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Lejos de la victoria –pero victoria–

Pedro Sánchez durante su comparecencia en Moncloa este domingo.

Garbiñe Biurrun Mancisidor

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Otra tarde de domingo –¡y van ya creo que diez, contando también los sábados!– con discurso del presidente del Gobierno acerca de la Covid-19, de las medidas adoptadas o por adoptar y de la marcha de la lucha contra el virus. Otro discurso para repetir lo que ya conocíamos, o sea, que esto va a ser largo, que volvemos –como ya se nos ha anunciado durante toda la semana– a las medidas de aislamiento y confinamiento iniciales, las de la primera quincena, abriéndose la mano en cuanto a la actividad de los sectores económicos no esenciales, lo que genera enormes dudas en sectores productivos y también políticos –incluido, según se dice, el partido con el que comparte Gobierno, pues parece que la representación gubernamental de Unidas Podemos no vería con buenos ojos esta apertura–.

Ha dicho el presidente, entre otras cosas, que estamos “todavía lejos de la victoria”, en frase que supone un ejercicio de optimismo iluso o, incluso, de ceguera hiriente ante la durísima realidad que tenemos delante. ¿Cómo que “todavía lejos de la victoria”? Lo que ocurre es que estamos cada día un día más lejos de un final victorioso –si es que se puede utilizar este término de ninguna manera–, pues cada día fallecen al menos los cientos de personas de los que se da cuenta oficial, sin olvidarse de quienes no han sido objeto de cómputo por no haber sido previamente diagnosticadas.

¿De qué victoria habla? O mejor, ¿por qué habla de victoria? ¿Victoria sobre qué? ¿Sobre un virus desconocido y maligno, como el que se está cebando con toda la humanidad? Pues bien, este virus ya ha ganado una primera batalla crucial, consiguiendo aquello que la OMS trató de evitar a toda costa desde el primer momento, que fue que se hiciera permanente en el planeta, aunque fuera estacional, y que alcanzara los sistemas sociales y sanitarios más vulnerables.

Esta batalla, la más trascendental, ya está perdida. Y lo está, en gran parte, por la desidia de muchos gobernantes que hicieron caso omiso por entender que “occidente” no se vería doblegado por una enfermedad como esta, sin importarles –sin importarnos, en definitiva– lo más mínimo la suerte de muchos millones de personas entre las que no nos considerábamos incluidas. ¡Soberbia mayúscula y gran derrota que estamos pagando ya pero que otras gentes pagarán más caro aún!

¿Cuál podrá ser la victoria después de que tanta gente en nuestro país haya enfermado, sufrido o muerto? ¿Cuál el triunfo después de que quienes ya lo pasaban mal lo estén pasando aún peor? ¿Cuál el logro tras quedar a la luz las gravísimas carencias de nuestro sistema de atención a las gentes mayores?

No sé a qué se ha querido referir exactamente el presidente esta tarde al hablar de una victoria que, aunque lejana, entiende que va a llegar. Pues sepa Sánchez que, en efecto, se puede ganar, que se puede aprovechar el conocimiento que nos da la experiencia –si es que no lo teníamos antes– para modificar situaciones que se han revelado tremendamente ineficaces e injustas.

Pues sí, “a posteriori”, esto es, con el conocimiento que nos da la experiencia –aunque esto esté ahora más desprestigiado que la ignorancia negligente misma–, y siendo ya larga la experiencia previa, de una proyección mucho mayor que la de estos dos meses de presencia del coronavirus, podemos ya saber a ciencia cierta que había muchas cosas que cambiar. Ahora ya no puede dudarse de que hay que cambiar porque lo público tiene que ocupar cada vez mayor espacio, pues solo desde lo público se puede garantizar la igualdad y la libertad de todas las personas.

Cambiar en la sanidad, para reforzarla, para sostener programas de salud pública que no requieran improvisaciones no reflexionadas en situaciones diversas. Cambiar en la atención a las personas, asumiendo que ello debe ser objeto de un servicio público serio y eficaz, gestionado y ejecutado con medios también públicos, en el que no haya lugar a intereses ni beneficios económicos de ningún tipo, sino solo el objetivo del bienestar general. Cambiar en las respuestas a las necesidades de las personas, de las que ahora padecen las consecuencias económicas y de todo tipo de esta crisis, y de las que padecerán en el futuro los efectos de otros desastres de cualquier naturaleza.

Es posible que esta sea la “victoria” a la que se ha referido Sánchez esta tarde. Bien podría ser así, ciertamente. Es la victoria que yo espero. Y, desde luego, es la que la mayoría reclamamos. Una victoria que va a requerir identificar con claridad y honestidad los términos del combate, los objetivos y los medios a poner a disposición de la lucha. Una lucha que no es ninguna guerra, sino un trabajo de muchas personas y grupos.

Si a ello se refería el presidente, me reconforta pensar que cree en ese triunfo, aunque aún lo vea lejos. Le corresponde un gran papel en este esfuerzo colectivo, le va a exigir inteligencia y generosidad para compartir la dedicación que se va a requerir. Tiene los mimbres necesarios con un Gobierno de coalición que es más que eso y podrá tener otros apoyos políticos imprescindibles. Y, sobre todo, el resto vamos a necesitar que la victoria que él espera sea la de todos.

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