe pensar en un colectivo más jodido? Inmigrantes, trabajando en la calle, al margen de la legalidad, perseguidos, discriminados, víctimas de racismo. Pues ahí surgió hace un año otro brote inesperado de organización: el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, un grupo de apoyo mutuo que desde Barcelona quiere extenderse a otras ciudades.

No se vayan todavía, que aún hay más: los músicos. ¿Se imaginan un sindicato de músicos? ¿Sindiqué? ¿Pero lo de tocar la guitarra no era una cosa romántica, por artistas de fuerte individualismo? Pues también han montado un sindicato, en la estela de lo que antes hicieron la Unión de Actores y Actrices, o el Sindicato de Guionistas ALMA (colectivos que además impulsaron sus propias entidades de gestión contra el monopolio de la SGAE).

Los músicos vienen a decir que ya vale, que son artistas pero también trabajadores, y que la mayoría malvive y sufre todo tipo de abusos en la contratación. Acaban de presentar un Protocolo de Buenas Prácticas, y tienen en el punto de mira a festivales y promotores públicos, incluidos los ayuntamientos “del cambio”. Exigen que los músicos dejen de ser falsos autónomos (en el mejor de los casos, que muchos cobran en negro, o ni cobran) y sean contratados de manera decente, con alta en el Régimen Especial de Artistas. Es decir, “sexo, drogas, rock&roll y seguridad social”. Yeah!

Pueden parecer brotes aislados, pero qué va. No son los únicos trabajadores precarios, sometidos a subcontratas y externalización, que contra todo pronóstico están dando la batalla. Ahí están las recientes movilizaciones en museos de Bilbao y Barcelona. No son muchos, pero cada vez son más. En algunos casos a través de sindicatos tradicionales, a los que meten sangre nueva y fuerzan a cambiar el paso; en otros creando sus propias organizaciones, aplicando a lo laboral lo que la PAH lleva años haciendo con el derecho a la vivienda: autogestión, empoderamiento, cuidado mutuo. Quitarse el miedo juntas.

Habíamos enterrado el sindicalismo y bailado sobre su tumba, y mira tú por dónde resurgen organizaciones que, se llamen asociaciones o plataformas, son exactamente eso: sindicatos en sentido auténtico, formas de autoorganización para defender derechos laborales y sociales.

Repito una frase que le he oído varias veces a César Rendueles: “Estamos obsesionados con crear partidos políticos, y lo que necesitamos es un sindicato”. Parece que, ante el bloqueo institucional y el enfriamiento de las expectativas electorales, la energía regresa poco a poco a calles y centros de trabajo. Menos nueva política y más nuevo sindicalismo, renovando los ya existentes donde siguen siendo útiles, y creando nuevas organizaciones cuando hacen falta.

Limpiadoras, manteros, teleoperadoras, músicos… ¡Dónde vamos a parar! ¿Qué será lo próximo? ¿Camareras? ¿Empleadas de hogar? ¿Becarias? ¿Periodistas?

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