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Libertad, capitalismo y porno

Fotograma del anuncio del Salón Erótico de Barcelona en el que participa Amarna Miller, en el centro.

José Saturnino Martínez García

¿Se puede ser actriz porno main stream y activista feminista? Amarna Miller, actriz porno, considera que sí, pero muchas feministas creen que no. Para abordar este debate conviene separarlo en dos debates, uno sobre la libertad y otro sobre el tipo de sociedad en el que queremos vivir.

Empecemos por el de la libertad. El planteamiento de Miller entronca con el liberalismo, que entiende que una persona es libre si nadie interfiere en cómo organizar su vida. Nadie es más maduro que uno mismo para saber lo que le conviene. Defender lo contrario es paternalismo o soberbia moral. La libertad así entendida goza de gran predicamento, pues es la que mejor casa con una sociedad organizada en torno al mercado. El mercado es la institucionalización perfecta de este tipo de libertad: si dos adultos en plenas facultades están de acuerdo en realizar un trato, nadie puede estar en contra. De aquí deriva estar a favor de la prostitución, los vientres de alquiler, trabajar los domingos, acabar con las jornadas laborales máximas, con los salarios mínimos, etc.

Pero hay otra forma más antigua de entender la libertad que nos lleva a Aristóteles y que nos dice que ser libres es poder desarrollar nuestra naturaleza humana, en vez de tener muchas opciones para elegir como defienden los liberales. Entrar en internet y poder elegir entre múltiples opciones para ir de vacaciones, leer, escuchar música, encontrar pareja… no nos hace libres si a cambio sufrimos jornadas interminables realizando un trabajo estúpido y alienante, aguantando a un jefe imbécil y compañeros odiosos, porque peor que trabajar es estar en paro (cuando no tienes dinero).

Desde el punto de vista liberal, una sociedad bien ordenada se organiza en torno al mercado y la libertad de elección. Si la libertad de elección forma parte del sentido común de nuestro tiempo no es porque nos haga libres, sino porque nos hace mercancías. Personas y cosas nos encontramos en el mercado en el mismo plano, con precio y preparados para vendernos. En este punto, cualquier tipo de trabajo sexual es equivalente a cualquier otro trabajo, solo le diferencia el estigma social que le acompaña.

Pero desde un punto de vista más aristotélico o marxista, una sociedad bien ordenada es la que permite que las personas encuentren cuál es su finalidad en la vida y la puedan desarrollar. Aquí, Miller también puede estar de acuerdo con el orden aristotélico, pues afirma ser una trabajadora sexual vocacional. Si te gusta el sexo, el arte, eres exhibicionista, no tienes una visión posesiva de las relaciones afectivo-sexuales, ¿por qué no dedicarte al porno?

Para el feminismo radical, ambas visiones de la sociedad bien ordenada omiten el hecho de que las mujeres parten de una posición de opresión, por ser consideradas seres inferiores desde tiempos inmemoriales. Plantear la libertad sin tener en cuenta esta “mochila” es no ser conscientes de que no somos seres que se determinan de forma autónoma, pues estamos condicionados por estas inercias históricas. Por ello la libertad de Amarna choca con los intentos feministas por romper con los estereotipos de sexualidad que promueve el porno, que convierte a las mujeres en “sacos de agujeros”, sin más finalidad que satisfacer la sexualidad masculina.

Amarna tiene razón al asegurar que como mujer tiene derecho a ejercer su libertad como quiera, sin que nadie se arrogue el papel de guardián de la moral. Pero las feministas radicales tienen razón al asegurar que para que una industria como el porno tenga éxito, previamente se ha constituido una forma de entender la sexualidad en la que el porno es apetecible. Esta paradoja, pues el ejercicio de la libertad de una parte de la población supone la perpetuación de una opresión para otra parte, se puede afrontar discutiendo sobre el modelo de sociedad.

En cuanto al modelo de sociedad, el choque en torno a qué es lo que las mujeres pueden hacer libremente con su propio cuerpo tiene que ver con definir no solo el feminismo, como mujeres libres, sino también el modelo de sociedad de forma más general. Si la igualdad de género se logra en un contexto capitalista, acabará por haber mujeres ricas y mujeres pobres, y las ricas tendrán derechos sobre el cuerpo de las pobres, como por ejemplo, alquilando sus vientres para engendrar hijos, o delegarán el trabajo de cuidados en la gente pobre, quienes no tienen a quién delegarlo. Por eso para el feminismo radical no podemos pensar el feminismo sin pensar el capitalismo.

Para decir sí o no a la pornografía, tenemos que decir antes qué tipo de libertad queremos, y qué tipo de sociedad queremos, además de plantearnos qué educación afectivo-sexual estamos dispuestos a impartir a los menores. En un mundo sin capitalismo, con feminismo y con educación afectivo-sexual integral, el porno, de existir, no tendría nada que ver con lo que vemos hoy. A nadie le gustaría.

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